Extraídas de la “Memoria” del año 1934 del Club Andino Bariloche estas páginas patagónicas narran la experiencia de don Germán Claussen, el hombre que alcanzó por primera vez la cumbre del Cerro Tronador.
Preliminares. – El 15 de enero de 1934, Claussen salió del puesto Cancino, en Pampa Linda, dirigiéndose por la senda existente al Ventisquero Manso superior, lugar frecuentado en verano por turistas desde el lago Mascardi. Este trecho, casi horizontal, no ofrece dificultades; no así la ascensión a la parte alta del ventisquero, efectuada por primera vez por Claussen, que es difícil y peligrosa debido a que en su trayecto son frecuentes las avalanchas de hielo, por lo que no se aconseja esta ruta. Después de haber vencido esta parte peligrosa, Claussen continuó subiendo los extensos campos de hielo y nieve hasta los 2800 metros, para pernoctar en una plataforma rocosa. Para defenderse del frío tuvo que pasar la noche en movimiento, circunscripto a ese lugar. A la mañana siguiente el tiempo empeoró. Densos nubarrones envuelven al Tronador. Con ayuda de la brújula cruza el ventisquero en dirección al filo, donde Meiling y Tutzauer tuvieron su campamento el año pasado; de donde regresó a Pampa Linda. El día 17 vuelve a subir hasta el campamento de Meiling y el 19 hace otra tentativa para llegar a la cumbre del Tronador. Después de haber caminado 9 horas en nieve muy blanda, abandona la intentona y regresa a Bariloche.
La ascensión. – “El 25 de Enero, acompañado por el Presidente de nuestro Club salí de Bariloche hasta la población de R. Petsch en el Lago Gutiérrez. De ahí seguí a caballo a las 15 horas, pernoctando en el puesto de Mora en el Lago Escondido sobre la Península Mascardi. El viernes 26 proseguí la marcha a las 9.30 horas y llegué al puesto de Manuel Cancino a las 17 horas, donde alojé. El sábado 27 dejé el puesto Cancino y emprendí mi marcha a pie a las 10.30 horas siguiendo por el valle de Castaña Overa hasta el lugar donde estuvo acampado Meiling en su tentativa del año pasado, donde llegué a las 14.30 horas. El domingo 28 quedé en este campamento todo el día esperando al Dr. Neumeyer, de acuerdo con lo que habíamos convenido anteriormente. No llegó.
Lunes 29 de enero 1934. – Como el tiempo se presentaba muy bueno y no llegaba el Dr. Neumeyer, decidí seguir solo al Tronador. Salí a las 4 de la mañana, llegando al portezuelo o boquete entre el pico argentino y pico principal a las 10.30 horas. Descansé una hora y media y subí al promontorio Sudeste del pico principal –altura 3411 metros–. Para subir esta parte tuve que hacer uso de los clavos especiales para el hielo que adherí a los botines de montaña, por tratarse de una subida empinada de hilo pulido –“Glatteis”– con una inclinación de 60º. Llegué arriba a las 15 horas. Desde aquí pude observar de cerca el paredón del pico principal, hasta ahora invencible. Entre este paredón y el lugar donde me hallaba existe una cresta de hielo. Estaba en duda si volverme de aquí para intentar la subida después o afrontarla decididamente. Teniendo en cuenta que el tiempo es muy variable en el Tronador y que podía cambiar, decidí intentarla contando, en caso de que el día me fuera corto, con la luna llena. Seguí, pero las dificultades a vencer eran tantas, que recién a las 21:30 horas había salvado la parte peligrosa. El último trecho que me quedaba no ofrecía peligros, llegando a la cumbre a las 22 horas. En todo el paredón tuve que hacer escalones en el hielo para poder trepar; un paso en falso hubiera sido muy peligroso para mí, que iba solo. Resuelvo esperar aquí la luz del día para poder tomar algunas fotografías. Durante la noche me concreto a observar el pico principal, que se compone de cuatro mogotitos agrupados hacia el Oeste, abarcando la cumbre unos 40 metros de largo aproximadamente.
