El cariño recibido durante la infancia determina de manera significativa el desarrollo cognitivo, de modo que la actitud afectiva es un aspecto que quienes educamos –seamos docentes o padres– debemos tener en cuenta.
El cerebro humano es plástico, se adapta a la actividad que la persona realiza y puede cambiar su estructura de forma visible; se va formando a lo largo de la vida con lo que la persona siente, piensa y hace y su plasticidad es especialmente amplia en los primeros años de vida. También está comprobado que el cariño puede acelerar el crecimiento del cerebro, el afecto hacia los niños puede determinar de manera muy significativa su desarrollo, de modo que la actitud afectiva es un aspecto que quienes educamos, seamos docentes o padres, debemos tener en cuenta.
Resulta más importante el modo de educar en los primeros años de vida que en etapas posteriores. Los primeros años van a ser decisivos. La educación que reciban las infancias en este período va a ser vital. Y debemos recordar que la educación las infancias la reciben a través de una doble vía: la educación que llamamos formal y acontece en la escuela y la educación que recibe en su entorno directo, básicamente en el contexto de la familia.
Es la neurociencia la que ha demostrado que el cerebro es un órgano plástico y moldeable y que el cariño influye en el desarrollo del mismo. Sin dudas la interacción de los adultos con los niños y el afecto que se les demuestra es determinante en este sentido. La denominada por la neurociencia “plasticidad cerebral” pone de manifiesto esta capacidad del cerebro de cambiar según las experiencias vividas y el hecho de que el cariño puede acelerar su crecimiento, por eso más allá de contenidos académicos tradicionales, de enseñar a leer, de enseñar a sumar y restar, las investigaciones en este sentido nos muestran a quienes educamos que el afecto es un instrumento enormemente poderoso en el desarrollo cognitivo de las infancias.
Otra prueba de cómo afecta el entorno de las infancias en su educación nos la ofrecen los estudios de James Heckman –premio Nobel de Economía del año 2000– sobre la calidad del ambiente educativo familiar. Entre sus múltiples trabajos encontramos uno sobre la influencia de la calidad educativa en la familia. Heckman ha proclamado siempre que la primera causa de desigualdad entre las personas la constituye el “accidente del nacimiento”. Nacer en una determinada familia condiciona enormemente el futuro de un niño. Dentro de sus investigaciones este académico ha demostrado que un niño que crece en una familia con padres con formación universitaria escucha un promedio de 2.153 palabras por hora mientras que un niño con padres cuya formación es elemental escucha un promedio de 616 palabras por hora.
Tanto la cantidad y la calidad del tiempo compartido con las infancias como el lenguaje que estas escuchan en sus ámbitos habituales van a incidir como factor que facilitará en mayor o menor medida su formación. La habilidad en la comunicación y el modo de desarrollar el lenguaje del niño está enormemente influida por su entorno y aunque en el aula todos los niños escuchan lo mismo fuera del aula las diferencias son significativas.
Estos son tan solo ejemplos de cómo la educación va más allá de los contenidos académicos, sin que estos pierdan por ello ninguna importancia. Sabemos que existen otros aspectos que pueden llegar a ser muy determinantes en el futuro de las infancias pero sin dudas el hecho de que el cerebro sea plástico y se vea influenciado por el afecto tiene implicancias en nuestro quehacer educativo.
Las emociones son reacciones que afectan al desarrollo de las personas y la educación emocional es un aspecto insoslayable para un buen desarrollo de las infancias ya que incentiva su motivación, predispone a actitudes más positivas, mejora sus relaciones y sus resultados en los procesos de aprendizaje.
Para conseguir que un niño crezca, en toda la dimensión de la palabra, no basta con la adquisición de conocimientos. Generar un clima emocional positivo también va a influir en su desarrollo. Y no hablamos de utopías, hablamos de aspectos físicos cuantificables en nuestro cerebro, por eso si creemos que la educación en general debe ser un proceso de aprendizaje para la vida debemos comprender que las emociones importan.
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