La empatía es el fundamento de las relaciones interpersonales. La escucha consciente, mirar a los ojos, fomentar el diálogo y generar encuentros favorece su imprescindible desarrollo.
Todos hemos visto alguna vez que un chico se pone a llorar y otro lo imita casi inmediatamente. Esta facultad que nos permite comprender e involucrarnos con las emociones y sentimientos de los otros, en el ámbito de las ciencias de la educación se la conoce como empatía. Etimológicamente el término proviene de la palabra griega empatheia –que significa sentir dentro– y fue utilizado por primera vez en los años veinte por un psicólogo norteamericano, para definir la imitación motriz que observaba en niños muy pequeños frente al sufrimiento ajeno.
La empatía es un término tan arraigado hoy en día, que incluso los mismos niños saben de qué hablamos cuando la mencionamos. Y por suerte ya nadie desconoce que para gestionar nuestras relaciones es fundamental desarrollarla: hay que saber qué piensan los otros, intuir lo que sienten y demostrar interés cuando acuden a nosotros. Ser empáticos significa “ponerse en los zapatos de otros” identificarse y poder comprender y compartir sus sentimientos: no solo lo que nos dice sino todo el bagaje emocional que tiene su vivencia. La escucha empática y a conciencia, mirar a los ojos, fomentar espacios de diálogo, generar encuentros, entre otras acciones, favorecen su desarrollo. En este mundo que nos toca transitar, vivir sin empatía es muy complejo. La empatía es el fundamento de las relaciones interpersonales.
Gracias a la empatía los chicos logran identificarse con los demás. En la primera infancia esta manifestación es más física, más imitativa en el sentido corporal; recién a partir de los cinco o seis años los chicos empiezan a ser capaces de responder cognitivamente al estado emocional de los otros, hasta que finalmente entre los diez y los doce comienza a manifestarse en ellos la empatía abstracta o social, que habitualmente se traduce en el interés por la situación de personas o grupos desfavorecidos o marginales. Los niños que tienen ampliamente desarrollada su empatía tienden a ser menos agresivos, son más populares entre sus compañeros y son más dados a colaborar y compartir. Ya adultos seguramente tendrán mayor capacidad para desarrollar relaciones estables y mayores posibilidades en el estudio y el trabajo.
Como papás podemos colaborar en el desarrollo de esta capacidad siendo modelos adecuados. Sobre todo, en los momentos en que las relaciones se ponen difíciles. En las situaciones de conflicto –en las que suele haber dos partes y dos puntos de vista– la tensión del enfrentamiento a menudo lleva a la ruptura –al menos momentánea– de la relación. Si queremos ayudar a nuestros hijos e hijas en su crecimiento emocional, en esos momentos debemos dejar de lado nuestra percepción parcial del problema y debemos interiorizarnos de sus sentimientos. Sólo así podremos ser capaces de comprender qué es lo que le sucede. Podemos no estar de acuerdo o reprobar sus acciones, llegado el momento resolveremos lo que haya que resolver, pero primero debemos ser capaces de ponernos en su lugar e intentar comprender por qué ha actuado de tal o cual manera. Ponernos en el lugar de nuestro hijo y tratar de comprenderlo es la llave que abre la puerta de la comunicación.
Por eso si queremos crecer con nuestros hijos en el desarrollo de esta facultad humana, tenemos que observar atentamente la consideración que –tanto ellos como nosotros– le dispensamos habitualmente a los demás. Es imprescindible incentivar la amabilidad, el respeto y la colaboración: ayudar a poner la mesa o colaborar con las tareas de la casa, recoger una cosa del suelo que se le ha caído a otro, visitar a un amigo que está enfermo o participar de organizaciones u emprendimientos comunitarios, son acciones que ayudan a desarrollar la empatía hacia los demás.
Lo fundamental es que nosotros estemos bien sintonizados emocionalmente para poder brindarle a nuestros hijos la posibilidad de imitar buenos hábitos. Para esto es imprescindible estar atentos a nuestras respuestas emocionales y a las de nuestros hijos, siendo conscientes de que estamos dando el ejemplo e intentando ponernos en todo momento en el lugar del otro. De este modo estaremos trabajando dos aspectos fundamentales: el que tiene que ver con dar un buen ejemplo para favorecer el aprendizaje por imitación y el que se relaciona con la respuesta cognoscitiva que impulsara a nuestras hijas e hijos a actuar y reaccionar solidariamente.
La empatía pensada como una facultad es un bello instrumento para conectar con el universo emocional de quienes nos rodean. Aprovechémosla, dejémosla crecer en nuestro interior y ayudemos a nuestros hijos a cultivarla. Sus frutos nos acompañarán durante toda la vida.
Muy lindo editorial sobre algo tan necesario para la convivencia.