Sobre la base de hielo cristalino se han formado escamas de hielo de varios centímetros de espesor, que aparentan grandes hojas de unos 30 centímetros de largo, por unos 10 a 20 centímetros de ancho. Piedra viva no aflora en el pico y calculo que el espesor del hielo en la cumbre es de unos 40 metros y de mucha edad; siglos posiblemente. El mogote o promontorio más alto del pico simula un trono de hielo, socavado hacia el norte por los vientos, formando una gruta. Mirando hacia el ventisquero de Casa Pangue, en el bajo pude observar una luz muy intensa de gente acampada. Hacia el Este se ve el resplandor de las luces de Bariloche. Una de las fotos que tomé servirá de fiel testimonio de mi estada en la cumbre del Tronador. Debe aparecer en la misma sobre el fondo de mar de niebla, la sombra del Tronador y en la que el Osorno y Puntiagudo se destacan en la misma, apareciendo como islotes. Esta vista fue tomada desde el promontorio oriental de la cumbre. Como en la misma cima del Tronador no encontré ninguna piedra que aflorara, al emprender el descenso y en la segunda piedra antes de llegar a la parte peligrosa, dejé un pedazo de alambre con un cacho de huemul en una de los extremos y una tablita de ciprés cepillada en una extremidad en la que escribí mi nombre, un verso y la fecha. Serían las siete y media cuando emprendí el regreso; el descenso del paredón requirió todas mis fuerzas y habilidad para vencerlo airosamente. Debo manifestar que para andinistas probos, que establezcan su campamento debajo de la cumbre; que vayan con elementos necesarios: picota, hacha de mano, clavos largos especiales para escalonar en el hielo, sogas, etc.; la ascensión del pico principal por este lado no ofrece mayores dificultades. Como yo iba solo, la subida del paredón, por llevar solamente picota, me resultó fatigosa y peligrosa, dada la distancia recorrida. Si bien el regreso lo hice por la misma ruta de ida, esta no es la definitiva por haber observado otra mejor, pero se hace necesaria la presencia de varios andinistas para recorrerla y dejarla expedita.
Descansé en el paredón, después de haber salvado el filo glacial. Hacía calor y el fondo del panorama occidental se iba entoldando de nubes. Con la vista cansada, seca la garganta, no prometía ser nada recreativa la marcha hacia abajo. Abundaba el agua, pero en estado sólido; no la tomé, fiel a los consejos que me dictaba la experiencia.
Generalmente el aire del ventisquero carece de humedad por la falta absoluta de evaporación por la proximidad de los hielos, pero en esta ocasión tenía la impresión de calor sofocante, como originado por el exceso de vapor de agua. Con un higrómetro saldría de la duda… y cuántos instrumentos más me faltaban!… Realmente los méritos de la ascensión iban disminuyendo a medida que bajaba. Es probable que algún día un refugio en el “Tronador” de nuestro C.A.B. facilite enormemente su ascensión y el acceso al turista a sus campos glaciales. Este refugio debería proveérsele de los instrumentos meteorológicos indispensables, como los tiene el refugio “Los Valdés” 2n Chile, puestos por cuenta de la Oficina Meteorológica de dicho país, a su disposición.
De estos y otros sueños me despierta una mancha, que se mueve lentamente en las rocas del filo Meiling-Tutzauer; mancha pequeñísima a varios kilómetros de distancia. ¿Alucinaciones ópticas de la retina irritada?… Prefiero suponer que sea el Dr. Neumeyer paseándose en demanda de frescura en esta tarde calurosa.
Al llegar al campamento improvisado no había agua. Es inútil buscar en los hoyos pequeños destinados a almacenar gotas del preciado líquido. Afortunadamente di con un metro cuadrado de nieve –10 cms. de alto. Estos cien mil centímetros cúbicos de nieve me darían unos litros de agua. No había que derrocharla, pero tampoco dejar de hacer el honor a unos buenos amargos, bien merecidos por cierto. El sol alto del 31 me despierta; anduve buscando rastros, pero en vano, por lo que bajé al puesto de Cancino en Pampa Linda, donde supe que el doctor Neumeyer y el ingeniero de la Motte, con el peón Emilio Goye habían subido hacia el Tronador. Emilio había abierto una picada y resuelvo visitar la expedición. El jueves 1º de Febrero me encamino nuevamente hacia el Tronador y llego a mediodía al lugar denominado por Meiling “Las Cuevas”. Poco antes de llegar a la misma lanzo un grito y sobre las rocas aparece sorprendida, la figura del dueño de casa; el Dr. Neumeyer y a su lado descansando, la del ingeniero de la Motte, a quien no conocía, si bien he leído y oído de sus hazañas andinistas. Ambos habían vuelto de una excursión de exploración por los ventisqueros. Entregué un pato asado que llevaba, el otro había llegado a destino dos horas antes. Pasé un día con los hombres de la caverna. Es esta una caverna hospitalaria. Había cuanto deseaba el corazón –en este caso el estómago del andinista.
