Adriana Serquis –presidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica– nos cuenta sobre la necesidad de contar con energías renovables propias y lograr soberanía tecnológica utilizando las características de cada región.
¿Cómo está conformada la Comisión Nacional de Energía Atómica?
La institución básicamente está dividida en 3 grandes centros atómicos –Bariloche, Constituyentes y Ezeiza– más la sede central en Buenos Aires. También existen 4 centros regionales: Noroeste, Cuyo, Centro y Patagonia –que funciona en Trelew–. Así que la diversidad de tareas que tiene la institución es amplia, incluida el área de medicina nuclear, que ha tomado mucha fuerza en la última década con la generación del Proyecto Núcleo Vida y la creación de centros de radioterapia en el país, como, por ejemplo, Intecnus.
Quienes estamos a cargo actualmente consideramos que tenemos que hacer un cambio estructural, una reorganización interna a partir de analizar la estructura de la institución y compararla con otra similares, evitando la superposición de funciones de las diferentes áreas. Además, creemos que la CNEA tiene que articular con otros espacios del gobierno como los ministerios de Salud, Ciencia y Técnica, Interior y Medio Ambiente y no solo con la Secretaría de Energía –que funciona dentro del Ministerio de Economía– de la que dependemos actualmente.
Tenemos que articular mejor para optimizar el funcionamiento de cada programa, fundamentalmente con el Ministerio del Interior ya que cada provincia tiene características, diagnósticos y particularidades específicas.
¿Qué sentiste cuando fuiste designada presidenta de CNEA?
Cuando era pequeña quería ser astronauta. Recuerdo que jugando con mi abuelo destilábamos alcohol y hacíamos diferentes experimentos físicos. Sin embargo, cuando fui creciendo también me fui interesando por las cuestiones sociales, de hecho, quería ser trabajadora social, aunque terminé siendo docente de física porque no podía abocarme a todo a la vez.
Sin dudas mi actual función implica una vida distinta a la que venía llevando como docente e investigadora y tengo otras responsabilidades. Cuando me preguntan si me gusta mi tarea respondo que no pasa por si me agrada o no, sino que se trata de un desafío.
Las primeras sensaciones, cuando me designaron a mediados del 2021, fueron encontradas: por un lado, un poco de temor y por otro lado la alegría de tener la posibilidad de aportar para que las cosas cambien.
Como en toda gran institución no es nada fácil ir contra la tradición verticalista. Por eso para cada una de las tareas que vamos desarrollando estamos armando comisiones lo más plurales posibles y así se vienen dando armados de trabajo que parecían imposibles y que integran a profesionales de diversas áreas trabajando con denominadores comunes. Un ejemplo concreto fue la actividad del Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra las Mujeres, para la cual convocamos a representantes de los medios, de organismos estatales y de diferentes colectivos de mujeres que se sumaron al equipo de trabajo conformado para darle a esta actividad carácter institucional. Estas experiencias son muy enriquecedoras y crean una sinergia particular.
Esta intención de amplitud y pluralidad también la propiciamos al momento de conformar la comisión específica que actualmente analiza un contrato de suministro de combustibles para una nueva central nuclear –que es muy posible que firmemos con la NASA– para la cual convocamos a todos los profesionales que tuvieran experiencia en el tema, porque la institución es muy grande, sus ámbitos de aplicación son inmensos y el tema de integrar las comisiones de trabajo de manera plural e interdisciplinaria es algo que a veces no resulta sencillo.
¿Crees que las mujeres están en la misma condición que los hombres para acceder a puestos directivos?
No. Eso es algo que pasa en muchos lados y se denomina Techo de cristal, un efecto que hace que a medida que se va ascendiendo en la escala jerárquica queden menos mujeres. Este tema se volvió dramático dentro de la CNEA, tal es así que cuando asumí, siendo la tercera mujer electa en la historia de la Comisión, no había mujeres a cargo de ninguna de las 23 gerencias existentes. En la actualidad ya somos 5, incluyéndome, y en la gerencia de uno de los proyectos principales hay una mujer oriunda de Bariloche.
