Toda adolescencia –además del sello subjetivo, particular, único e irrepetible de cada persona– lleva el sello del medio cultural, social e histórico desde el cual se manifiesta (…)”
Quisiera comenzar estas líneas compartiendo con ustedes una reflexión sobre el significado y origen de la palabra “adolescente”, el cual no está asociado –con el uso habitual de la palabra– con la idea de adolecer en el sentido de padecer, sino que deriva del término latino “adolescere” que significa crecer, y por lo tanto tiene que ver con el crecimiento.
Remitiéndonos a ese significado etimológico (origen de la palabra) vemos que “adolescente” no es el que padece sino el que crece, y como sabemos todo crecimiento puede llegar a implicar alguna cuota de sufrimiento o conflicto. Y es en relación a esto, que me parece oportuno poder aclarar que hay distintos modelos y formas de conflicto. Tener en cuenta este aspeto resulta fundamental para no creer que los conflictos son algo patológico, por el contrario, muchos conflictos son justamente el motor del crecimiento.
Es así como las personas, al llegar a la adolescencia, emprendemos un largo proceso de búsqueda de identidad que implica atravesar el duelo por nuestros cuerpos de niños y niñas, el duelo de nuestra identidad infantil y el de la relación con las madres y/o padres de la infancia. Este largo proceso, también lo transitan los padres y/o madres que, en ocasiones, pueden llegar a tener dificultades para aceptar el crecimiento de sus hijos/as, ya que el mismo obliga a tomar conciencia del devenir de los ciclos de la vida y nos enfrenta a la idea de envejecimiento.
Quienes ya hemos vivenciado esta etapa conocemos la necesidad de las/los adolescentes de distinguirse y tomar distancia de los padres y/o madres, ambivalencia que les genera un conflicto, ya que necesitan distinguirse de los adultos para demostrar su crecimiento pero al mismo tiempo los necesitan, pues depenen de ellos en muchísimos aspectos. Esta ambivalencia puede generar algunos cambios repentinos en sus estados anímicos y paralelamente, en esta toma de distancia y necesidad de distinguirse, el grupo de pares comienza a desempeñar un rol fundamental en sus vidas.
En relación a la conducta de los padres y/o madres en esta etapa del crecimiento de sus hijos e hijas, en su libro La adolescencia normal. Un enfoque psicoanalítico Arminda Aberastury. M. Knobel advierte sobre la necesidad de que los padres y las madres comprendan y acompañen estas “fluctuaciones” a las que define como “polares entre dependencia-independencia; refugio en la fantasía-afán de crecimiento”, observando que si esto no ocurre –si los adultos reaccionan negativamente– “se dificulta la labor de duelo, en la que son necesarios permanentes ensayos, pérdida y recuperación de ambas etapas: la del niño/niña y la de adulto”, por eso recomienda permitirles a los y las adolescentes “actitudes y elecciones de niños y al rato actitudes y elecciones de joven”.
A pesar de las vicisitudes propias de la búsqueda y el imperativo de un crecimiento abrupto, sin dudas la adolescencia es una etapa para la oportunidad. Pero ¿qué aspectos podemos tener en cuenta como adultos para acompañar sus cambios y sus búsquedas?
Un entorno seguro con rutinas diarias que den contención, que hagan de su entorno un medio previsible, le aportará al adolescente la capacidad para afrontar los desafíos diarios y estar orgulloso de sí mismo, reforzando de este modo su autoestima. Es bueno ayudarlos a ordenarse de manera sutil, no imperativa, sin perder de vista que –aunque en algún momento se puedan llegar a enojar– siempre los límites son importantes y tranquilizadores. Por eso es aconsejable estar ahí como espectadores activos, acompañando. No dejarlos solos en sus permanentes ensayos y pruebas. Darles libertad para que puedan realizar estos pasajes, en donde se puedan dar múltiples ensayos, pero recordando que dar libertad no significa que no haya límites, porque si no los hubiera sería abandonarlos. Dar libertad con límites requiere de cuidados, cautela, observación, contacto afectivo permanente, escucha, etc.
La inteligencia “intrapersonal” esta definida como la capacidad de reconocer mis estados emocionales y poderlos modificar de forma positiva, mientras que la inteligencia “interpersonal” es la capacidad de entender a las otras personas y relacionarme con ellas. Ambas son claves para el bienestar y la calidad de nuestras vidas. Fomentar, explorar todas las inteligencias, potenciar a nuestros adolescentes en el despliegue y conocimiento de estas, les aportará mayor flexibilidad, confianza en sí mismos, empatía y capacidad de gestionar sus emociones, ya que precisamente esta capacidad de reconocer los propios estados emocionales opera como una brújula interior que los guiará en el mundo.
Entender cómo funciona su cerebro, nos ayudará a comprender algunas de sus posibles formas de actuar y nos brindará pistas de cómo comunicarnos con ellos y acompañarlos. Gracias a numerosos estudios de las neurociencias hemos aprendido sobre la actividad emocional que constituye el sistema límbico –las emociones, la sexualidad, el sistema riesgo-recompensa– y sabemos de la lentitud en la respuesta –durante la adoldescencia– que este obtiene del lóbulo frontal, que es el que se encarga del control de los impulsos, los juicios, la empatía, la organización, etc. Es importante saber que su cerebro se encuentra en desarrollo y, es por esto, que la fluidez de respuesta entre el sistema límbico y el lóbulo frontal se ve afectada.
Conversar con ellos, poner realmente interés y especial atención en sus temas, en su mundo, es de vital importancia, pero sin ser invasivos, sin descalificarlos o burlarnos, ya que sus cerebros aún están en desarrollo y en esta etapa sus emociones suelen amplificarse presentándose situaciones que desde nuestro registro adulto pueden resultarnos exageradas o irracionales. Es fundamental no descalificar ni subestimar esas emociones, por el contrario, hay que tomarlas como oportunidad para escuchar y poder generar diálogo.
Otro gran aporte es estar disponibles para escuchar desarrollando una escucha que habilite –sin connotaciones– la posibilidad en el otro de expresarse sinceramente, ya que los adolescentes, muchas veces terminan diciendo lo que los padres y/o adultos quieren escuchar. No perder de vista la riqueza, la grandeza y el potencial que existe en ellos es clave para acompañarlos en su crecimiento: escucharlos y estimularlos para que realicen las actividades que les gustan.
Es conveniente también estar atentos a los modelos: ellos aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice. Además aprenden más rápido que los adultos y tienen un cerebro muy activo, por eso el tiempo de la adolescenia es ideal para el aprendizaje.
Quiero finalizar este primer acercamiento al tema de la adolescencia aclarando que se trata de una etapa apasionante y sumamente extensa, por lo cual han quedado afuera de estas líneas otros aspectos que aportan a la comprensión de la misma, entre ellos el concepto de que toda adolescencia –además del sello subjetivo, particular, único e irrepetible de cada persona– lleva el sello del medio cultural, social e histórico desde el cual se manifiesta, sello que marca también las otras etapas del ciclo de la vida. Como ven el tema es muy amplio y tiene múltiples abordajes, así es que no faltará oportunidad de volver a reflexionar sobre él en este espacio.
María Victoria Perdomo es Psicóloga y referente del Programa Cuidarnos para Cuidar de ATSA – Filial Río Negro.
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