Historia de la salud en nuestra región

La asistencia médica en la región de los lagos hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX era una cuestión difícil, si se contaba con un médico en la zona había que ubicarlo, de lo contrario se debía viajar a Chile.

El contexto

El último cuarto del siglo XIX fue un periodo de profundos cambios en la Norpatagonia: a grandes rasgos, las campañas militares diezmaron a las sociedades nativas; el gobierno nacional creó la figura de los Territorios Nacionales a partir de la subdivisión de la Gobernación de la Patagonia; y la tierra pasó a ser un bien de mercado cuando un conjunto de leyes provenientes del Estado nacional, permitieron el traspaso de tierras indígenas a la condición de fiscales y luego a manos privadas. En este marco, en 1902 se creó la Colonia Agrícola y Pastoril y el núcleo urbano de San Carlos de Bariloche, cuya población original, primaria y espontánea, se había instalado en las proximidades del Fuerte Chacabuco. En estos años vemos a través de distintas historias de vida como el estar enfermo o tener un accidente implicaba un largo y penoso viaje a Chile, para contar con asistencia médica. Por otro lado, en los casos más leves se recurría a la medicina tradicional.

Paralelamente a nivel nacional, a medida que el Estado se terminó de consolidar y la relación con la sociedad se fue complejizando fue necesaria la intervención social del mismo; así se crearon políticas sanitarias vinculadas a la preocupación por la higiene pública y la profesionalización de la medicina, en tiempos en que la enfermedad comenzó a ser percibida como un problema social. En este proceso se crearon una serie de instituciones (a nivel tanto sanitario, como penitenciario y educativo) que determinaron la creación de un Estado normalizador. Pero la modernización llegó a los Territorios Nacionales más tarde y cuando sucedió fue pobre e insuficiente por falta de “respaldo material, político y humano”. El higienismo que guió las políticas sanitarias a nivel nacional, en los territorios solo se vio a través de los maestros, que se convirtieron en divulgadores del mensaje científico.

La inversión en educación, infraestructura y salud era muy baja en los Territorios Nacionales y los salesianos fueron los que organizaron en gran parte de la Patagonia, salas de primeros auxilios y pequeños hospitales sin complejidad técnica. Estos eran mantenidos gracias a la colaboración de las comunidades.

La salud en la Norpatagonia

En relación a la salud, se perciben en la Norpatagonia dos etapas: la primera hasta fines de los años 20, caracterizada por la precariedad y falta de infraestructura, de personal diplomado y de insumos médicos; la segunda etapa abarca las décadas de 1930 y 1940, en las que se produce un paulatino proceso de institucionalización debido a que el Estado nacional se propone consolidar la soberanía en los territorios fronterizos y nacionalizar a su heterogénea población. En tal contexto, las prácticas llevadas a cabo por las diversas instituciones se basaron en una perspectiva preventiva: asistencia alimentaria, prevención de enfermedades, promoción de hábitos de higiene, control de enfermedades epidémicas, etc.

1934 es un punto de clivaje ya que la llegada del ferrocarril y la creación de la Dirección de Parques Nacionales y su llegada a la ciudad, dio inicio a un nuevo perfil económico y social de la región. Se produjo la recuperación de la crisis económica que atravesaba el país todo y la región en particular; y comenzaron a construirse las grandes obras. En 1936 se anunció la construcción del hospital, que se inauguró en 1938. Cabe destacar que Parques Nacionales donó el terreno y financió su construcción con la condición que el Estado Nacional aportara el personal experto en la materia ya que ellos no tenían experiencia al respecto. El Dr. Juan Javier Neumeyer, quien a mediados de 1930 era el director del Hospital Regional de Bariloche, fue el encargado de trasladar todos los internados al nuevo edificio en la calle Moreno, que comenzó a funcionar con 60 camas.

A continuación, centrados en la primera etapa y sobre la base de diversos relatos de vida, trataremos de conocer un poco más de nuestro pasado.

Los relatos de vida nos permiten conocer nuestro pasado

Uno de los relatos más antiguos nos remonta a 1892, cuando el Sr. Jones se cayó de su caballo sufriendo una fractura expuesta en una de sus piernas. En ese entonces no había médico en la región, por lo que se hizo traer uno desde el sur de Chile, quien luego de las primeras curaciones aconsejó llevar al paciente a Santiago de Chile, para que fuese tratado adecuadamente. Con dos personas de acompañantes y a caballo, emprendieron el viaje en invierno, demorando cinco meses en llegar a destino. En la capital del vecino país lo operaron y un mes después salió de la clínica, comenzando el regreso. Al cabo de casi un año, lograron llegar de nuevo al Nahuel Huapi. Este relato nos muestra lo difícil que resultaba acceder a un facultativo, y a veces cuando se pensaba que estábamos ante un médico diplomado, en realidad no era así; esta situación la vemos reflejada cuando a principios de siglo vivía en la región un médico que de casualidad se descubrió que en realidad era un enfermero que había trabajado con un médico en España, y que al morir el facultativo había desaparecido del poblado, junto con el título profesional del fallecido.

