Llegó el tiempo estival y en la patagonia la madre naturaleza nos ofrece deliciosos manjares: sabrosas frutas de estación que además de nutrirnos y alegrarnos nos brindan salud.
El tiempo estival nos regala un paisaje único: la Madre Naturaleza dándonos a conocer sus frutos. Plantas y árboles patagónicos exuberantes de colores, texturas, formas, aromas y sabores fructifican al alcance de nuestras manos.
Verano, temporada de frutas, entre ellas la frutilla. Su nombre en latín –fragaria– hace referencia a su indescriptible y cautivante aroma. Las silvestres son nativas de los bosques patagónicos –fragaria chiloensis– y las de cultivo se originaron del cruzamiento de estas y de las nativas de Norteamérica –fragaria virginiana– con las silvestres europeas –fragaria vesca–. Las frutillas poseen una notable riqueza en minerales como hierro, calcio, silicio, boro, potasio, manganeso, cobre y fósforo, por eso son indicadas en curas de desintoxicación y remineralización. Ayudan a mejorar anemias y estados de fatiga y como facilitan la eliminación de sustancias de deshecho del organismo, se aconseja especialmente consumir en abundancia a personas obesas y a quienes padecen hiperuricemia y gota: estados originados por la acumulación de ácido úrico en la sangre que llevan a producir inflamación y daño articular. Hechas puré y aplicadas como mascarilla facial, gracias al bromo que contiene, esta delicia natural nos ayuda a disminuir las arrugas y embellecer el cutis. Y es muy buena fuente de vitamina C, K y ácido fólico –o vitamina B9– además de aportarnos cantidad de biosustancias entre ellas los pigmentos, mucílagos y flavonoides que tienen acción antioxidante y anticancerígena. A su vez las frutillas son ricas en salicilatos: ácidos orgánicos con acción antiinflamatoria que alivian estados reumáticos. Sus hojas –donde abundan taninos– tienen acción cicatrizante y astringente. Aconsejo realizar infusión de sus hojas vertiendo agua hirviendo sobre ellas. Luego tapar, dejar reposar y colar. Puede bebérsela en caso de diarreas, usarla para hacer gargarismos en caso de anginas y gingivitis y utilizarla para lavar heridas. Un dato botánico: lo que conocemos y comemos como frutilla es el engrosamiento del receptáculo floral, los verdaderos frutos son los pequeños puntitos que vemos en ella.
Refrescantes y dulces las cerezas nos invitan a apaciguar el calorcito veraniego. El cerezo –prunus cerasus– es oriundo del viejo continente. Estas frutas aportan al organismo gran cantidad de agua, fibra y minerales como hierro, calcio, magnesio, silicio, fósforo y betacarotenos. Es una excelente fuente de antioxidantes a la vez que aporta vitamina C, K y las del grupo B. Las cerezas depuran nuestro organismo, son ideales para adelgazar, aliviar reumatismos y levantar las defensas. A las mujeres nos previenen de la osteoporosis y nos mejoran la piel, dándole lozanía y tonicidad. El jugo de esta fruta tan popular en la patagonia tiene un efecto anticaries.
Y entre los frutos que podemos disfrutar en la patagonia andina está el sauco. También originario de Europa. Con sus ramas huecas los antiguos griegos fabricaban un instrumento musical, una flauta conocida como sambuké. De allí el nombre científico del sauco: sambucus nigra, ya que sus frutos son negruzcos. Estas pequeñas perlas negras contienen flavonoides, provitamina A, vitamina C y biosustancias que hacen de ellos verdaderos aliados de la salud, fundamentalmente en estados de defensas bajas, catarros y resfríos. Se pueden consumir crudos en jugos, jarabes y mermeladas. Una recomendación importante: deben ingerirse bien maduros, ya que de lo contrario pueden producir náuseas, vómitos y diarreas. Las antocianidinas contenidas en los frutos del sauco ejercen una acción antineurítica que calma las neuralgias: dolores producidos por irritación de los nervios. Por eso para calmar el dolor en caso de culebrilla o herpes se aconseja aplicar el jugo de sus frutos sobre la zona afectada. Para aliviar los catarros podemos hervir la corteza del árbol y beberla con miel. Sus flores hacen maravillas en pieles delicadas y castigadas. Se realiza una infusión con ellas y posteriormente se aplican compresas tibias en la piel. Esta infusión es excelente también como colirio para aliviar los ojos irritados. Y como estas pequeñas y perfumadas florcitas son sudoríficas y depurativas varias tazas de su té mejoran estados febriles, alergias y enfermedades eruptivas.
Con el sauco se hacen dulces deliciosos, jugos concentrados de fruto y de flores y hasta un riquísimo champán. Para prepararlo hay que colocar 12 ramilletes de flores –sin los cabitos verdes– en una damajuana o bidón y luego agregar ½ kilo de azúcar blanco, 2 cucharadas de vinagre de manzana, la cáscara rallada de un limón, el resto del limón cortado en rodajas y 4 litros y medio de agua. A continuación hay que agitar y deja reposar tapado con un trapo durante 24 horas. Luego hay que colar la preparación y una vez retirados los ingredientes sólidos verter el líquido en botellas de plástico. Una vez embotellado y tapado hay que dejarlo descansar en un lugar oscuro y fresco durante al menos 20 días. Cuanto más tiempo repose más seco será el champán. Eso sí, hay que apurarse porque sus flores son de las primeras en cuajar y caen apenas comenzado el verano.
¡Salud!
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