El 9 de agosto pasado falleció don Evaristo Lagos. A modo de homenaje compartimos uno de sus relatos en el que refiere la búsqueda de ovejas en medio de un temporal brutal en las cordilleras de Traful.
Hablando de cordillera… ¿Lo agarró alguna vez alguna tormenta allá arriba y se le complicó?
Sí, siempre nos mojamos mucho arriba, pero a mí me pasó un caso bastante grave no hace tantos años. Yo estaba trabajando en Angostura, pero iba siempre a Traful a ayudar a mi padre a bajar las ovejas. Nosotros nos fuimos de la población porque teníamos a los chicos y no teníamos escuela, estaba la primaria nomás y no pudimos comprar un terreno en Traful porque nunca se largó un loteo social, así que nos fuimos a La Angostura. Cuando sucedido este temporal mis chicos ya estaban en la secundaria y yo, como le digo, iba a ayudarle a bajar las ovejas a mi padre y cuando podía también los vacunos, porque ese trabajo es bravo y yo era baqueano arriba.
Ese año las ovejas se fueron por los filos hasta el arroyo La Estacada. Nosotros tenemos algunos animales conocidos que le decimos los maruchos, unos capones negros grandes y bueno, yo salí de la Medialuna rumbo al arroyo Cataratas adentro, salí con los muchachos, con Enrique Lagos que era uno de mis tíos y con José, que se crió en la Medialuna también y era primo mío, ellos se fueron a campear vacas para abajo y yo me fui en dirección al arroyo La Estacada arriba y encontré las ovejas.
Era un día casi como el de hoy, lindo estaba, por eso cuando salimos yo agarré una lonita nomás, además tenía un poncho que llevaba en el recado. Una lona de 2 metros por 1 de ancho y el recado para dormir. Entonces empecé a juntar las ovejas y cuando las estaba juntando vi que venía una nube negra del lado de La Angostura y de un momento a otro ¡tapó el cerro en un ratito! Llegó la nube negra y empezó a bajar, a bajar y era nieve, se largó a nevar y yo me demoraba en juntar las ovejas, quería puntearlas para la Medialuna pero era imposible, en cuestión de dos horas tenía así de alta la nieve y las ovejas no caminaban más, así que ya busqué un ñire que estaba medio cerca, desensillé, hice fuego, un churrasquito y me quedé ahí. Yo pensaba “Se va a componer” pero el temporal seguía. Nieve, al rato agua, se me mojó totalmente el equipo, pero al fuego no le aflojé.
Al otro día tiró a componerse un poco y como me falta campo por andar pensé “A lo mejor quedaron más ovejas por acá”, entonces ese día me quedé campeando. Pero le erré, porque cuando volvía alojar a la noche se largó la lluvia y se armó de nuevo el temporal, agua, nieve ¡todo mojado de vuelta! Así un par de días, campeaba ovejas, volvía a los ñires, ponía la lonita, tapaba el recado y hacía fuego, hasta que ya no pude hacer fuego y quise largarme para La Estacada abajo, pero no había camino.
La preocupación que yo tenía era mi viejo que estaba en la población. Él con solo mirar la cordillera sabía si yo iba a bajar ¡y yo no llegaba! Me era imposible bajar para la Medialuna y tampoco podía bajar para el Cruce*, pensaba “Bajo para allá y le pido a la policía que le avisen a mi viejo que ya bajé” pero no podía bajar, con el temporal que había era imposible.
La cosa es que mi viejo se desesperó y a los tres días agarró un caballo muy bueno que tenía y salió a buscarme. A lo mejor pensaba que andaba quebrado o que me había apretado el caballo, porque yo no tenía nada que hacer arriba, era imposible trabajar. Pero de tanto andar en la cordillera el caballo gordo se le acalambró, tuvo que desensillar y dejar el recado para volverse liviano nomás, y no va que llegando a las casas los perros lo desviaron, era de noche ya y lo desviaron en el ñirantal, agarraron un camino viejo y lo hicieron perder. ¡Menos mal que sintió el arroyo cerca! Un ruido como de cascada. Estaba oscuro y empezó a resbalar y a caer. Ahí andaba el pobre viejo colgado de los árboles, todo mojado también ¡y yo allá arriba!
