Compartimos la charla que oportunamente mantuvimos con Ramiro Calvo, guía de alta montaña y coprotagonista de travesías y cordadas que forman parte de la historia de la escalada y el andinismo.
¿Crees que hay mucha diferencia entre ser guía en Patagonia o en Europa?
Ahora hay menos diferencias que hace un par de décadas. De hecho, hay varios guías argentinos que trabajan en los Alpes y no solo porque tienen la chapa sino porque tienen el nivel. Un zapato no lo hace una persona que cose cuero lo hace el que sabe hacer el zapato completo. Ser guía también es un oficio. Vos le podés decir a un cliente que lo llevás hasta allá arriba pero después lo tenés que hacer y en un tiempo determinado. Es una técnica que hay que aprender, practicar, llevar adelante y mejorar hasta que la mecánica y la dinámica se complementen naturalmente, sea en escalada, esquí o andinismo. En Patagonia tuvimos que atravesar un proceso complicado para alcanzar el estándar técnico mundial en nuestra actividad, tratando de no dejar afuera a los que ya estaban y están trabajando por estos lados y tienen otra formación, otra realidad y otra proyección. Además, a veces sucede que profesionales que vienen de afuera y supuestamente manejan todos los “niveles” se desempeñan peor que el guía que ya está trabajando en el lugar.
A pesar de las complicaciones de toda índole ¿a qué le adjudicás que haya evolucionado el nivel de los guías y de la escalada en general?
Es algo colectivo y personal a la vez, vinculado a la cantidad de gente que hay ahora en la montaña y a sus ganas de hacer el esfuerzo personal necesario, imprescindible para evolucionar en cualquier rubro. Siempre hubo gente yendo a la montaña, pero eran muchos menos, en la actualidad la mayoría de los refugios están a pleno todo el año. Por otro lado, cuando nosotros iniciamos el proceso de homologación de nuestros títulos con la UIAGM (Unión Internacional de Asociaciones de Guías de Montaña) creamos el marco, porque el mundo de la montaña en general se expandió mucho en los últimos 35 años y cambió completamente. De tener que mandar a pedir un par de zapatillas de escalada a una fábrica en España con una carta y un cheque adentro pasamos a ir a una tienda en Bariloche y comprar un par de zapatillas de escalada de tu número. Hasta no hace tantos años no había ni importación ni fabricación nacional. Sabías que existían porque te contaban o lo veías en una revista que venía de afuera. Ese es el contraste más grande: los recursos eran más difíciles de conseguir. Hoy día el país en términos generales, en comparación con el resto de Latinoamérica está bien desarrollado a nivel infraestructura y a nivel calidad profesional, aunque la industria no termina de crecer completamente porque sigue siendo un nicho muy chico. Personalmente viajé bastante y puedo decir que los guías de los países andinos nos hemos dado mucha maña para recibir y atender a los clientes que han venido y vienen a hacer una caminata o escalar una montaña, hemos podido atajar la demanda. Obviamente tenemos características geográficas y culturales diferentes, no es lo mismo un guía boliviano, ecuatoriano o chileno. Nosotros, como en otros aspectos, nos parecemos más a los europeos.
Las cumbres son sinónimos de libertad, pero a lo largo de la historia están muy ligadas a la conquista y al mandato de las grandes potencias. ¿No lo sentís contradictorio en algún punto?
El Alpinismo es una especie de gran contradicción. Siempre hubo una suerte de competencia no asumida en la cual Alemania e Inglaterra querían ser los primeros en “conquistar” las cumbres y estaba bien visto clavar una bandera y decir “fuimos los primeros en llegar”. Pero pasó mucha agua debajo del puente. Desde fines de los años 60 cambió mucho la actitud hacia la montaña, porque cambió la actitud en general de la humanidad hacia la naturaleza. Y eso enalteció la actividad y la replanteó, le incorporó la perspectiva artística, el valor de la contemplación y de la convivencia con el paisaje, con la montaña. Aunque lo cierto es que también como escalador uno quiere realizar sus hazañas personales y siempre aparecen desafíos nuevos. No sé si como algo competitivo contra otro, más bien como intensión de demostrarte a vos mismo que lo podés lograr. Es muy importante el desenvolvimiento físico y mental del escalador. En la montaña te preguntás si podés ir hasta allá y después ir “en libre” para allá y subir rápido por ahí y después dar la vuelta y así, tratando siempre de “encadenar” un montón de cosas. Entonces el desafío entre los que escalamos también tiene que ver con la forma en que lo hacemos. Después de subir por diferentes lados a una misma cima se empezó a querer unir diferentes cumbres de un mismo cordón. Eso es lo que hizo por ejemplo Rolo Garibotti cuando conectó todo el cordón del cerro Torre, que sin dudas fue una hazaña en la historia de la escalada, porque era uno de los últimos grandes desafíos que quedaban por hacer.