Creo que los factores son múltiples, entre ellos uno muy frecuente son las “tareas de cuidado”, que por lo general son realizadas por mujeres que deben postergar su carrera o trabajo. Otros factores son los mandatos –que al igual que en la vida personal se imponen de manera inconsciente en las instituciones– y lo que hoy conocemos como micromachismos, esos maltratos constantes que existe hacia las mujeres en los ámbitos laborales y en el resto de los ámbitos sociales en los que nosotras en general enfrentamos situaciones que a los hombres no les toca.
Sin dudas hay mucha invisibilización y desvalorización respecto de las mujeres y eso es algo que lo vemos en la historia. Por eso creo que la discriminación positiva a veces es necesaria en primeras instancias. En este caso sería que existan cupos obligatorios de mujeres, algo que existe para los cargos políticos pero que aún no se aplica en ámbitos científicos como el de la CNEA. De hecho, hay una universidad en Chile donde se implementaron cupos de ingreso por orden de mérito y vacantes fijas para ser ocupadas por mujeres. 5 años después en esa universidad había un 30 % más de mujeres, lo cual naturalmente hizo que aumente el porcentaje de mujeres que egresaban con su título universitario. Este tipo de experiencias y de análisis son los que nos tienen que animar a dar el debate para que existan cupos.
Por supuesto que las mujeres no queremos entrar o ascender jerárquicamente en un ámbito laboral o académico por nuestra condición de género sino por nuestros méritos y capacidades, los cuales, lamentablemente, no siempre se llegan a visibilizar. Pero si creemos que la capacidad está equipartida entre hombres y mujeres y si no buscamos una pluralidad nos estamos quedando con menos capacidades de las que podríamos tener.
Otro ejemplo concreto de esta desigualdad es que no hay ninguna profesora titular en el Instituto Balseiro y lo que más preocupa es que ingresaron aún menos mujeres a la carrera en los últimos años. En la carrera de física en el Instituto Balseiro tenemos solo un 12 % de mujeres mientras que en la misma carrera en el resto del país hay muchas más. ¿Qué es lo que pasa? No lo sé, creo que habría que realizar un estudio sobre este fenómeno.
Evidentemente hay un montón de cosas que, a lo largo del tiempo, se estuvieron metiendo debajo de la alfombra, pero ahora las mujeres no estamos dispuestas a callarnos. Sin embargo, creo que de a poco vamos ganando ciertas batallas, una de ellas, por ejemplo, es que actualmente en el Instituto Balseiro hay una comisión de género, diversidad y bienestar que trata y profundiza estos temas.
¿Cómo se realiza la transmisión de conocimientos dentro cada área?
La Comisión cuenta con 3200 trabajadores a los que se suman los becarios e investigadores de Conicet que son 500 personas más. Desde el año 2016 al 2020 se ha perdido una cantidad de personas importantísimas, unas 680 aproximadamente, en su gran mayoría producto de jubilaciones, lo cual pone en evidencia que tenemos una planta bastante envejecida y que necesitamos incorporar personas jóvenes para cubrir esas vacantes. Y otras tantas fueron pérdidas a causa de renuncias de profesionales cuyo poder salarial se fue diezmando y terminaron partiendo al exterior por motivos económicos. El capital humano es lo más importante que tiene la institución y se va perdiendo terriblemente, porque si los que se jubilan no llegaron a formar nuevos profesionales con experiencia se pierden conocimientos en cada una de esas líneas de trabajo y eso no se recupera fácilmente.
Evidentemente un problema que tenemos es el envejecimiento de la planta. Ya en la década del noventa se generó un hueco en la franja entre 40 y 50 años, producto de profesionales exiliados, lo que diezmó bastante a nuestra generación. Entonces casi no hay mandos medios en relación a la cantidad de profesionales que se están por jubilar o que recién ingresaron a la institución, sobre todo a partir de la reactivación del área nuclear, que en la Argentina siempre fue con fines pacíficos.
