No es posible dar una receta para la felicidad, porque esta depende de la singularidad de cada ser humano, varía de persona a persona y además cambia con cada quien a lo largo del tiempo.
En esta ocasión me propongo abordar el tema de la Felicidad. A lo largo de la historia de la humanidad este tema ha generado inquietudes, planteos filosóficos y búsquedas por parte de muchísimas personas de distintas civilizaciones y culturas y hasta el presente sigue siendo materia de reflexión y análisis, pero con las marcas y signos particulares de nuestro tiempo.
Me gustaría comenzar estas líneas expresando que la felicidad es ante todo una condición subjetiva y relativa, de modo que no existen requisitos objetivos o fórmulas para ser felices: dos personas no tienen por qué ser felices por los mismos motivos o vivir felizmente las mismas situaciones. Tampoco es posible dar una receta para la felicidad, porque esta depende de la singularidad de cada ser humano. La Felicidad varía de persona a persona y además cambia con nosotros/as a lo largo del tiempo, ya que nuestros deseos, anhelos y motivaciones también cambian con el paso de los años.
Los invito entonces a introducirnos en este tema, aclarándoles que en esta oportunidad voy a compartir con ustedes solo algunas de las muchas líneas de análisis posibles y lo haré a través de ciertos autores.
Uno de los académicos contemporáneos que ha indagado en el tema es el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, quien en su libro “La modernidad líquida” analiza el concepto de felicidad en relación a la sociedad de consumo y afirma que alcanzados los ingresos que aseguran nuestra supervivencia: consumir más no nos hace más felices. De modo que no garantizarían mayor felicidad ni el aumento de nuestros ingresos individuales ni el aumento del PBI –producto bruto interno– del país donde vivimos, índice que, según este autor, es sumamente pobre a la hora de medir el crecimiento de la felicidad. No obstante, como todos sabemos, en las sociedades actuales hay una fuerte y extendida creencia respecto a la existencia de un vínculo íntimo entre la felicidad y el dinero y los diferentes tipos de consumo.
Para Bauman al mutar sutilmente el sueño de la felicidad, de la visión de una vida plena y gratificante a la obtención de los medios que uno cree necesarios para alcanzar esa vida, los mercados captan esa visión y se encargan de que esa búsqueda nunca termine. Esto explicaría por qué la felicidad “genuina, verdadera y completa” siempre parece encontrarse a cierta distancia: como un horizonte que se aleja cada vez que intentamos acercarnos a él.
Desde una perspectiva más existencialista en su libro “El hombre en busca de sentido” Viktor Frankl propone que a la felicidad la tendríamos que ir construyendo cada una/o de nosotras/os, manteniéndonos en la búsqueda de ella como la expresión del deseo de seguir viviendo pese a todas las adversidades. Este enfoque nos invita a pensar a la felicidad como un compromiso con la vida, como un acto de responsabilidad.
En esta misma línea se encuentran algunos filósofos de la antigüedad, en especial Aristóteles, que planteaba que la felicidad no era un estado, sino una actividad que conlleva un esfuerzo permanente y constante. Vinculándose con esta perspectiva tres siglos después el filósofo romano Séneca afirmaba “…Vivir felices, todos lo quieren, pero andan a ciegas tratando de averiguar qué es lo que hace feliz una vida; y hasta tal punto no es fácil alcanzar la felicidad en la vida que, cuánto más apresuradamente se dejan llevar hacia ella, tanto más se alejan de sí y se desvían del camino…”
Otro autor que reflexionó y escribió sobre el tema fue Sigmund Freud, en su obra “El malestar en la cultura” –publicada en 1930– plantea que desde la perspectiva del psicoanálisis, es nuestra constitución psíquica la que no nos permite lograr una satisfacción absoluta: es imposible ser feliz todo el tiempo “…El hombre civilizado ha trocado una parte de posible felicidad por una parte de seguridad…” afirmaba el padre del psicoanálisis, para quien la felicidad es algo que siempre intentamos alcanzar y que nunca logramos prolongar. Sería como buscar luciérnagas en la noche: nos cautivan por su luz, nos hechizan, pero cuando las agarramos su destello se apaga de pronto. Entonces ¿cómo capturar un instante, un destello, y hacerlo eterno? Esta pregunta, a su modo, nos la responde el escritor argentino Ernesto Sábato cuando afirma que “La eternidad no es algo que dure para siempre, la eternidad es la conjunción de un momento tal donde está todo lo que fuiste, lo que sos y lo que te gustaría ser”.
Ahora bien, remitiéndonos al presente personalmente comparto la idea de que en la actualidad hemos quedado expuestos al mandato de ser felices, no nos está permitido sentir dolor o angustia, y que para todo existe una solución mágica que evita pasar por la palabra y nos propone ahorrarnos el recorrido y los tiempos necesarios para procesar las experiencias. Basta con prender la televisión para ver una y otra vez publicidades que nos aseguran que no podemos sentir dolor de cabeza, de cintura o de estómago porque ya existe una pastilla para calmar inmediatamente todo eso, o que podemos ser felices si tenemos tal o cual cosa, inhabilitando el SER con el TENER y derribando con ello cualquier rasgo de singularidad.
En una sociedad donde solo está aceptado mostrarse sonriendo o viviendo momentos felices ¿qué lugar podría quedar para poder tramitar y expresar el dolor, el sufrimiento, la pérdida, la angustia y los miedos? El riesgo es que, siguiendo este mandato, podemos llegar a negar y/o inhabilitar estos sentimientos y emociones displacenteras, engañándonos con que es posible taparlas o llenarlas con el discurso de una supuesta felicidad y con los diferentes objetos que se nos ofrecen ilimitadamente para nuestro goce y distracción, como especies de parches emocionales. Pero esta inhabilitación podría tener sus consecuencias, ya que puede dejarnos solos y/o a la intemperie a la hora de poder tramitar algunos de esos sentimientos displacenteros y llegar así a encontrar vías de resolución no saludables.
Por otro lado, hay que estar atentos a los ideales, particularmente al ideal de felicidad. Las redes sociales llevan a confrontar nuestra felicidad con la felicidad de los otros. La gente se siente obligada a fingir que está feliz. Un dato curioso es que fue recién después de la postguerra que comenzó la costumbre de sonreír para las fotografías, dado que antes se posaba para las fotos con seriedad, ya que se trataba de un acto solemne. Además, más allá de la palabra felicidad –sus diversos conceptos y acepciones– están las condiciones de bienestar de las personas, y a la hora de reflexionar sobre este tema es sumamente importante analizar y evaluar cómo se dan esas condiciones en las distintas culturas y sociedades.
Para finalizar los invito a seguir la búsqueda que nos lleve tras nuestros sueños y anhelos más profundos, recordando que este recorrido vital no lo vamos a realizar en un estado de permanente felicidad sino que el propio camino, para que realmente podamos transitarlo, nos invita a abandonar el mandato de mostrarnos todo el tiempo exitosos, agradables y/o fuertes y abrir un espacio válido a todas las emociones. Como expresa Horacio Ferrer en su tango “La Bicicleta Blanca “…Vos sabés que ganar no está en llegar sino en seguir…”
María Victoria Perdomo es Psicóloga y referente del Programa Cuidarnos para Cuidar de ATSA – Filial Río Negro.
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