¿Existe una tendencia que prioriza llegar a las cumbres sin importar tanto el proceso, es decir sin abrir rutas nuevas?
Lo que pasa es que a esta altura ya no es fácil abrir nuevas vías porque los lugares están bastante agotados, como una tela para pintar sobre la que al principio hubo un sólo trazo y luego varios hasta llegar a un presente en el que el cuadro está prácticamente terminado. Hay menos paño. Ahora el desafío es otro, pasa más por lo deportivo, la actividad es mucho más exigente a nivel físico que antes. El equipo y las técnicas de los escaladores de los años 60 comparados con los de la actualidad son muy diferentes. Ahora se sube liviano, inflado y súper rápido. La técnica que predomina es el estilo alpino: ir con lo mínimo lo más rápido posible y lograr el mismo resultado para el cual antes se necesitaba realizar toda una expedición. A mi gusto hoy día está exacerbado el aspecto deportivo, este aspecto creció tanto que hoy hay mucha más gente dedicándose a desafíos deportivos que gente explorando lugares. Mucha gente llega a Chaltén a escalar el cordón del cerro Torre, pero hay muchos otros lugares para realizar travesías en los que tenés garantizada la aventura y podés vivir y luego contar tu propia experiencia. Después está el caso de los escaladores de elite que vienen con un viaje planificado desde Estados Unidos, Europa o Buenos Aires con la idea de hacer tal cosa de determinada forma. Porque los escaladores muchas veces necesitamos demostrar un alto nivel deportivo para llamar la atención y que un sponsor nos banque, nos hagan notas y se mueva toda la rueda que hay atrás de una expedición de gran magnitud. Por estos lados no hay tantos andinistas profesionales porque no hay recursos, aunque sin dudas hay un gran nivel. Lo que sucede es que a diferencia de Europa no tenemos una estructura que sostenga de atrás, en lo que a la montaña se refiere acá todavía no hay nadie que viva de ser atleta.
¿Creés que existe una identidad propia del escalador argentino?
Sí, los escaladores argentinos tenemos nuestra identidad y muchas veces nos jactamos de ella, básicamente nos damos maña con todo y justamente esa es la gran habilidad que tenemos. La de llegar a un lugar y rápidamente sentirnos cómodos –no como forasteros– y generar el espacio y la forma para salir airoso de cualquier situación, sea escalando, porteando o changueando. Ojo, también muchas veces nos sentimos omnipotentes, creemos que podemos hacer todo y ahí se nos va la balanza para el otro lado. Los mismos aspectos que te favorecen a veces pueden ser la causa de situaciones incómodas. Claro que cuesta verlo en uno y es más fácil verlo en los demás, pero los argentinos somos muy reconocibles dentro de un grupo de personas. Con respecto a la identidad específicamente en la escalada creo que en muy poco tiempo hemos crecido mucho. Hay mucha habilidad en las nuevas generaciones que evolucionaron a pesar de las complicaciones, a pesar de vivir en un país geográficamente muy amplio y muy mal distribuido a todo nivel.
¿Qué políticas públicas se podrían implementar para que los pibes de los barrios populares tengan más acceso a la actividad de montaña?
La gente que vive en los barrios más postergados tiene los cerros cerca y en una primera instancia saben recorrerlos mucho mejor que nosotros, porque viven realmente relacionados con la montaña donde van a sacar leña o a llevar sus animales. Es gente que se la banca y tiene capacidades que nosotros, que vamos al cerro y después volvemos a nuestras casas con gas natural, no tenemos. Pasa con los guías en Bolivia que antes eran porteadores y vivían en el mismo lugar donde hoy guían. Acá hay una clase media con recursos que lo abarca todo y domina la demanda, incluida la turística, entonces suben las tarifas, los guías cobran caro y es difícil que la actividad se vuelva popular, con valores acordes. Sería buenísimo que todos los chicos pudieran ir a una escuela de montaña como la del Club Andino Bariloche y no una vez cada tanto a dar una vuelta. Sería justo que pudieran desarrollar la actividad con una continuidad y pautas serias de acuerdo al grado de complejidad de la misma y que el Estado respondiera por este derecho con recursos. Habría que sentarse a pensar entre varios y diseñar un plan a la medida, hay una Escuela Municipal de Montaña que se podría dinamizar con recursos. Pero obviamente no es prioritario. Cualquiera puede aprender a esquiar, pero hay que tener un par de esquíes y el pase para subir. Eso no es poco. Además, se requiere de mucha práctica para poder evolucionar. Pero al margen de lo estrictamente económico un camino quizás sería generar una apertura cultural diferente hacia el medio ambiente en general, sea el lago, el bosque o la montaña. Estaría bueno ofrecerle a la gente alternativas saludables, invitarlos a caminar y respirar el paisaje impresionante que nos rodea. Pero esa sería una propuesta que también habría que diseñar, financiar y contener.