En síntesis, con la pérdida del 20 % del personal de planta en muchos puestos no tenemos gente capacitada de reemplazo, ya que quienes se fueron se llevaron su conocimiento y capacitar requiere años. Así es que estamos tratando de reincorporar gente que se fue y tenga ganas de volver al país que los ha formado a devolver parte de lo que han aprendido. Eso es un poco lo que nos pasó: no tener inversión en Ciencia y Técnica hizo que muchos profesionales se sintieran echados. Sin ir más lejos soy parte de la generación de científicos a los que mandaron literalmente “a lavar los platos” y que nos terminamos exiliando en el exterior. En mi caso personal volví al país en el 2004, después de trabajar en Los Álamos, National Laboratory, en Nuevo México, EEUU, lugar tristemente famoso por ser donde se generó la bomba atómica, pero que también tiene un montón de otras áreas de aplicación. En ese espacio, que contaba con 14.000 profesionales, trabajé en el área de superconductividad con las características de los materiales, que es el área de donde viene mi formación.
Si bien soy física al trabajar en el área de materiales estoy acostumbrada a trabajar en grupos interdisciplinarios, que es algo que hay que seguir fortaleciendo en todos lados porque el desarrollo tecnológico no surge de una sola cabeza: la imagen que tenemos del científico, solo en un laboratorio con los pelos volados y haciendo descubrimientos geniales no coincide con el trabajo en equipo, que afortunadamente se realiza cada vez más seguido, apostando a tener diferentes miradas.
En general en el exterior a los argentinos nos ven con buenos ojos porque tenemos mucha versatilidad. Lo que sucede es que fuimos progresando en un país y un mundo que va cambiando todo el tiempo, lo que hizo que nos dediquemos a diferentes cosas además de nuestra función específica, entonces tenemos más facilidad para adaptarnos y obtener soluciones para problemas que vienen de otros lados, y eso por lo general es muy valorado. Por lo general estudiar en el país otorga una buena formación en matemática, física, ingeniería y química gracias a las universidades argentinas, que están muy bien posicionadas.
¿Qué desarrollos tecnológicos urgen a nivel regional?
Creo que hay debates y desarrollos que no se tienen que dar solamente en este ámbito sino, por caso, en el de la producción de las economías familiares, como fortalecer las huertas y optimizar el uso del agua, por ejemplo. Ahora se está debatiendo mucho el tema del hidrógeno verde y nuestra función es la de seguir participando y asesorando al respecto, ya que hay un montón de conocimiento acumulado en los últimos 25 años en materia de tecnologías relacionadas con el hidrógeno y creemos poder aportar.
Sin embargo, muchas veces los desarrollos científicos tecnológicos son a largo plazo. Todo lo que tiene que ver con las transformaciones energéticas es imposible pensarlo de aquí a un par de años y hay que seguir invirtiendo en investigaciones a mediano y largo plazo para que suceda.
Por otra parte, somos una institución federal y todas las sedes, ubicadas en diferentes partes del país, estamos interrelacionadas, por eso en la actualidad estamos dispuestos a trabajar con los municipios, queremos profundizar esos espacios de trabajo territorial diversificando nuestras funciones, lo que hace que tengamos que recalcular nuestras propias energías.
¿Cuál es la relación que tienen con universidades, centros educativos y organizaciones?
Cada centro atómico tiene un centro educativo. El más conocido y antiguo es el Instituto Balseiro –fundado en el año 1955– con una enorme trayectoria y articulado con la Universidad de Cuyo. Los otros dos institutos educativos que tiene la Comisión son, el Instituto Sábato en el centro atómico Constituyentes y el Benison en el centro atómico Ezeiza, que articulan con la Universidad de San Martín. El Sábato cuenta con 30 años de historia y el Benison es más reciente, se relaciona con las aplicaciones de la radioquímica y está orientado hacia la medicina nuclear que es, por ejemplo, con la que se diagnostica el cáncer.
El Instituto Balseiro, si bien tiene tradición en Física, a través de los años fue sumando carreras –como la Ingeniería Nuclear Mecánica y Telecomunicaciones– y en conjunto con la Universidad de Cuyo vienen formando profesionales en esas áreas desde hace muchos años. Justamente Invap y un montón de otras empresas que surgieron recientemente se nutren de estos institutos educativos.
Respecto a la relación con otras instancias de organización comunitaria, en lo personal, previo a este cargo, vengo de trabajar con organizaciones, así que conozco bien la labor que hacen en la comunidad. Por ejemplo, con la ARB –Asociación Recolectores Bariloche– se está haciendo un convenio para formar técnicos que puedan colaborar con el mantenimiento de sus máquinas y también se firmó un acuerdo con la Municipalidad, para poder avanzar en cuestiones de desarrollo tecnológico que puedan requerir cierto apoyo.
