El verano se encuentra en su apogeo, pero pronto llegará el tiempo de quedarnos en casa compartiendo el calor del hogar. Momentos ideales para degustar juntos infusiones de hierbas cosechadas en nuestro jardín.
Las plantas son compañeras en la vida: nos alegran con sus formas y colores, nos reconfortan con sus aromas y la mayoría presentan en su constitución sustancias que generan cambios positivos en nuestra salud. La industria farmacéutica logró aislar en el laboratorio algunos de esos componentes y los llamó “principios activos”. Con el correr del tiempo hicieron imitaciones de las propiedades de las plantas y las llamaron medicamentos sintéticos. Un ejemplo es la aspirina, que es una copia de una sustancia que se encuentra en la corteza del sauce. Los principios activos, según su naturaleza química, se clasifican en varios grupos: glúcidos, lípidos, proteínas, vitaminas, minerales, alcaloides, glucósidos, esencias, resinas, ácidos orgánicos, taninos. Es importante aclarar que el hombre nunca va a superar a la Madre Naturaleza, las plantas son mejores que sus principios activos aislados, ya que las mismas son seres vivos con múltiples funciones y sustancias complejas que se interrelacionan y así potencian sus virtudes.
No todas las plantas de la misma especie producen siempre igual cantidad y concentración de principios activos, a los que podemos llamar también “virtudes saludables”. Estos pueden variar mucho, dependiendo de diversos factores biológicos o ambientales. Dentro de los factores biológicos un ejemplo es la edad de la planta. Ciertos componentes están en mayor concentración antes de la floración en algunas plantas –como sucede con la melisa– y en otras se concentran luego de esta, es el caso de las propiedades sedantes de la lechuga: cuando comienza a espigarse y florece sus hojas adquieren un sabor amargo debido a que aumentan unas sustancias (alcaloides) con propiedades inductoras del sueño. Es importante conocer cuánto vive la planta: las hay que sólo viven un año (anuales), otras dos (bianuales), las perennes que viven más de tres años y otras que sólo viven una estación (estacionales). Hay plantas que pierden el follaje en otoño y vuelven a retoñar en primavera –llamadas “vivaces”– y árboles perennes que pierden sus hojas en el otoño llamados “de hojas caducas o caducifolios”. Es importante tener presente esto, para saber con qué plantas contamos siempre y con cuáles no.
En esta época podemos recolectar casi todas las plantas para realizar infusiones, la mencionada melisa y todas las aromáticas que hayas cultivado a tu alrededor: orégano, salvia, tomillo, ajedrea, menta; también flores como caléndulas, amapolas, hipéricum, milenrama y silvestres como sietevenas y quilloy quilloy. Estas son sólo algunas entre la abundancia de la Madre Tierra. La cosecha debe realizarse con mucho cuidado y respeto. Para ello es importante: tener presente que parte de la planta es la que se usa (de la amapola, por ejemplo, usaremos sus pétalos y semillas, entonces no la sacaremos de raíz); nunca recolectar de los bordes de los caminos ya que las plantas absorben los tóxicos eliminados por los vehículos; no recolectar cuando las plantas todavía tienen rocío, porque se enmohecen; no recolectar flores a posteriori de una lluvia, porque se lavan sus aromas; no recolectar hojas manchadas o poco sanas; tratarlas amorosamente ya que son seres vivos y ser cuidadosos con el medio ambiente recolectando sin depredar.
El paso siguiente a la recolección es el secado de las hierbas: es el proceso por el cual la planta pierde humedad y conserva el resto de sus propiedades. Una planta húmeda es fácilmente atacada por hongos y bacterias que alteran sus principios activos. Además, se pueden producir sustancias tóxicas. Las bacterias necesitan más de un 40 % de humedad para reproducirse y los hongos del 15 al 20 %. Una planta bien seca no debe contener más de un 10 % de humedad. Las flores nunca se lavan, pueden lavarse las hojas bajo el chorro de agua si presentan mucha tierra, pero nunca dejarlas sumergidas ya que sus propiedades se van al agua. Deben secarse a la sombra las partes blandas (flores y hojas) para no alterar sus propiedades, y cortezas y raíces al sol. Nunca se deben usar papeles impresos, ya que la tinta puede pasar a la planta, pueden secarse en ramos o bandejas bien aireadas, sobre cartón o papel madera. Al completar el tiempo del secado, las plantas deben preservar el color lo más parecido a cuando están frescas, si ciertas hojas se cambiaron del color verde al marrón, desecharlas. Esto sucede a menudo con el llantén y sietevenas, por eso estas plantas deben secarse en lugar bien oscuro y en forma rápida, es conveniente secarlas en cajas de cartón agujereadas, separadas las hojas para garantizar la buena circulación de aire.
Llegada la hora de envasarlas nunca usaremos bolsas de plástico ni papel de diario, las envasaremos en bolsas de papel madera, bolsas de tela o frascos de vidrio. Es importantísimo el etiquetado en el que debe figurar el nombre de la planta y la fecha de envasado. Las plantas secas por lo general duran un año, a veces un poco más. La forma más común de usar las hierbas es tomándolas en infusión, tisana o té: para ello hay que verter agua hirviendo sobre las partes blandas de la planta (hojas, flores) y cuando utilizamos cortezas o raíces, debemos hervirlas para que liberen sus propiedades al agua, esto se llama cocimiento o decocción.
Ahora vamos a recolectar y a conocer un poco más sobre la menta: originaria de las regiones templadas de Europa, dentro de su género existen aproximadamente 30 especies o variedades, todas con similares propiedades. La más común es la Mentha x piperita, que resulta ser un híbrido de otras mentas –Mentha aquatica y Mentha spicata–, por eso se propaga muy fácilmente por medio de estolones y sus semillas tienen poco valor germinativo. En las hojas y ramas se encuentran sus virtudes para la salud, es una de las plantas más usadas para tratar desórdenes digestivos ya que es antiespasmódica (relaja la musculatura de todo el aparato digestivo), es carminativa (ayuda a eliminar gases), estimula la liberación de jugos digestivos (es útil en digestiones lentas) y calma los estados de náuseas y vómitos. Es aconsejable beber su infusión especialmente en casos de cólicos intestinales y biliares, indigestiones, mal aliento, colitis ulcerosa y colon irritable. Sus hojas frescas o secas, pueden incorporarse como condimentos a diversos platos. Su aroma ayuda a clarificar los pensamientos y predispone a la actividad intelectual. Para ello se pueden colocar unas gotas de su aceite esencial –de primera calidad– en un difusor de calor (hornillo). Aplicando una gotita de dicho aceite en las sienes alivia los dolores de cabeza. Igual resultado se obtiene usando una hojita fresca machacada. Por su acción expectorante se aconseja en bronquitis y resfríos, para lo cual hay que colocar en un recipiente con agua hirviendo un puñado de hojas y aspirar el vapor durante 10 minutos aproximadamente. A nivel piel, presenta una acción refrescante, siendo de utilidad los lavados con su té en sarpullidos del bebé y enfermedades eruptivas.
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