De mentiras y verdades

Los niños hasta los seis años fantasean, su percepción de la realidad es incompleta, se creen lo que dicen, no tienen intención de engañar. Pero a partir de esa edad pueden diferenciar entre la verdad y la mentira.

Se puede ocultar la verdad, disimular la situación, tergiversar la realidad, decir lo que no es o no decir lo que es, hablar de más o de menos, no hacer o no pensar lo que se dice, mantener lo que no se cree, prometer lo imposible, usar la ambigüedad y un largo etcétera que se resume en no ir con la verdad por delante.

Los niños hasta los seis años no mienten sino que fantasean, pues su percepción de la realidad es incompleta, se creen lo que dicen y no tienen intención de engañar. Pero a partir de esa edad ya pueden establecer diferencias entre la verdad y la mentira y comienzan a utilizar esta última como un recurso para eludir responsabilidades o evitar castigos. Los padres y la sociedad irán censurando sus mentiras, pero ellos pronto verán que los adultos también las usan. Así pasarán, si nada se lo impide, del mero fantaseo a la mentira pura y dura.

La mentira tiene un atractivo especial debido a su capacidad para cambiar la realidad. Si cuela que no he hecho tal cosa es como si yo realmente no la hubiera hecho. Si utilizamos mentiras a discreción, aunque sean muy sutiles, leves o piadosas, no habrá máquina que nos oriente porque habremos perdido el referente de la verdad.

Un niño puede mentir por muchas razones: para conseguir algo, para eludir un problema o un castigo, para evitar una realidad que no le gusta, para quedar bien delante de los otros, para agradar a sus padres, para llamar la atención, etc. Las mentiras infantiles son voces de alarma, si nuestro hijo o hija utiliza mentiras con frecuencia, debemos analizar cuál es el verdadero motivo por el que miente. La autoestima es clave para que no necesite mentir. Mientras no se sienta seguro de sí mismo con mayor facilidad echará mano de las mentiras. La forma de llenar esa falta pasa por darle seguridad y la seguridad se adquiere a través de la confianza.

Las mentiras se contagian, por eso debemos cuidar al máximo el ejemplo. Si cuando nos llaman por teléfono nos excusamos con un “decile que no estoy” estaremos enseñando a mentir: la excusa será todo lo poderosa que queramos, pero el acto de mentir quedará grabado. Por el contrario, si les acostumbramos a que en casa se cuenta todo, lo bueno y lo malo, tendremos mucho ganado, nuestros hijos deben tener la seguridad de que pase lo que pase, por muy gordo que sea el asunto, no nos vamos a escandalizar ni vamos a reaccionar de forma violenta. El miedo hace decir muchas mentiras.

Resulta muy conveniente ver con ellos la televisión para enseñarles a detectar mentiras. Los guiones de muchas series televisivas se montan sobre un malentendido o una falta de veracidad, que se va enredando hasta que no queda otro remedio que decir la verdad. Es muy bueno tener sueños y querer mejorar las cosas, pero para eso hay que empezar aceptando la realidad, aunque no nos guste. Hagamos que nuestros hijos prefieran la verdad, que vayan siempre con la verdad por delante. Lógicamente, les tendremos que enseñar a ser asertivos, es decir, a saber decir la verdad de la forma correcta y en el momento oportuno.

Pero no basta con hablarles de la veracidad, sino que es necesario hacérsela atractiva, por ejemplo, enseñarles que decir siempre la verdad, tener palabra, nos hace personas en las que se puede confiar y que la amistad es incompatible con la mentira.

Y no debemos nunca catalogarles de mentirosos, al contrario, lo que necesitan es que se les muestre confianza en que van a dejar de mentir, porque estamos seguros de que esa no es su forma de ser auténtica, sino un incidente pasajero. Por eso de ninguna manera maximicemos su error, cuando les pesquemos en una mentira y lo reconozcan valoremos más el hecho de haberlo reconocido. Da mejor resultado felicitarles cuando dicen la verdad y explicarles que eso es de mayores y de valientes, que una mentira, por pequeña que sea, fácilmente arrastra a otras y se va convirtiendo en una bola de nieve que crece y crece, que el mentiroso cada vez necesita mentir más y que las consecuencias de las mentiras son a la larga fatales.