A la vera del fogón: Recordando a don Ricardo Felley

Compartimos la charla mantenida hace 15 años con Ricardo Felley, antiguo poblador y nieto de pioneros centenarios de Bariloche cuyos recuerdos –atesorados en una memoria prodigiosa– son historia viva.

La historia de mi familia comienza en Suiza, en la zona del Cantón del Vole, que según decía mi papá quiere decir el lugar del ternero. En 1895 mi abuela María Goye y varios de sus hijos (Julio, Enrique, Josefina y Celina) se embarcaron, cruzaron el atlántico, entraron por el estrecho de Magallanes y subieron hasta Talcahuano, en Chile. Esa travesía en barco en esa época duraba alrededor de un mes y mi abuela la realizó sola, porque había enviudado antes de partir. (Eso es algo que me enteré hace poco: a mi abuelo lo mataron seguramente por cuestiones políticas). Desde Talcahuano empezaron a bajar a Victoria –donde se quedaron algunos familiares– y así fueron distribuyéndose. María Goye se vino para la Argentina a principios de siglo. Estuvo un tiempo largo en la costa del lago Moreno, donde vivía Félix Goye, un hermano de ella. De toda esa gente que vino se formó un pueblito: la Colonia Suiza. Ahí sembraban muchas cosas. Traían las semillas del extranjero y crecía de todo.

Mi abuelo paterno –el abuelo Felley– junto a sus hermanos y sus tíos, llegaron a la Argentina en el año 1901. No había nada en Bariloche en ese entonces. A nosotros nos dieron un lote pastoril de 625 hectáreas cerca del punto panorámico, en la zona de la hostería Las Cartas. Como la familia se iba ampliando mis abuelos solicitaron al gobierno otro lote en la costa del Gutiérrez. Por ese entonces el gobierno argentino le daba apoyo a los pobladores que venían del extranjero. En 1910 nos fuimos a esos lotes pastoriles y ahí el abuelo hizo la casa, que tenía una linda vista pero le pegaba mucho el viento. Nuestro lote abarcaba desde la costa del lago Gutiérrez hasta el filo del cerro Meta. Una vez instalados sembramos trigo, avena, papas y hasta llegamos a tener zapallos de 16 kilos. De todo se daba. Lo principal para comer no nos faltaba. También teníamos animales vacunos, así que ordeñábamos vacas y con la leche hacíamos el queso. Se comían cerdos, se la pasaba bien. Al que tenía ganas de trabajar nunca le faltaba nada. Al contrario. Sin embargo con lo que más trabajábamos era con el aserradero.

Francisco Felley –mi papá– se casó en 1918 con mi mamá, Clotilde Cretton, que había nacido en la costa de Chubut. Yo nací en junio de 1922. Tenía como 5 años cuando nos vinimos de Colonia Suiza para el Gutiérrez. Ya éramos por ese entonces 4 hermanos nacidos en Colonia. Mis otros hermanos nacieron todos en el Gutiérrez. Josefina –la hermana de mi papá– también anduvo bastante por la Patagonia. Primero se había afincado en Piedra Parada, pero su marido era una persona que le gustaba cambiarse seguido de lugar. En Piedra Parada criaron muchos animales hasta llegar a tener una tropa de animales vacunos que vendieron a una persona de Jacobacci. Esa persona no les pagó nunca y entonces de bronca se fueron a la zona de Esquel, cruzaron el lago Futalaufquen y poblaron del otro lado. Ahí mi tía Josefina y su marido hicieron su casa y criaron animales nuevamente. Pero a él le trabajaba algo en la cabeza. Un día agarró el lazo, dijo que iba a dar una recorrida por el campo y ya no volvió más. A los 8 meses lo encontraron. Estaba cerca de la casa, ahorcado con el lazo, colgando de un árbol. Tiempo después, la viuda se juntó con un tal Rosales y tuvo varios hijos más. Una vez al año iban para el lado de Esquel a buscar mercadería. Tenían que cruzar el lago en bote, porque no había camino por la costa en ese entonces.