Entonces buscando cómo volver me largué a un filo muy bravo donde castiga mucho el temporal que viene del lado de Bariloche. ¡Había un hielo ahí arriba! Estaba el hielo en capas vio. Subí con el caballo de tiro, pero era tanto el viento y la nieve que caía que era imposible mirar. Yo estaba bien ubicado, no estaba perdido, lo que pasaba era que con el temporal todo se escarchaba, las crinas del caballo, las riendas, los perros, todos con el pelo escarchado. El viento venía de a ratos como quien dijera en ráfagas, el caballo no quería entregar la cara al temporal por nada y yo me tiraba al suelo, pasaba la oleada de viento, avanzaba otro poco y cuando volvía a soplar me tiraba al suelo de vuelta, los perros también se me tiraban al suelo, hasta que logré cruzar el filo…
Crucé el filo para el lado de la Medialuna. Corría el agua y estaba todo escarchado. La nieve me pegaba en la cara y entré a bajar, pero claro, me estaba esperando el río. Al nevar tanto arriba y con tanta lluvia y agua que caía el río se puso muy hondo. ¡El Cataratas es terrible como aumenta! Igual me largué, pero antes de entrar me saqué el ponchito que venía todo mojado, un poncho de esos negros, de Castilla que le decimos, me lo saqué porque a nosotros los viejos siempre nos decían que cuando uno va a cruzar un río que está hondo hay que sacarse el poncho. Y bueno… ¡atropellé! Y como el gaucho siempre se encomienda a dios ¡me encomendé nomás!
Pero al primer paso que di el río me volteó el caballo, un caballo bastante macaco que andaba medio mañero, yo no me podía parar ¡menos mal que me tranquilicé! Cuando vi que el caballo se volteó, porque el agua lo levantó de abajo y me lo echó de espaldas, me serené nomás. ¡Usted sabe lo que era no poder pararme en ningún lado! Salí medio en cuatro patas del río y no me podía enderezar por el peso del agua. Me alcancé a quitar el saco y agarré el caballo del bozal y lo saqué “¿Qué hago ahora todo mojado?” pensaba. Entonces saqué el recado del caballo, tiré el lazo y sujeté todas mis pilchas, casi todo el pellón, porque no me servía ninguna cosa. Me quedaron los mandiles, no me servían las perneras ni el saco, me puse todo livianito y dije “Voy a tratar de avanzar un par de pasos más por el río”. El agua le pasaba por encima del anca al caballo, estaba muy hondo, pero yo no me podía quedar, pensaba “Me va a agarrar la noche y van a empezar los calambres”, porque yo ya sufría de calambres.
Ese día lo único que había comido era un diente de ajo a la mañana porque no tenía con que hacer fuego y estaba todo mojado. Ese fue todo mi comer ese día y ya era tarde, como las cinco o seis de la tarde. El asunto es que di dos pasos más por el río y el caballo no quiso más, ya se había mojado mucho, llovía terriblemente y le había entrado agua en las orejas vio, así que me arrimé a unas cañas altas, agarré la carona, que es un cuero que usamos arriba del mandil, me senté en la montura y me puse la carona como techito. No me podía mover ni para acá ni para allá porque me mojaba, lo único que me salvaba era la carona y me quedé alojando así toda la noche. Antes me saqué toda la ropa, hasta los calzoncillos y la camiseta, la exprimí bien exprimida con toda la fuerza que pude y me la puse de vuelta, aunque estaba empapado tenía fe en que iba a pasar la noche, por lo menos estaba vivo.
El que estaba peor era el caballo, pobre, estaba mal, no tenía ganas de comer nada, recién a eso de las cuatro o cinco de la mañana se empezó a mover y a bufar y empezó a comer, en eso se hizo una media claridad, dejó de llover tan fuerte y yo empecé a moverme despacito. Empecé a mover las piernas, agarré al caballo de tiro y lo empecé a pasear despacito también, después empecé a trotarlo y apenas aclaró un poco más le puse la montura y me largué río abajo.
Cuando finalmente llegué mi padre no estaba. Estaba don Domingo, el tío viejo, pero yo no lo escuchaba, estaba medio trabado, casi no podía hablar. Quise tomar un mate y no pude, así que me tomé un trago de un vino bueno que había y me acosté a dormir pensando “Voy a descansar un ratito y después voy a salir a buscar al viejo”. Así como estaba pensaba descansar un rato nomás, cambiar caballo y salir a buscarlo, porque yo también me desesperé por él. Me había puesto pilcha seca para dormir, me había abrigado bien, pero no podía dormir, estaba pensando en él.
De repente sentí que los perros toreaban porque mi viejo había vuelto. ¡Venía duro ese hombre! No podía caminar. Había amanecido muy mal. Así que cuando lo sentí venir me levanté como pude y ahí nos abrazamos. Estuvimos un rato abrazados, porque podríamos haber muertos los dos esa misma noche, pero gracias a Dios no sucedió…
* Cuando don Evaristo habla del Cruce se refiere a Villa la Angostura. En ese momento él se encontraba en la divisoria de aguas marcada por la cordillera: de un lado el lago Traful y del otro el arroyo La Estacada que desemboca en el lago Nahuel Huapi.
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