A la vera del fogón: Recordando a Carlos Carnota

En esta edición número ochenta y seis de Revista TODO decidimos volver a compartir con ustedes la charla que mantuvimos doce otoños atrás con el querido Carlos Carnota, artista de la vida y titiritero, oficio con el que hizo reír y reflexionar a grandes y chicos a lo largo del país y especialmente en nuestra región, donde fue visitante asiduo de la Línea Sur, llevando la magia de los títeres a rincones en los cuales este arte era desconocido. Pero sin dudas donde más se lo recuerda es en nuestra ciudad, en la que por años disfrutaron de sus obras gran cantidad de niñas y de niños que hoy ya son madres y padres y siguen evocándolo con sus bigotes sonrientes, poblando de risas el universo de sus primeros años. Por eso queremos volver a escucharlo al querido Carnota, porque sus reflexiones lúcidas sobre las responsabilidades que nos caben como adultos respectos de los más pequeños tienen una vigencia absoluta, porque este vecino, barilochense por adopción, con el que muchas y muchos compartimos largas charlas en las veredas o en algún café del centro, enriqueció con su oficio antiguo la experiencia artística de nuestras infancias y, por supuesto, porque lo extrañamos.

“Mis viejos eran zapateros artesanos, de ellos heredé una facilidad manual para inventar cosas. La mía era una familia obrera. Nací en el barrio porteño de Pompeya. Me acuerdo del patio, la parra y de los muñecos de San Pedro y San Pablo que se hacían en el barrio para quemarlos en una gran fogata. Tenía menos de 6 años cuando vi la primera función de títeres. Fue en el patio de mi casa una vez que unos chicos le pidieron permiso a mi viejo para hacer una obra. En la cocina de mi casa había una ventana que daba al patio y era ideal para hacer la función. Tiempo después presencié otra obra llamada El pastorcito mentiroso que me hizo sufrir como un condenado. Recuerdo que terminé muy angustiado porque al personaje principal se lo comía el lobo. No era una historia con final feliz. Me parece que el guión estaba armado por los curas para trabajar el tema de la mentira. ¡Lo que hemos crecido como sociedad! En los años sesenta la mujer tenía que llegar virgen al matrimonio. Yo tomé la comunión y en catequesis había dos fotitos: un ángel acariciando a un nene que no había pecado y al lado dos gárgolas agarrando a otro nene que no había cumplido con los mandamientos. Eso te va formando, sin dudas.

Toda mi familia era admiradora del cine. Me llevaban desde bebé. Me acuerdo que mamá hamacaba a mi hermana menor caminando por el pasillo o le daba la teta mientras mirábamos la película. Siendo niño, cuando los personajes aparecían en primeros planos y hablaban yo creía que me hablaban a mí. A medida que fui creciendo hice varios talleres, de poesía y de música, con la que me relaciono desde los 5 años. Soy el del medio de tres hermanos y el único varón. A mí me gustaba todo lo que escuchaba Susana, mi hermana mayor, ella fue la que despertó en mí el gusto por la música, las metáforas y las radionovelas, que escuchábamos todo el día. Sabíamos todas las canciones de los años sesenta y cuando empezaron Los Beatles me volaron la cabeza. Así empecé a ser Disc-jockey y poco tiempo después a escuchar fanáticamente los Rolling Stones, hasta que murió Brian Jones. Ahí me volqué hacia la música en castellano, principalmente Serrat, porque como no sabía inglés quería entender lo que decían. Y a los 17 años, cuando muere mi viejo, me abrazo a Antonio Machado, que es el poeta padre por excelencia. Sin dudas yo quería ser un cantante de esos que hacían llorar a las minas. Por esa época solo quería ser músico, seducir mujeres con la guitarra y hacerlas llorar. Pero como siempre fui cómico no lloraban nunca, sólo se meaban de risa.