Don Andrés Lamuniere dijo que para él la montaña muestra las limitaciones y potencialidades que tiene cada uno. ¿Coincidís al respecto?
Es una excelente frase la de don Andrés Lamuniere. El hombre tiene unos cuantos años en el oficio, experiencia y respuestas a muchas preguntas que los más jóvenes nos seguimos haciendo. A mí me gusta vivir la montaña en cualquier circunstancia, sea con un cliente, en un refugio, escalando, esquiando o de paseo con mi familia. Eso es lo más importante para mí. Cuando me preguntan sobre mi próximo desafío o si sigo teniendo el mismo fanatismo respondo que quiero seguir haciendo lo que estoy haciendo ahora: trabajar en la montaña y seguir teniendo cotidianeidad con la naturaleza. Considero un lujo poder proyectar mi vida de trabajo en la montaña, por suerte puedo dedicarme exclusivamente y eso ya es un montón. En este momento de mi vida no me tengo que demostrar nada, simplemente seguir disfrutando y seguir dándome a mí mismo el tiempo necesario para contemplar el paisaje o cocinar en un fogón. Y para eso no me hace falta irme muy lejos. Algo que era una actividad, una vivencia y un desafío terminó siendo cada vez más un deporte. En la escalada deportiva la montaña no hace falta, lo mismo pasa en el Boulder, lo importante es el desenvolvimiento físico y mental del escalador. Creo que cuando alguien hace algo lo que en realidad hace es demostrarse algo a sí mismo y animar a los otros a intentarlo. A nosotros nos motivaba todo lo que hacía Seba De la Cruz –que hizo cosas alucinantes– entonces decíamos ¡Mirá lo que hizo este pibe! Lo que él hacía nos animaba para encarar nuestras movidas. Creo que eso sucedió también cuando con Diego Luro y Teo Plaza fuimos al Paine porque detrás muchos se animaron a lo mismo. Luego de nuestra ascensión al cerro Torre –en la que filmamos Ritmo latino en la cara Oeste– hubo 8 cordadas más que subieron porque la vieron posible. Está buenísimo que así sea.
¿Cuáles fueron tus primeras experiencias con la cámara?
Cuando tenía 12 años, en una de las primeras ascensiones que hice al pico Argentino del cerro Tronador, llevé una cámara. Siempre saqué fotos, es algo de familia. Y en aquel tiempo también era una manera de contarles a mi familia y a mis amigos lo que iba haciendo en la montaña. A los 18 años llevé equipo para filmar a las Torres del Paine. A esa altura ya habíamos hechos algunos videos caseros en el Frey y en la palestra. Empecé como jugando y tuvo que ver con que mi viejo se dedicaba en forma amateur a filmar y sacar fotos. También durante el secundario hice un curso de cine y video en la Escuela Municipal de Arte La Llave y ahí aprendí lo básico: que era un encuadre, como se hace un guión, que estructura tiene que tener una historia o un guión técnico. Nunca me gustó demasiado el formato documental clásico, me parece un poco aburrido, demasiado épico. En la escalada uno se motiva mucho viendo fotos, a través de las imágenes disfrutás tanto del gesto del deporte como de los lugares en sí. Me acuerdo que cuando éramos chicos caía un catálogo de escalada de Alemania y le recortábamos las fotos de desplomes y las pegábamos en la pieza, porque acá en Bariloche no había desplomes y eran nuestro máximo sueño. Si dibujábamos un escalador lo hacíamos en un desplome, en un techo, porque lo que escalábamos acá era aplomado o vertical. La imagen es muy poderosa, es contundente, es lo que te queda grabado.
Cuando filmás te interesás por el lugar y las personas que viven en él, tu película Río Mayo en colores es un buen ejemplo de ello. ¿Qué historias habría para contar en esta Patagonia contemporánea?