Por otro lado, estamos analizando la generación de un fondo conformado por el Instituto Balseiro e Invap para la presentación y selección de proyectos tecnológicos abierto a organizaciones sociales, para ver qué necesidades puede haber en la comunidad en las que nosotros podamos colaborar. Es fundamental recuperar el entusiasmo ya que en todos los ámbitos de la institución hay muchas ganas de volver a generar nuevos lazos con todas las instituciones que nos rodean.
¿Qué significa la soberanía tecnológica y cómo se logra?
Para responder primero tengo que contar qué es la matriz energética: básicamente se trata de las fuentes primarias de las cuales se obtiene la energía con las cual funcionamos todos los días. La mayor parte de los países del mundo, y nuestro país no es una excepción, tiene más del 70 % de esa energía basada en combustibles fósiles: gas, petróleo, carbón. Hay un compromiso de nuestro país, de poder transformar esa matriz energética hacia una más limpia que disminuya la emisión de dióxido de carbono que es lo que nos está empujando al cambio climático que no queremos. Ese cambio requiere que dejemos de utilizar combustibles fósiles primarios. Las alternativas son las energías renovables que, si bien son propicias, requieren tecnologías que son importadas y por otro lado también tienen el problema de ser intermitentes y no sostenerse todo el tiempo, ya sea por cuestiones climáticas o por la cantidad de horas de sol o viento, etc. Entonces tenemos que aprender a desarrollar tecnologías que nos permitan almacenar esas energías.
La soberanía se basa en que toda la producción de esa energía que tenemos pueda hacerse con industria nacional y podamos tener el conocimiento para poder desarrollarla. La transición a esa nueva matriz no se puede hacer de un día para el otro. Pero sin dudas creemos que es posible hacer una diversificación aprovechando las condiciones naturales que tiene el país: sol en el norte, viento en el sur y obviamente la energía hidroeléctrica, pero, por ejemplo, si aumentamos mucho esta última resulta dañino para el medio ambiente ya que es imposible y contraproducente poner embalses en todos los ríos.
Por eso hay que analizar toda esta diversificación posible de las fuentes de energía primaria y esa transición se tiene que dar aprovechando las exploraciones realizadas hasta el presente, lo que ya tenemos para que cada uno de estos aprovechamientos energéticos tenga un uso y un control adecuados.
En relación a la energía nuclear existe el “cuco” que se instaló luego de lo que paso en Chernobyl y Fukushima, sin embargo, las nuevas tecnologías sin dudas son más seguras. Es como la diferencia entre viajar en avión o en auto: es más probable que tengas un accidente viajando por tierra, pero le tenemos más miedo al avión, aunque tenga muchos más controles. Lo mismo pasa con la energía nuclear. En relación a esto, como sociedad, tendríamos que dar el debate y hacerlo con responsabilidad.
¿Qué objetivos tienen a mediano plazo y cuáles son los desafíos de su gestión?
Como primera medida hay que volver a tener un organigrama institucional creíble con la incorporación de gente y la formación adecuada de la misma. Queremos mejorar el área de comunicación para tener una relación presente y acorde con las comunidades en la que estamos insertos en cada uno de los lugares del país. También prestarle mucha atención al rol de las mujeres dentro de la institución: mejorar todos los temas relacionados con maltratos y que se sientan valoradas. En cuanto a proyectos, el objetivo es finalizar los grandes proyectos que están en marcha, como los reactores, y poder articular, desde las áreas vinculadas a la medicina nuclear, con el Ministerio de Salud y Ciencia.
Por otro lado, estamos articulando con la provincia de Río Negro y CONICET para retomar el viejo proyecto de un museo interactivo de ciencia, que pueda funcionar en un espacio de la CNEA y que se afiance como un centro de difusión de todas las tecnologías, para poder mostrar qué es lo que se hace en cada una de las instituciones del ámbito científico tecnológico del país y también promover los debates necesarios en materia de ciencia, tecnología y energía dentro de la comunidad.
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