Mi regreso del “Tronador” a Bahía López. – Algo afligido me despido el viernes 2 de Febrero a eso de las doce horas. La picada hecha por Emilio Goye baja en su parte superior por el filo Meiling-Tutzauer, tendido entre los valles del Alerce y de Castaña Overa. En el punto donde la picada toma bruscamente rumbo a este último arroyo, nace un zanjón que da casi en línea recta al lado opuesto, es decir al valle del Alerce. La entrada al zanjón es difícil por las piedras que se desprenden al descender. Su inclinación grande no disminuye, sino a los pocos cientos de metros del arroyo Alerce, saltos de agua, aún secos en esta época, retardan la marcha. Descansé dos horas a orillas del Alerce. La cuenca del valle en esta parte, sobre la margen derecha del arroyo la forma un extenso mallín, con pozos y aguas estancadas, conocido vulgarmente con el nombre de “ñadis”. Este mallín desagradable, quizás interesante para botánicos y entomólogos, se extiende hasta la pendiente oriental, cuyo bosque espeso es cruzado por las sendas de exploradores vacunos. En dos horas de marcha se llega ascendiendo a la división de aguas entre el Lago Frey y Arroyo Alerce, división que coincide con el “Divortium Aquarum Interoceánicum”. Este “divortium” hacia el Norte sube al Cerro “Mar de Piedras” tomando rumbo al Paso de las Nubes, y por el otro lado hacia el Sud se dirige al “Cerro de la Muerte”, Deja la Laguna de la Carne al Norte, pasa por varios picos, rodea el lago Luisa, sube al Cerro Bonete, llega serpenteando al macizo del Catedral y cae a las morenas que yacen entre los lagos Mascardi y Gutiérrez. Al proseguir la marcha encuentro a las 17 horas una picada, más la hora avanzada no me permite seguirla. Debo tomar directamente a la laguna de la Carne, problema interesante, por no ser visible desde ningún punto de la ruta descripta. Grande fue mi desengaño al llega; la linda playa donde soñaba pasar la noche, no existía. Esta laguna es grande y digna de ser visitada y fue explorada y descubierta en el año 1899 por el ingeniero Frey, conjuntamente con el lago que lleva su nombre, en sus exploraciones al servicio de la Comisión de Límites. Cómo y por qué fue bautizada “de la Carne” sabe contar don José Cretton, mejor conocedor de esta zona. Desagua por un arroyo que se precipita al Lago Frey. La depresión grande al Sur de esta laguna da al “Seno de la Trinidad”. Con muchos troncos largos de lengas caídas se puede hacer una hoguera gigantesca, alumbrar el bosque fantásticamente y pasar la noche sin cama, pero en compañía de la bombilla.
El sábado 3 de Febrero hubo carreras con algunos pichones de caiquenes –avutardas– que aún no sabían volar. El terreno les dio tanta ventaja, que las perdí de vista a todas. Poco después las enanas hayas se empeñan desesperadamente en cerrarme el paso hacia el Este.
Luego la ruta asciende casi a los 2000 metros; descubrí una lagunita, que por pequeña quedó sin nombre y me dirijo al Cerro Frey que por este lado aparece muy tendido. Desde este punto es fácil descender. En la última depresión antes de llegar al Cerro Capitán, descendí al valle superior del arroyo Gemelos y a picadas más. Llegué hasta la Casa del Bote sobre el Brazo de la Tristeza donde pernocté. El domingo 4 de Febrero seguí después del mediodía, llegando a Bahía López a las 16 horas, donde gentilmente atendido por sus moradores pude recuperar mis fuerzas. Me puse en comunicación telefónica con el Club Andino y a las 21 horas salí para Bariloche; con los socios y miembros del mismo, Ing. Emilio E. Frey y Otto Meiling, que me vinieron a buscar.
Las fotos que ilustran Páginas Patagónicas fueron tomadas por Ramiro Calvo durante una ascensión al Pico Argentino del Cerro Tronador.
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