En 1926 mis familiares armaron un carro que fue el vehículo más importante que hubo en ese momento. Mi papá lo utilizaba para ir a unas salinas que quedaban cerca de Maquinchao y Jacobacci. De aquí llevaban tejuelas, maderas, muebles y ventanas que trabajaban en el aserradero. Y traían sal. Todo el pueblo de Bariloche consumía la sal que traíamos. Era muy preciada. Se consumía mucho. En ese entonces esos caminos eran huellas marcadas solamente por las ruedas de los carros. Ellos iban en 3 o 4 carros y en cada viaje –para ir y volver– se tardaba como mínimo un mes. Mucha gente de la zona trabajaba en el aserradero de los Felley. De a poco iban apareciendo los comercios en Bariloche. Recuerdo que en ese tiempo existía solamente la pensión San Carlos y cerca de la costa –casi a la altura de la calle Mitre– había unos molinos harineros que eran de Capraro. El principal negocio de ramos generales lo construyó la compañía Chile–Argentina. Don Primo Capraro trabajó para esa compañía y terminó quedándosela. Con el aserradero de la Chile–Argentina fue muy importante la cantidad de casas que construyó. No sólo en Bariloche. También en Esquel, Jacobacci y hasta en Maquinchao. Incluso la casa donde vivimos nosotros la hizo Capraro. Y mi padre pagó ese trabajo con madera en rollizos. Tuvo que entregar muchísimos rollizos de ciprés. Se volteaban, se llevaban a la costa del lago Gutiérrez con bueyes, se hacían balsas y se llevaban a la punta del lago, en donde ahora está villa Los Coihues. Todo el tránsito hasta Bariloche en ese tiempo era por el lago, porque era lo más directo y lo más accesible. Mi padre trabajó bastante para tener esta casa. Y Capraro hizo en pocos años muchas casas y también almacenes de ramos generales. La casa Lahusen fue uno de los comercios más grandes que hubo en esa época. La compañía San Martín –que era de gente de Viedma– también tuvo un almacén bastante grande. Y don Benito Boock y su hermano también abrieron un almacén por aquellos años. Esos eran los comercios más grandes.

El aserradero del abuelo era el único que funcionaba con agua en Bariloche. Para hacer funcionar la turbina –que además nos daba luz– se hizo un dique a 200 metros del aserradero con el que se ganaban 40 metros de desnivel. El agua venía por un caño y utilizando la caída y la presión se hacía funcionar la turbina. Y mientras funcionaba el aserradero no había luz en las casas. A las 6 de la tarde se terminaba de trabajar y en la casa ya estábamos con el lavarropas lleno de agua o listos para hacer otros quehaceres cotidianos que requerían luz. Se daba luz hasta las 11 de la noche, hora en que íbamos a cerrar la turbina atravesando el bosque. Nos organizábamos para ir una vez cada uno. Ese tendido eléctrico lo hicimos nosotros con algún otro que entendía un poco más. A medida que iba disminuyendo el agua ibas teniendo cada vez menos luz. La turbina se la habíamos comprado a Capraro. Originalmente estaba instalada cerca del Club Andino –que era por donde estaba la toma de agua– y tenía como 300 metros de caños. Él la había comprado en Valdivia. Por ese entonces estaban mucho más adelantados del otro lado de la cordillera. Se ve que tenían fundición. A Capraro en esos años le fue muy bien. Tenía el vapor El Cóndor que también lo había traído desde Valdivia. Era un barco bastante grande que cruzó la cordillera para llegar hasta Bariloche. Lo trajeron navegando por el lago Todos los Santos y de ahí lo cruzaron por la cordillera hasta el lago Frías. Después cruzaron el lago e hicieron otro tramo por tierra hasta el lago Nahuel Huapi. La cuestión es que a ciencia de bueyes Capraro y la Compañía Chile–Argentina trajeron El Cóndor hasta Bariloche. Eso fue en el año 1910 aproximadamente. Después llegó a Bariloche un ingeniero naval que hizo varios veleros más y otras embarcaciones medianas.

