La vida en los fortines

Una tarea fascinante es intentar reconstruir la vida en los fortines a partir de los detalles pequeños, esos que habitualmente suelen ser catalogados como anecdóticos dentro de los escritos oficiales.

En el contexto de la controvertida conformación del estado nacional argentino, la prosperidad económica de la clase dominante de fines del siglo XIX implicó la conquista de los territorios de la Patagonia habitados por poblaciones indígenas. A las campañas militares que ocuparon el territorio del sur de la provincia de Buenos Aires y la Patagonia se la denominó “conquista del desierto”, intentando asociar esos territorios a una idea de ausencia de población y por lo mismo de civilización. Afirmados en esa premisa los administradores del estado impulsaron sus campañas militares con resultados nefastos para las comunidades indígenas.

Los conflictos en las fronteras internas con los pueblos indígenas –y externas con el estado chileno por los límites andinos– impulsaron al presidente Nicolás Avellaneda a sancionar la Ley N° 947, la cual destinaba 1.700.000 pesos para dar cumplimiento a otra ley del año 1867 que ordenaba llevar el control efectivo de la frontera hasta los ríos Negro, Neuquén y Agrio. A fines de 1878 se da inicio a la primera avanzada para controlar la zona entre la Zanja de Alsina y el río Negro a través de ataques sistemáticos y continuos a los pueblos originarios: el coronel Nicolás Levalle y luego el teniente coronel Freire atacaron a las fuerzas encabezadas por el Cacique Manuel Namuncurá con una baja de más de 200 indígenas. El coronel Lorenzo Vintter tomó prisionero al reconocido Cacique Juan Catriel y a más de 500 de sus guerreros e hizo otro tanto con el Cacique Pincén cerca de Laguna Malal. Operaciones encabezadas por el mayor Camilo García, el teniente coronel Teodoro García, el coronel Rudencio Roca, el mayor Germán Sosa, el coronel Eduardo Racedo, el teniente coronel Rufino Ortega y el teniente coronel Benito Herrero concluyeron con la muerte de más de 400 indígenas a la vez que, en las mismas operaciones, fueron capturadas más de 4000 personas, liberados 150 colonos y recuperadas más de 15.000 cabezas de ganado.

El 11 de octubre de 1878 mediante la Ley Nº 954 el presidente Nicolás Avellaneda había creado la Gobernación de la Patagonia con asiento en la población de Mercedes de Patagones –actual Viedma– y con jurisdicción en todos los territorios hasta el Cabo de Hornos. La Gobernación fue puesta al mando del coronel Álvaro Barros y su creación constituyó un gran avance geopolítico para el incipiente estado argentino que de este modo veía afianzada su soberanía territorial. Con 6000 soldados –de los cuales 820 eran indígenas aliados– agrupados en cinco divisiones, en abril de 1879 comenzó la segunda avanzada que alcanzó la isla de Choele Choel en dos meses, dando muerte a 1300 indígenas y capturando más de 15.000.

Cada uno de estos avances del ejército sobre el supuesto desierto implicó la instalación de fortines cuya construcción daba cuenta de la importancia que el lugar elegido tenía dentro de la estrategia militar. En las “Instrucciones a que debe sujetarse el jefe de la 4° División del Ejército Expedicionario” Julio Argentino Roca, por entonces Ministro de Guerra del presidente Nicolás Avellaneda, escribía: “En el paso del Colorado, en la parte más próxima, si no en el mismo paraje por donde pasan las caravanas de indios que solían ir a la Pampa en dirección a los toldos de Namuncurá, colocará un destacamento con fuerza suficiente, tanto para proteger la comunicación con su División como para atajar los indios que del Chadi-Leuvú pueden tomar esa dirección, perseguidos por las divisiones de la izquierda, y también para dar aviso y noticias de la 4° División a las tropas que los persigan”. Es indudable que el punto estratégico de cada uno de los fortines, denota el previo conocimiento que el ejército tenía de los territorios, información adquirida ya sea a través de los mismos indígenas o por medio de viajeros, baqueanos o lenguaraces, como el reconocido “Pampa” Ferreyra.

En el caso particular de la provincia de Neuquén encontramos aproximadamente treinta y ocho emplazamientos entre fortines, fuertes y campamentos, siendo el primero de ellos el Destacamento o Fortín Barrancas fundado en 1879 por el coronel Napoleón Uriburu. Es notable la ubicación estratégica de cada uno de ellos, tanto desde la perspectiva geográfica como militar. En el marco se la disputa latente que existía por entonces con la República de Chile alrededor del establecimiento de los límites fronterizos, la instalación de estos fortines determina de algún modo la frontera a la vez que intercepta los caminos habituales de los pueblos indígenas en sus constantes relaciones comerciales, familiares y de pastoreo, tanto a través de la frontera hoy existente entre la República Argentina y la República de Chile como hacia las provincias de Mendoza y La Pampa.

