Desde tiempos inmemoriales las mujeres y los hombres usamos las plantas en rituales con la intención de protegernos, mejorar las cosechas y la fertilidad y propiciar la cura de enfermedades.
Desde tiempos inmemoriales las plantas se usan en rituales mágicos–religiosos con la intención de mejorar las cosechas, la fertilidad y propiciar la cura de enfermedades. Si bien entre los siglos XIII y XVI la Iglesia Católica mediante la utilización de la Inquisición se dedicó a la quema masiva de mujeres acusadas de practicar la brujería, estas celebraciones se mantuvieron vivas en el seno de todos los pueblos del mundo.
La ruda macho –Ruta chalepensis–, originaria del Mediterráneo y el Asia menor, goza de muy buena fama. Cuenta la historia que los jueces romanos llevaban consigo algunas hojitas cuando debían estar en contacto con algún prisionero, pues existía la creencia de que la ruda los preservaba de las contaminaciones y del mal de ojo. Los chinos también le adjudicaron características benéficas. La usaban para contrarrestar las fiebres palúdicas y los malos pensamientos. Para los magos celtas, la ruda era una verdadera defensa contra hechizos y trabajos maléficos. Solían usarla para las bendiciones y la sanación de los enfermos. Y ese mismo carácter sagrado tuvo para los egipcios, hebreos y caldeos, quienes afirmaban que la planta de ruda era un don de los dioses.
Aunque es exótica, la ruda ha sido utilizada y sigue utilizándose ampliamente como planta protectora por parte de los pueblos de Abya Yala –nombre dado al continente americano por el pueblo Kuna antes de la llegada de los europeos– y por ello se ofrenda a la Pachamama, se la planta a la entrada de las casas y también se bebe caña macerada con ella para fortalecerse y evitar los males del invierno.
El rito de beber caña con ruda tiene su origen en la tradición guaraní y es celebrado todos los 1º de agosto con la intensión de prevenir los males que pueden llegar en este mes. En las zonas habitadas por los guaraníes el frío estacional sumado a las grandes lluvias provocaban serias enfermedades. Muchos habitantes morían por las pestes y los nativos encontraron la forma de combatir los males:
sus chamanes elaboraron un remedio consistente en mezclar hierbas con aguardiente, que debía beberse al comenzar la estación de las lluvias. Con el paso del tiempo de la Guaripola original fabricada con chañar, algarroba, patay o tunas, se pasó a la caña –la más popular es la paraguaya– y el lugar de la “contrayerba” –mezcla de hierbas medicinales nativas– ahora es ocupado por la ruda.
Esta legendaria planta crece muy bien en nuestra zona en los lugares protegido de los vientos y las heladas fuertes. Gusta de mucho sol. Se propaga por semillas o estacas. En cuanto a su nombre común el de “ruda macho” hace referencia a una planta de hojas y porte más grande, mientras que la “ruda hembra” –Ruta graveolens– es más pequeña. Botánicamente, son dos especies distintas. Ambas comparten propiedades y el saber popular prefiere usar una u otra de acuerdo al problema a tratar. La palabra Ruta deriva del griego reuo, cuyo significado se traduce por salvar, liberar, proteger.
El Laurel –Laurus nobilis– es originario de Asia menor y Europa. Símbolo de gloria y honor, por su agradable perfume se lo consagró a los dioses del Olimpo, principalmente a Apolo, Dios de las artes, la poesía y los oráculos. Según la mitología, la ninfa Dafne se transformó en laurel para evitar los acosos del rey Apolo quien al descubrirla le dijo: Si no quieres ser mi amante, me serás consagrada eternamente. Tus hojas serán siempre verdes y con ellas me coronaré. En Roma se coronaba la cabeza de los dioses con laurel ya que se creía que los protegería de los rayos. En la actualidad muchos fieles católicos llevan laurel el Domingo de Ramos para que sea bendecido y así proteger sus hogares y quemar sus ramas en las noches de lluvias torrenciales, de vientos, truenos y relámpagos. En la Edad Media se coronaban con laurel a los artistas, poetas y sabios. En el escudo nacional argentino, los laureles están dispuestos como coronando la cabeza de todo argentino o argentina y representan la victoria y el triunfo en el logro de la independencia. Es un árbol perenne, de gran porte y aromático.
En nuestra región existe un árbol que habita en el sector húmedo de la Patagonia andina llamado comúnmente “laurel nativo”. En realidad se trata del Hua Huán –Laurelia phillipiana– y sus hojas presentan un aroma similar al europeo. Al Hua Huán también se lo conoce como Tepa y si de la Patagonia se trata, en los jardines de nuestras casas podemos cultivar Maitén –Maytenus boaria– un bellísimo árbol nativo que habita silvestre desde Neuquén hasta Chubut y que del otro lado de la cordillera lo encontramos desde la zona central de Chile hasta Chiloé. El abundante follaje siempreverde del Maitén es usado –junto a otras plantas sagradas– por las Machis en su ceremonia de sanación: el Machitún.
Tanto nativas como exóticas, las plantas han acompañado desde siempre las ceremonias más sublimes de las mujeres y de los hombres de la Tierra, por ello nuestro más profundo respeto y agradecimiento.
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