Viviendo en el Gutiérrez nos relacionábamos principalmente con gente que venía de Bariloche, ya que éramos pocos los pobladores en la zona. Los vecinos más cercanos eran los Inalef, que vivían en el mallín entre los lagos Gutiérrez y Mascardi. Ese lugar hasta 1902 fue el límite fronterizo con Chile, cuando la frontera estaba dividida por las aguas y no por las cumbres, que fue lo que estableció el tratado que logró hacer firmar Francisco Moreno y que todavía está vigente. El señor Inalef era indígena pero muy bien aprendido y todos sus hijos salieron carpinteros. Ellos se hacían muy buenas casas. Tiempo después Vereertbrugghen compró, en sociedad con Alejandro Torrontegui, un lote muy lindo que tenía Agustín Inalef. Los pobladores de la zona, al igual que yo y mis hermanos, fuimos a la escuela del Mascardi. Yo fui hasta cuarto grado y después estudié un poco contabilidad por correspondencia, que para esa época era bastante. Sin embargo fui de los últimos en ir a la escuela. Reconozco que si bien en mi vida aprendí bastante, me faltó escuela. El primer camino hasta Mascardi lo abrió por 1935 un batallón del ejército que vino desde San Nicolás. Antes solo había una huella. Se podía ir a caballo o con bueyes pero sin carro. Vinieron unos 300 soldados desde San Nicolás y económicamente nos dieron un empujón bueno, porque nuestra familia hacía empanadas y viandas y se las vendía al ejército. Además de ir avanzando en la construcción del camino y de comprarnos comida, también fueron apareciendo los maridos para las jóvenes que vivían por estos lados. La primera que se casó fue Ida –en 1937– con Ramón Andrade, un carpintero que había venido de Punta Arenas. Pero antes esas cosas no se contaban. Recuerdo volver de la escuela y ver mucha gente en nuestra casa y resultaba que se casaba algún familiar. A los hermanos más chicos no se les contaba nada. Hubo muchos casamientos en la casa rosada, que se construyó en 1930, casi junto con el camino.

El abuelo hablaba muy poco castellano porque su idioma original era el francés. En Suiza fue muy poco a la escuela. Era un hombre parco. Cuando llegó a Bariloche tenía once años y llegó a caballo. Era parco pero era bueno y muy familiero. Siempre había muchos familiares sentados a su mesa y la casa se llenaba de gente. Te imaginas: 11 hijos y 11 nueras, un montón de nietos, todas las amistades y todos los de Colonia. Hasta hoy en día vos conversás con la gente de Bariloche y te dicen que alguna vez vinieron a alguna fiesta de la casa rosada. El que vino a alguna de esas fiestas no se la olvida más. Están en la memoria de todos. En Colonia Suiza se hacían fiestas importantes también. Siempre con una cantidad de gente. Cuentan que en 1918 cuando se casó mi mamá, había un montón de personas. También recuerdo hacia fines del ´30 –cuando mis hermanas se empezaron a casar– que hubo un montón de fiestas sucesivas. Yo me casé en el ´45 con Irene Rivas Goye. Mi Señora era parte de la familia de Colonia Suiza. Ella nació allí, de ahí se la llevaron a Chile y a los 18 años volvió para Bariloche. La conocí por intermedio de una tía que trabajaba en el hotel de Colonia. Yo era primo hermano de mi esposa. No éramos primos hermanos directos, sino por doble matrimonio. Tuvimos que pedir permiso por carta al Papa de aquel entonces para casarnos. La carta con la autorización para casarnos tardó en llegar y casi que llegó cuando ya estábamos en la iglesia. También hubo fiesta con mucha música. Yo tocaba muy bien el acordeón y se bailó mucho entre los presentes.

Mantuvimos esta charla con don Ricardo Felley en el otoño del año 2011, la misma fue publicada en la novena edición de nuestra revista. Don Ricardo falleció cinco años después, a sus noventa y cuatro años, en el invierno del 2016.