Aprovechar el verano al aire libre implica estar expuestos a gran cantidad de insectos que resultan molestos. Pero si enmascaramos nuestro sabor con aromas vegetales podemos alejarlos y disfrutar.
Días de playa, caminatas por los bosques y pernoctes en carpa son verdaderos rituales de nuestros veranos sureños. Pero convivir en la naturaleza supone también encontrarnos con gran cantidad de insectos que muchas veces nos resultan molestos, más aún cuando buscan nuestra preciada sangre para subsistir, como en el caso de los mosquitos y los tábanos.
No son ni el mosquito ni el tábano macho quienes nos pican, ellos son vegetarianos porque liban el néctar de las flores, son las hembras las que necesitan la sangre de los mamíferos y de las aves para poder desarrollar sus huevos. Los tábanos y mosquitos que habitan en Patagonia no son vectores de enfermedades como sucede en los lugares tropicales, donde estos bichitos pueden ocasionar dengue, paludismo, malaria, etc. Los tábanos son de hábitos diurnos a diferencia de los mosquitos que hacen su aparición al atardecer y en la noche. Lo que les atrae de nosotros y les permite poder localizarnos es el dióxido de carbono que emanamos y otras complejas sustancias que tenemos a flor de piel, pero si enmascaramos nuestro sabor con aromas vegetales podemos alejar a estos molestos zumbadores.
Para disfrutar del aire libre les propongo que armen un pequeño botiquín natural, sin sustancias nocivas para el planeta ni para nuestra salud. Desde la antigüedad se usan plantas con fines repelentes colocándolas en las ventanas o frotando el cuerpo con sus hojas aromáticas. Una de ellas es el tanaceto, conocido como palma por la gente de nuestras zonas rurales. Es una hierba originaria de Europa, su nombre científico es Tanacetum vulgare, mide hasta 1 metro de altura y presenta un tallo erecto. Sus hojas son compuestas –parecen muchas hojitas formando una sola– dentadas y muy aromáticas, y en el extremo de sus tallos se abren numerosos capítulos florales amarillos. Se pueden hacer lindos arreglos florales con ellas y así alejar a los insectos, también se pueden secar sus hojas para sahumar, el humo aromático actuará de repelente.
La melisa –Melissa officinalis– que cultivamos en nuestras huertas y jardines, es un buen repelente, y sus hojitas frescas aplicadas en el lugar de las picaduras alivian la inflamación. Su perfume alimonado es similar al de la citronela –Cymbopogon winterianus–, otra hierba con virtudes repelentes que no crece en Patagonia, pero es cultivada en el norte de nuestro país. Pueden conseguir su aceite esencial (debe ser de óptima calidad) y preparar su propio repelente poniendo en un frasco vaporizador 60 cc de agua y 15 gotas de aceite esencial de citronela. Antes de usarlo –para vaporizar la piel y la ropa– hay que agitarlo bien. El ajenjo –Artemisia absinthium– es otra planta a tener en cuenta en el botiquín natural. Se usa de igual manera que el tanaceto. También pueden sacar un puñado de clavos de olor –Syzygium aromaticum– de la alacena, hervirlo durante 5 minutos en ½ litro de agua, dejarlo reposar hasta enfriarse, colarlo y vaporizar cuerpo y ropa con el preparado, para evitar la cercanía tanto de los mosquitos como de los tábanos.
En las actividades al aire libre más de una vez se producen caídas, rasguños y heridas. Para estas ocasiones es bueno tener a mano hojas de sietevenas –Plantago lanceolata– ya que esta planta es excelente cicatrizante y antiséptica, además de resultar útil también para aliviar las molestias de las picaduras. Las hojas del maqui –Aristotelia chilensis– son usadas desde siempre por el pueblo mapuche para sanar sus heridas. Se trata de un arbolito siempreverde, nativo del bosque húmedo. En caso de heridas pueden machacar una hojita y aplicarla en la lesión, también pueden secar sus hojas a la sombra, luego reducirlas a polvo y guardarlas en un pequeño envase para llevar en las salidas como polvito cicatrizante.
El calor también nos invita a ingerir bebidas que sacien nuestra sed. Una buena idea para estos casos es elaborar una rica “limonada” de cuyi. El cuyi –llamado también culle amarillo o pastito salado– es una hierba nativa de estas tierras. Su nombre científico es Oxalis valdiviensis y crece abundante en los bosques húmedos. Es una hierba pequeña, de aproximadamente 25 cm de altura, con hojas muy parecidas a las del trébol y flores amarillas. Tanto las hojas como las flores presentan un delicioso sabor ácido y son ricas en vitamina C. Para preparar la limonada hay que macerar un puñado de hojas y de flores, previamente lavadas, en agua natural durante 2 horas. Luego se cuela y ya está listo el refresco de cuyi –libre de aditivos– para llevar a la playa o hidratarnos durante una caminata.
Y para después del sol pueden preparan un aceite de caléndulas –Caléndula officinalis– que nutrirá la piel y calmará el enrojecimiento causado por la exposición al sol. Para ello junten un buen puñado de flores frescas, bien abiertas y limpias, colóquenlas en un frasco de vidrio de boca ancha, agréguenle aceite de girasol hasta que sobrepase 2 dedos el volumen de las flores, tapen bien el frasco y expónganlo al sol durante varios días hasta que el aceite tome un color anaranjado. Luego cuelen la preparación a través de gasas y envásenla en frascos de vidrio, en lo posible de color caramelo. Finalmente rotulen los frascos con nombre y fecha y guárdenlos en un lugar fresco y oscuro para que duren sus propiedades hasta el próximo verano.
Todas estas plantas pueden formar parte del botiquín vivo de nuestros jardines y funcionar también como repelentes-protectores en las huertas. Recordemos siempre plantar especies nativas, su historia de vida pertenece a este suelo. Procuremos gozar del verano en armonía con el entorno sintiendo la pertenencia a Tierra, como nos trasmiten los Pueblos que habitan desde siempre estos territorios, que una gran mayoría elegimos para vivir y criar hijos y nietos.
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