Recién en 1907 llegó acompañado de su esposa e hijo el Dr. José Emanuel Vereertbrugghen, de origen belga, convirtiéndose en el primer médico diplomado en establecerse en la región. Se instaló en el lago Gutiérrez, a 18 kilómetros del centro y con la asistencia de su esposa, preparaban medicamentos para sus pacientes, basándose en las propiedades curativas de las plantas. A su llegada el pueblo de San Carlos contaba con una partera, Peregrina Burgos y una comadrona de origen indígena. En 1912 fue nombrado médico de la Policía Fronteriza, lo que amplió su área de atención. El doctor se trasladaba a caballo para visitar a sus pacientes, llegando hacia el sur hasta Esquel, cubriendo toda la Línea Sur rionegrina y al norte hasta San Martín de los Andes. Además atendía una vez por semana en el hotel San Carlos, situado en Moreno y Villegas. El “doctor viejo” como lo llamaban los lugareños, tenía poco instrumental médico pero muy buena voluntad: se había entrenado sacando con la mano, clavos de una tabla, para de esta manera fortalecer los músculos de sus dedos pulgar e índice y así poder extraer las muelas de sus pacientes.

En 1915 se inauguró una precaria Sala de Primeros Auxilios, que se convirtió en hospital. Ubicada en un edificio cedido por la familia Mancioli, la misma estaba a cargo de la Congregación Salesiana y de algunos vecinos. La sala era atendida por el sacristán de la capilla José Cuaranta, de profesión zapatero, quién cumplía funciones de enfermero, farmacéutico y cuando era necesario, incluso de médico.

En relación a las farmacias, en 1910 llegó Francisco Jordi, quien fue el primer farmacéutico del poblado hasta que falleció en 1917. Le siguió Luis Fernández que abrió su farmacia donde hoy se encuentra la Catedral. En 1917 también llegó Fabio Luelmo que abrió su local en Moreno y Rolando, en los actuales jardines del Hotel Bella Vista. Años después, en 1949 llegó el farmacéutico Mariano de Miguel, quien compró con el bioquímico Jorge Gilmore, la farmacia del fallecido Federico Molinelli, que se encontraba donde hoy funciona la farmacia De Miguel. Gilmore compró la suya a Nicanor Aguirre en Mitre y O’Connor.

Comenzada la segunda década del siglo XX, llegó un grupo de jóvenes en “viaje de egresados”, uno de ellos, el joven médico Ernesto Serigós, no regresó a Buenos Aires y se convirtió en el primer médico argentino en estas tierras. En ese momento había dos médicos, “el doctor viejo” y “el médico alemán”, quien había llegado aproximadamente un año antes. Cuando Serigós fue a presentarse a este último con el propósito de trabajar en conjunto, se enfrentó a la confesión menos esperada: “el médico alemán” no era médico, sino un químico industrial, el cual no aceptó el ofrecimiento de ayudarlo en las cirugías y a los pocos días, junto a su esposa se fueron de la ciudad rumbo a Chile. Este fue el primer traspié que tuvo que sortear “el médico nuevo”, como lo bautizó la gente, ya que era cirujano y necesitaba asistencia para poder operar a los pacientes. El segundo gran problema con que se encontró estaba relacionado con las condiciones del precario hospital y el escaso y obsoleto instrumental que poseía. Con la ayuda del enfermero Cuaranta, acondicionaron lo mejor que pudieron el quirófano, aportó el instrumental que él traía y entrenó a Alicia Gingin, quien sería su anestesista, y al Cónsul de Chile que cumpliría el rol de asistente. Todo quedó preparado para una eventual emergencia y ésta no tardó en llegar, ya que en esa precariedad se realizó la primera operación a raíz de una peritonitis.

Posteriormente, el doctor Serigós viajó a Buenos Aires para aprovisionarse de medicinas e instrumental moderno y necesario y tiempo después una paciente le dijo “La única persona que confiaba en que iba a volver a San Carlos fue usted, doctor”.