Formalmente en Buenos Aires laburaba en ENTEL, de donde me despidieron durante la dictadura por usar barba. A Bariloche me vine solo en el año 86 y empecé a trabajar como iluminador en un grupo de teatro aficionado. Ya venía con experiencia en teatro e iluminación, siempre trabajando por mi cuenta. Al año de estar acá fallece mi hermana mayor, un hecho que me partió la cabeza. Entonces volví a Buenos Aires y ahí conocí a la Tana, piedra fundamental en todo esto. A los tres meses de conocernos no sabíamos para donde arrancar. Yo era profesor de música y un día fui al colegio sin haber planificado nada para esa clase, entonces hice un títere a ver qué pasaba y ahí descubrí la facilidad que tenía, pero sobre todo descubrí lo que provocaba en el otro. Entonces empecé a indagar mucho en el oficio y tiempo después le propuse a la Tana salir de gira. Así empezamos a trabajar juntos. En eso estábamos cuando nos preguntaron cómo nos llamábamos y nos dimos cuenta que no teníamos nombre. Como el apellido de la Tana es Lascala por similitud surgió el nombre: Títeres “La Escalera”. Tiempo después decidimos comprar unos micrófonos inalámbricos e irnos de gira. Inicialmente pretendimos irnos con un Renault 12 (reclinar los asientos y dormir ahí mismo) pero no entraban los títeres. Entonces un titiritero de Buenos Aires nos mostró una casa rodante. ¡Eso era lo que necesitábamos! Así que después de juntar la guita compramos ese Motorhome y finalmente salimos de gira. Nos fuimos desde Bariloche, pasando por muchos pueblos de La Pampa y Buenos Aires: Trenque Lauquen, Pehuajó, San Antonio de Areco, donde la gente rompió la puerta del teatro para entrar. Por lo general eran teatros de 200 o 300 personas. La mayor cantidad de gente la tuvimos en Venado Tuerto donde hubo alrededor de mil personas. Siempre actuamos en salas con iluminación y sonido, nunca pasamos la gorra. Nosotros llegábamos a un pueblo e íbamos a hablar con las directoras de los jardines, a la Secretaría de Cultura de cada municipalidad y al Concejo de Educación. Por lo general hablábamos yo, la Tana y Guille, nuestro títere. Íbamos los 3. Era hacer el show las 24 horas. Así empezaron los 10 años de gira que nos llevaron a más de 200 pueblos durante los años noventa.

El títere es un elemento proyectivo importante al que los chicos le cuentan cosas que no salen de ningún otro modo. Una vez me llamó una maestra para ver si podía ir con Guille a hablar con un nene que hacía 15 días que no dialogaba con nadie. Y el nene recuperó el habla y se destapó la olla de lo que le pasaba. Es un elemento de comunicación gigante. Cuando hablamos de la magia de los títeres sin dudas nos referimos a la fantasía y a la capacidad de juego que tiene. Y esa capacidad innata de juego la tienen los chicos. El juego reconstruye. Y el teatro que yo hago es para jugar, de ida y vuelta, de interacción. El gran problema que subsiste en cuanto al títere y el juego es encontrar al personaje. Personalmente tuve la oportunidad de hacer talleres de búsqueda de personajes en los que aprendí que los personajes se encuentran a través del niño que llevamos dentro. Si vos dejás salir a tu niño se pone a jugar. Y no importa si se pone a jugar de gerente de banco. Si lográs poder jugar emerge otra comunicación, porque sale de todo y con eso que surge es importante poder hacer algo en conjunto. Es que los chicos tienen una cantidad de información tremenda. Toda esta experiencia que aprendí en mi oficio la quiero trasmitir a los docentes para que tengan esta herramienta. Realmente me gustaría hacer una experiencia piloto en algunas escuelas.

El retablo no es sólo para que no me vean a mí, también es un lugar para que pasen cosas. Una vez en el teatro Rivera de La Boca mientras presentaba Timoteo el Jardinero, que era una obra de títeres de guante, nació otra obra mía que se llama Leyenda de una dinosauria, donde una señora quiere hacerse una pomada antiarrugas con un huevito de dinosaurio. La problemática trata sobre el consumo indiscriminado y la basura. Esa obra nace de una imagen que me hago de un títere que aparece por partes: la cabeza, el cuerpo y la cola. Y esa imagen nació de un tipo que había ido a la Antártida y me dijo que el nuevo tema a tratar eran los dinosaurios. De ahí nació. Yo laburo con el dale que, en este caso sería dale que tenemos que reciclar. Ahora estoy trabajando un guión con la historia de dos vecinos que tienen que convivir en un terreno: uno toca la trompeta y el otro escucha alto la televisión, entonces se empiezan a tirar basura uno al otro. En mis obras está muy presente el juego del antihéroe y la solidaridad que se arma entre el titiritero, el títere y los pibes que quieren proteger y ayudar al personaje. A su vez el “malo” es un “malo” grotesco al que también quieren ayudar y no atacar, porque nunca burla al otro. Para desarrollar mi trabajo me filmo y luego de mirarme voy modificando elementos. Además, siempre me tiran chistes que sirven como disparadores y así lo voy puliendo. En las nueve obras que escribí hay un hilo conductor que es la gran preocupación por cómo estamos dañando todo. Por ejemplo, el guión de mi obra Agua clara nace de una vez que puse combustible al auto y salía más barato un litro de nafta que de agua. ¡Un negocio tremendo! No puede ser que salga más cara el agua que la leche. Siempre trato de rozar un tema de la realidad. Y si bien la dinosauria no existe, creo que si aparece en la actualidad un huevo de dinosaurio se armaría un lío tremendo.

