La voz de mamá

En los primeros días es habitual que sea la mamá quien consigue calmar al recién nacido. A veces el papá lo intenta sin conseguirlo y de pronto ella le habla e inmediatamente lo tranquiliza. ¿Por qué su voz tiene esa influencia?

Sabemos que rondando los cinco meses el feto comienza a desarrollar la audición, lo que le permite entrar en contacto con el mundo exterior. Dentro de la placenta este se reduce a los “ruidos” en el cuerpo de la madre, en particular el latido del corazón –que es una presencia constante, poderosa, regular e indistinta– y la voz de la mamá, igualmente poderosa pero sumamente cambiante. Si, aunque las mamás no lo sepan mientras hablan para otros sus bebés las escuchan, de modo que el primer contacto con el mundo exterior, aún mucho antes de nacer, es la voz de la madre.

Nuestra voz se produce cuando expulsamos el aire de los pulmones y haciéndolo pasar por las cuerdas vocales este comienza a vibrar. Del mismo modo que las cuerdas de una guitarra necesitan la caja de resonancia para sonar, la vibración generada en la laringe tiene que pasar por una serie de “cajas de resonancia” para sonar como voz humana: estas cajas de resonancia son la faringe, la boca, la cavidad nasal, pero también toda la caja craneana e incluso nuestra columna vertebral. Cada vértebra, en efecto, es una pequeña caja de resonancia de nuestra voz, lo que es fácil de comprobar si le tocamos la espalda a alguien que está hablando.

Pues bien, cuando la madre embarazada habla, su voz resuena a lo largo de su columna vertebral, especialmente en las vértebras que quedan a la altura del vientre. Inmerso en el líquido amniótico, el feto puede oír la voz de la madre “por dentro”: todo el líquido amniótico vibra con la voz de la madre, el propio niño vibra, de modo que escucha y “toca” la voz. Por eso durante el embarazo el feto se mueve cuando la madre habla; reacciona al estímulo de su voz y esta es la primera comunicación entre ellos. De modo que es un error no hablarle al feto pensando que no nos oye solo porque aún no ha nacido: nos oye y cada semana que pasa lo hace mejor.

Desde el punto de vista auditivo el nacimiento es un momento traumático: el bebé sale de un mundo líquido, de sonidos familiares de altas frecuencias y entra en contacto con el aire, un mundo poblado de bajas frecuencias y voces extrañas. El bebé incluso se extraña de su propia voz, que oye por primera vez. Instalado en el vientre de la madre estaba prácticamente a oscuras y luego al nacer su visión no se desarrolla inmediatamente, apenas ve a unos centímetros y solo reconoce la luz. Sin embargo su audición es perfecta y se encuentra sumido de golpe en un mundo nuevo de ruidos. Una buena manera de minimizar este momento traumático es el parto acuático, es decir traer al mundo al bebé en un medio líquido.

Además de la voz de su mamá, como dijimos durante el embarazo el feto está en constante contacto auditivo con el ritmo cardiaco y el de la respiración, después del nacimiento la voz de la madre mantiene y transmite estos ritmos que refuerzan el efecto de la propia voz, especialmente en los prolongados abrazos que el bebé reclama durante la lactancia, mientras lo acuna, etc. Por cierto, durante la lactancia es muy curioso observar cómo, cuando la mamá comienza a hablar, el bebé interrumpe la succión y se gira hacia ella: hasta ese punto la voz de la madre es un elemento de atracción poderoso para él.

Por todo lo dicho es buena idea que los papás hablen seguido con el feto, abrazando a la madre y dirigiéndose a él, para que su voz pueda entrar a formar parte de su mundo sonoro. Una vez nacido cantarle es una buena manera de crear lazos afectivos y propiciar que la voz del padre se asocie con algo agradable y gozoso, pero, sobre todo, es una buena manera de aunar los ritmos cardíacos y respiratorios del papá y el bebé. Una idea excelente es cantar juntos, papá y mamá, así en el bebé se asocian ambas voces y la voz del padre gana en credibilidad.