El emplazamiento de los fortines implicó la puesta en marcha de toda una maquinaria que aún resta estudiar en profundidad. Ingenieros, agrimensores, médicos, soldados, fotógrafos, puesteros, mujeres, niños, sacerdotes, expedicionarios y estancieros fueron los actores que interactuaron en la construcción de estos hábitats fronterizos. Una tarea fascinante es intentar reconstruir la vida en los fortines a partir de los detalles pequeños, esos que muchas veces son catalogados como “anécdotas” dentro de los escritos oficiales. En relación a esto llaman la atención por ejemplo las “Instrucciones a que deben sujetarse para el servicio de fortines los señores oficiales o sargentos comandantes de ellos”, las cuales establecían los recorridos que se debían efectuar, el uso reglamentario de las armas y el cuidado de los caballos, para lo cual el artículo 12 establece “siempre que un soldado ensille un caballo debe limpiarle el lomo con la jerga y después sacudir ésta (…) pues por la suciedad del lomo del caballo y de la jerga es que aquél se lastima”. Este articulado también hace referencia al cuidado de los cascos de los caballos y al cuidado de las medias de los soldados, ordena la advertencia a las comandancias más cercanas ante cada movimiento de los indígenas, prohíbe la salida de los soldados al campo sin armas y sin la compañía de un superior, establece el uso de un diario de novedades y prohíbe la salida de las familias de los fortines a excepción de que sea absolutamente necesario. Las instrucciones constan de 44 artículos que indirectamente ponen de manifiesto la situación de constante riesgo a la que se encontraban sujetos los habitantes de los fortines, pero más allá de la organización que estas instrucciones pretendían establecer existieron otros factores que no podían ser controlados y que determinaban la sobrevivencia de los mismos.

Por medio de los relatos que se conservan por escrito y de los registros fotográficos, llevados adelante por compañías contratadas a tal fin por el gobierno nacional, es posible conocer diferentes experiencias fortineras: los enfrentamientos con los malones o entre los mismos soldados, las peripecias que implicaba el robo de ganado a los indígenas, pormenores de evangelizaciones y bautismos, crímenes, reparticiones de tierras, hazañas de mensajeros, baqueanos y fortineras, conflictos por rasiones y uniformes y robos de estos últimos por parte de los intermediarios, experiencias que sumadas a los factores climáticos determinaron la desaparición de algunos fortines, como es el caso del Fortín Tratayen, construido a fines de 1881 sobre el río Neuquén a nueve leguas del Fortín Vidal, desaparecido por presuntas inundaciones. Este mismo fortín, según los registros existentes y antes de desaparecer, sufrió una situación que sirve para graficar las vivencias concretas experimentadas por sus habitantes: a raíz de un incendio en el que se perdieron armas, municiones y alimentos el comandante le ordenó a uno de sus soldados que se dirija al Campamento Roca por provisiones, pero el enviado no pudo regresar por haber sido herido mortalmente de un disparo, situación por la cual los que permanecían en el fortín pasaron dos días sin comer. Otros registros dan cuenta del arresto de un soldado que en estado de ebriedad mató a un cabo, de los ataques constantes de indígenas que asolaban el Fortín Guañacos, de las inundaciones sufridas por el Fortín Primera División o de las muertes por viruela en el Campamento Los Médanos, hechos todos que denotan las dificultades que implicaba vivir en los fortines.

Una situación distinta fue la del Fortín de Loncopué, el cual contaba con 40.000 hectáreas bajo dominio del ejército. Su ubicación resultaba estratégica para el abastecimiento de ganado y armamento y para el pastoreo, de allí que el ganado cimarrón y el ganado marcado capturado fuera enviado a dicho fortín. Esta particularidad nos permite comprender las condiciones singulares en las que vivían los soldados y todas las personas –hombres, mujeres y niños– que acompañaban al ejército en ese emplazamiento, ya que el hecho de encontrarse el fortín en las rutas utilizadas por los indígenas determinaba y en este caso contribuía a la calidad de vida que se gozaba en él.

De todas formas en términos generales las malas condiciones de vida, la falta de higiene, la falta de alimentos y el insoslayable factor climático, contribuyeron a la desaparición de muchos fortines cuyo personal en muchos casos era trasladado al fortín más cercano. Como hemos mencionado las enfermedades representaban un serio problema y más considerando que no se contaba con médicos cuyas visitas a los fortines eran esporádicas, lo que conllevaba la muerte de muchos pero también el uso medicinal de hierbas naturales, dato que también permite entender más la relación que supieron mantener fortineros e indígenas. Relaciones de intercambio que incluían medicinas, vestimenta y alimentos.

Naturalmente resulta difícil crearnos una imagen de la vida en los fortines, porque como habitantes del siglo XXI no tenemos incorporadas imágenes de esas construcciones –edilicias y sociales– cuyo objetivo era resguardar un pueblo, una villa o una región y sostener un límite aún indefinido. Por otra parte la dinámica particular de cada fortín, a partir de las vivencias específicas de sus pobladores, da cuenta de la heterogeneidad de los mismos, hecho que nos hace pensar que la historia vivida por los protagonistas fue mucho más compleja que la historia simplificada que hemos venido estudiando hasta el presente bajo el título “conquista del desierto”. Para entenderla mejor tal vez sería bueno considerar a cada habitante de cada fortín como una clave que nos permita dilucidar una red de relaciones y nos invite a investigar más profundamente.