No hay Salud sin Naturaleza

A muchas plantas nativas se las arranca de sus territorios para utilizarlas –sin conciencia ni respeto– como materia prima de grandes negocios, pero ellas nos sanan y alimentan desde siempre y debemos protegerlas.

Las plantas nativas guardan en sus fibras la historia de la Vida en la región, ellas surgieron naturalmente antes de la existencia del ser humano, no conocen de límites políticos de provincias y países. Saben del suelo, del viento, de los tiempos fríos y del sol del verano, por ello requieren menor cuidado que las plantas exóticas, las venidas de afuera. Han sanado desde siempre las heridas de nuestros pueblos originarios, los alimentaron y ayudaron a sobreponerse a las enfermedades. Además de recrear nuestros paisajes naturales, sirven de refugio y alimento para la vida silvestre y atraen a la fauna autóctona, por ejemplo a gran variedad de insectos y aves. Viven en armonía con sus semejantes, por eso no se convierten en plagas como puede suceder con algunas exóticas.

Las plantas nativas acompañaron y aún siguen acompañando en estas tierras al pueblo mapuche en sus ceremonias –en los ngillatunes y en los trawün– y a los machis en el machitun. Otros pueblos originarios de la Patagonia también tienen a ciertas plantas como pilares insustituibles de su salud física y su vida espiritual. Las plantas nativas son un legado biocultural a cuidar y a usar responsablemente.

En los últimos años al este y al oeste de este vasto y bello territorio, bosques inmensos y milenarios fueron calcinados por el fuego voraz, cientos de miles de hectáreas a ambos lados de la cordillera muchas de ellas incendiadas intencionalmente. Al mismo tiempo grandes extensiones de naturaleza pura son atropelladas por máquinas topadoras para abrir caminos, construir mansiones y también para cosechar plantas con aromas agradables con las que elaboran perfumes, como sucede con la paramela, planta nativa cuya extracción indiscriminada oscila entre 30 a 90 toneladas por año desde 2005 amenazando su sobrevivencia.

En los últimos años ha crecido el estudio de las plantas nativas de la Patagonia: se sabe que el maitén, además de ayudar a bajar la fiebre –como se usa cuidadosamente desde siempre– contiene un principio activo llamado maitensina, que en estudios bioquímicos demuestra un prometedor efecto potencial en el tratamiento de enfermedades inmunológicas como los cánceres. En otras, como la paramela, la grindelia, el palo piche, el charcao y el tomillo de campo entre varias más, han encontrado un alto poder antioxidante en sus aceites esenciales, esos que tanto en la antigüedad como en el presente la gente común siempre utilizó para sahumar y limpiar de malas energías los ambientes. Lamentablemente a muchas de estas plantas nativas se las arranca de sus territorios sin ningún respeto, sin considerar su historia y su valor cultural, solo con el fin de utilizarlas como materia prima para grandes negocios, llevados a cabo por grandes empresas que están deforestando inmensas extensiones de nuestra Patagonia.

La botón de oro, rayen antü o melosa, crece en toda la zona de estepa de la Patagonia, desde Neuquén hasta el norte de Santa Cruz. Gusta de suelos áridos, rocosos y arenosos. Su nombre botánico es Grindelia chiloensis. Es una mata ramificada de 30 a 80 cm de alto, con gran cantidad de hojas en los tallos, más concentradas en la base de los mismos que en la parte superior. Produce una resina lechosa y pegajosa en la superficie de sus hojas y frutos. Las flores están dispuestas en una inflorescencia grande de más de 5 cm de diámetro, de color amarillo fuerte. Es común encontrar sólo los centros sin pétalos con una sustancia blanca y pegajosa. Florece durante casi todo el año, siendo más abundante desde principios del mes de octubre. Sus hojas y tallos se usan en infusión para bajar la fiebre y en forma externa lavando partes del cuerpo para aliviar contracturas. Las hojas frescas bien machacadas son aplicadas en forma de compresas para aliviar el dolor producido por torceduras o quebraduras. La gente del campo cuenta que la usan para aliviar a los “tullidos”. El látex o resina lechosa que exudan la flor y los tallos al cortarlos es útil para sanar verrugas. El aceite hecho con sus hojas aplicado con masajes es muy buen descontracturante. Para ello, colocá en un jarro un buen puñado de hojas de botón de oro, cubrí con aceite de girasol u oliva y llevá a baño María por una hora, cuidando que la temperatura del preparado no llegue a quemarte y revolviendo cada tanto para que la planta libere en forma pareja sus propiedades al medio graso. Transcurrida la hora retirá del fuego, colá entre gasas exprimiendo bien y envasá el aceite en recipiente de vidrio. Será un buen auxiliar para las contracturas y enfriamientos del invierno.

El charcao crece en la Patagonia desde el norte de Neuquén hasta el sur de Santa Cruz, entre el bosque y la estepa más árida.  El charcao verde –Senecio bracteolatus– es un arbusto de entre 40 a 100 cm de altura, con muchas ramas finas y rectas desde la base, con hojas lineares algo carnosas y perfumadas, de cuyos extremos nacen sus flores amarillas. También se encuentra el charcao gris o yuyo moro –Senecio filaginoides–, más aromático que el verde y con pelitos que le dan su color gris y su textura sedosa. Ambos se usan para sahumar e hirviendo sus ramas se prepara una decocción que –aplicada como compresas– alivia dolores reumáticos.

También perfuma la estepa patagónica –desde Neuquén hasta Santa Cruz– el tomillo de campo, arbusto bajito de hasta 60 cm de altura, ramoso, con hojas muy pequeñas de color verde oscuro que toman un tono morado en el otoño. Las flores del tomillo de campo están dispuestas en ramilletes de color blanco cremoso. Su nombre botánico es Acantholippia seriphioides. Con su parte aérea se hacen vahos para aliviar sinusitis y bebiendo su infusión se mejoran estados gripales y digestiones pesadas.

Es imprescindible conocer y cuidar nuestras plantas y usarlas con el máximo respeto.