El tiempo fue pasando, el doctor Vereertbrugghen decidió regresar a Bélgica y en Mitre y Onelli se construyó un hospital con consultorio externo, una sala de internación para hombres y dos salas para mujeres; contando además con sala de rayos y sala de cirugía. El doctor Juan Javier Neumeyer, otro pionero que se instaló y participó desde diversas vertientes en el proceso de convertir una aldea de montaña en una ciudad turística, fue su director hasta que años después se trasladaron al nuevo edificio. A fines de la década de 1920 llegaron otros médicos y farmacéuticos y coexistían los dos hospitales: el salesiano y el regional.

Cuando el doctor Serigós retornó a Buenos Aires, a pesar de las mejoras observadas, la situación en la región seguía siendo precaria en lo relacionado con la salud, la población seguía creciendo y los problemas también. Ante los numerosos reclamos de la población, las autoridades sanitarias a nivel nacional, enviaron en 1926 al doctor Luis Pastor con una enfermera. La situación era caótica: el hospital se había mantenido gracias a los aportes que realizaba Ferrocarriles del Estado, que se encontraba construyendo el ramal ferroviario, pero al paralizarse las obras por la crisis económica los aportes cesaron. Entonces el precario hospital se encontraba clausurado por falta de recursos. El doctor Pastor fue trasladado en 1929 y en esta oportunidad la situación se agravó por registrarse entre la población continuos casos de escarlatina y difteria. Nuevamente fueron las quejas locales las que determinaron que el Departamento de Higiene enviara en mayo de 1930, a los doctores Adolfo Ciancheta y Pablo Le, con los insumos médicos necesarios para hacer frente a la situación sanitaria.

Conclusiones

Los médicos e infraestructura hospitalaria en cantidad acorde a las poblaciones, solo llegaban a ciudades importantes por su actividad económica e inserción en el mercado nacional o internacional. En el Territorio Nacional de Río Negro, el primer hospital moderno fue el Hospital Regional de Río Negro de Allen, inaugurado en 1925. En cuanto a los pequeños hospitales de los diversos poblados, nacían y sobrevivían con el esfuerzo de las propias comunidades.

Ahora si bien es cierto que la medicina científica poco a poco se va a ir imponiendo sobre otras formas de curar, esto no quiere decir que las prácticas tradicionales desaparecieran, ya que como vimos se produjo un proceso de apropiación de los saberes populares relacionados con el uso de plantas medicinales mediante el cual la medicina occidental se agenció de ellos, pasando estos a formar parte de las prácticas médicas científicas.

El siguiente caso nos muestra la complementariedad de las prácticas y la aceptación o apertura si se quiere, a la medicina científica: Una mujer nativa proveniente de Collón Cura, tras dos días a caballo, llegó al hospital salesiano con su hijo enfermo. La machi lo había estado curando por empacho, pero la madre veía que el niño estaba peor. La medicina tradicional no dio resultado y la mujer, con buen tino, fue a buscar ayuda al hospital. El diagnóstico del doctor Serigós fue peritonitis y junto a sus ayudantes recién entrenados, realizó la primera cirugía de esa envergadura en la ciudad. En el posoperatorio, luego de una mejoría, el niño volvió a levantar fiebre, averiguando el doctor se enteró que en su ausencia le habían dado de comer al niño, por lo que tuvo que ponerle custodia policial a la cama del niño, para que se cumplieran sus indicaciones médicas. La creencia popular decía que había que darle comida al enfermo o éste se moriría, por esta razón cuando él se distrajo le dieron un buen guiso. Años después se comprobó científicamente que una alimentación temprana, contribuye al restablecimiento del paciente, es decir que la tradición popular no estaba tan errada.

Las machis tenían un rol protagónico en las ceremonias religiosas, en las prácticas curativas y en la confección de remedios, pero cuando no podían resolver la situación, la mayoría se acercaba, aunque con desconfianza, al nuevo médico. Pero no solo había que decidir recurrir al médico, en estos años, primero había que averiguar dónde se encontraba en ese momento, luego mandar a alguien a buscarlo y por último esperar que llegara pronto. Tengamos presente que la visita a un paraje de la línea sur significaba días debido a que el médico iba por un enfermo, pero los pacientes se acercaban de todos lados al saber que él andaba por esos pagos.

*Sibila Mujanovic es enfermera, se graduó en la Universidad Nacional del Comahue, Centro Regional Universitario Bariloche, como profesora y licenciada en Historia y fue miembro del CEHIR ISHIR CONICET Nodo Comahue.