La Patagonia de por sí es un lugar dramático porque es un lugar con un clima hostil. Las plantas y las piedras son lo que son por el clima y ese dramatismo ayuda un montón al momento de componer una escena. Sin duda es más fácil encontrar un recurso dramático aquí que en una playa del Caribe. Por otro lado, siento que en la Patagonia aún falta relatar partes de la historia y las historias parciales están desconectadas entre sí, es un lugar cosmopolita donde la gente originaria de esta tierra no está muy presente en el relato histórico oficial. Claro que aún quedan y están resurgiendo muchas comunidades mapuche, pero la mayoría de la población actual vino y viene de otro lado.
La historia de mi película “Río Mayo en colores” trata sobre un pintor autodidacta de ese pueblo que está justo en el centro de la Patagonia. Su familia vivió allí por generaciones, antes incluso que estuviera fundado el pueblo. Paso por Río Mayo desde hace más de 30 años rumbo a Chaltén y siempre me llamaron la atención las pinturas en las fachadas de la mayoría de los negocios. Cada vez que pasaba tenía ganas de hacer algo con eso así que una vez buscamos al pintor que las realizaba y así nació la historia y tomó vuelo por el lado del personaje porque el pintor es realmente un personaje. Si hubiéramos encontrado un tipo más cerrado por ahí se complicaba contar la historia. Me parece que vivimos en una sociedad que busca mirarse en supuestos héroes que hicieron supuestas hazañas, en algún momento algunos pudieron haberme visto a mí de ese modo por haber escalado algo importante, pero subir una montaña no alcanza para ser un héroe. Creo que habría que replantearse quiénes son verdaderamente héroes, gente que está en los lugares más remotos e impensados, creando y trabajando en medio de tremendas realidades.
Me gustaría que enumeres las filmaciones que realizaste…
La primera película que hice y fue editada y terminada fue Una fina línea de locura en las Torres del Paine, tenía 18 años y estaba con Diego Luro y Teo Plaza. Era la temporada 1992/1993 y la filmé en VHS. También tengo algo filmado en hielo en el cerro Murallón con Diego y con Rolo Garibotti, pero con eso nunca hice nada. Después hice una película del curso de la UIAGM –Unión Internacional de Asociaciones de Guías de Montaña–, filmé todos los módulos que hicimos: roca, hielo, esquí y alta montaña. Se llamó La profesión del Guía (2004) y fue la primera vez después de lo del Paine que hice algo editado sobre una idea y con textos. Después vino un corto en Perú en distintos nevados: Escalada y Ascensiones en la Cordillera Blanca (2005), que fue algo muy breve por la rotura de la cámara y ese mismo año hice Ritmo Latino en la Cara Oeste del Cerro Torre (2005) y Galaxia de Montañas / Broad Peak – Karakórum, Himalaya (2006). Después vinieron Los Arenales / quien anduvo lo sabe (2008) y El Dedo del Cesar / historia de intentos y cumbre (2008), la primera en el paso cordillerano mendocino por el que cruzó San Martín que es un buen lugar para escalar y la segunda en una aguja ubicada al sur del glaciar Perito Moreno. Y finalmente Rio Mayo en Colores (2013), de la cual ya estuvimos conversando.
La Patagonia era uno de los últimos lugares incógnitos a explorar en un pasado reciente. ¿Crees que todavía conserva esa magia?
Sin duda conserva esa magia. Es tan grande territorialmente que es un terreno de aventura inmenso, aunque ya no es lo que era antes. Desde que existe el Google Earth, el GPS y la meteorología por Internet podés armar desde tu casa una exploración con muchísimo detalle. Si bien antes también los exploradores trataban de planificar lo máximo posible y obtener toda la información posible del lugar, no tenían las herramientas de las nuevas tecnologías. La planificación de la salida siempre fue el recurso más importante porque es lo que te aproxima a lo que vas a encontrar. Después de que se escalaron las cordilleras más conocidas como los Alpes, el Himalaya y otros, el último lugar en los Andes que quedaba por explorar era la Patagonia. Como esta historia es bastante contemporánea todavía vivimos un estadio de exploración, porque es un lugar inmenso y deshabitado, y esta es una característica bien nuestra. Cuando fui a Pakistán por ejemplo sentía que siempre había alguien, hay aldeas casi sobre los glaciares y ni a 5000 metros estás solo porque los campamentos base son como pueblos. Acá lo lindo es eso: salís caminando y enseguida estás solo y en contacto con la naturaleza, sea un bosque, un espejo de agua o una cumbre. La naturaleza está tan cerca que es como el patio de tu casa. Eso es muy lindo, no es necesario irse lejos. Si bien hay muchos problemas a nivel ambiental en ese sentido estamos en la gloria. Esto es difícil de encontrar en otros lugares, acá la naturaleza está muy a mano y sin duda es algo que se extraña cuando estás lejos.
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