Entre todas las funciones que hicimos a lo largo de estos años siempre hay algunas que recordamos por algún hecho desafortunado. Una vez estrenamos una obra que se llama Animate de una vez, que trata sobre un técnico que no consigue empleo y va a cuidar animalitos que integran una colección privada de un millonario. Esto era en la época menemista. Yo les hacía la voz a dos títeres y los manejaba con la Tana. Ella se ponía los cables del micrófono delante de la cintura y en un momento se agachó y se le rompió el cable. Era el estreno de la obra. Superado por la adrenalina corté y pelé los cables mientras la Tana iba a buscar la cinta aisladora a la casa rodante para conectarlo. Lo cómico es que cuando salí a avisarle al público que iban a tener que esperar unos minutos por problemas técnicos la gente se puso a reír como loca. ¡Creían que era una joda! Era en la Escuela Nº 16 en Bariloche, fue terrible, terminamos muertos de cansancio. En otra ocasión en Miramar los chicos comenzaron a tirarle piedritas a los malos de la obra. ¡Malo, malo! les gritaban mientras nos sacudían a piedrazos. Entonces tuve que salir y explicarles que debajo de los títeres estábamos nosotros. Las funciones siempre son distintas porque el público siempre es distinto. La diferencia que veo entre los chicos de zonas urbanas y zonas rurales tiene que ver con el tiempo que se toman para confiar. Con los pibes del campo me pasa lo mismo que con los chicos de los barrios humildes en la actualidad, un nene que hace dos años no me hablaba y para preguntarme algo se lo decía a la maestra, ahora me pregunta directamente. Es todo un aprendizaje prestar atención para entrar distinto en cada lugar según con quién se esté trabajando. Un nene de menos de 3 años, mira a la mamá, mira al títere, y si la mamá sonríe está todo bien. En el campo los paisanos cuando llegaba decían Ahí llegó el chistoso, porque un tipo grande que te haga chistes es raro en ese ámbito.

Hay algunos programas de la televisión actual que están muy bien hechos y resultan perfectos para los pibes. Veo mucho canal Encuentro y Paka Paka. Algunas cosas, como las voces, por ejemplo, las saco de ahí. Aunque después me las olvide e invente otras, porque lo que mirás siempre te sale por algún lado. Hay un dicho certero que dice Uno no roba, sino que recrea. Los programas que veo me sirven mucho, al igual que internet. La música de las obras la hago con computadora. Todas mis obras tienen una canción propia para que los nenes se la puedan llevar en la memoria. Y cuando escucho que la saben me da una satisfacción tremenda, realmente me parece maravilloso. También pasa que por ahí estás dos horas analizando dónde ponés un chiste y después el pibe no le da pelota, porque no lo entiende o porque no va al ritmo de él, porque cada uno tiene un ritmo propio y ahí es donde más apunto: a descubrir a los pibes. Quizás no perfecciono tanto la técnica del movimiento del títere, sino que me concentro en contar la historia. Ese es mi oficio y mi fortaleza. Lo fundamental para mí es hacer reír al pibe. Cuando termino una función lo que más me interesa es que los pibes se hayan reído. Es mi motivación. Las historias las voy armando en función de eso. Tengo una sensibilidad muy particular para eso, cuando entro en diálogo con los pibes enseguida siento por dónde les puedo llegar. Sostener el humor, la risa y un ritmo particular no es fácil. Porque la lógica de los pibes es distinta, ellos saben muchas más cosas de las que creemos, por eso hay que incluir la realidad. Los chicos entran

y salen del guión de la obra. Es como cuando lo llaman a tomar la leche y está mirando la televisión al mismo tiempo. Eso es el nene en la función. Ellos se identifican con un personaje y no dicen Yo juego con el rojo, dicen Yo soy el rojo. En estos descubrimientos comienza a darse la posibilidad del juego del otro.

A los titiriteros los festivales de títeres nos aportan difusión para que más público conozca nuestros trabajos. Y además nos permite el intercambio con los colegas. Conocer personalmente a otros titiriteros y ver trabajos nuevos es muy enriquecedor. En relación a esto cuanto más sabés de títeres más exigente te ponés. Por lo general soy perfeccionista y muy crítico con cada obra. No tengo un referente, pero recuerdo una función de la compañía Hugo e Inés. Él es peruano y ella de Kosovo. Eso fue perfección y ternura. Los festivales siempre suman. La macana es la parte comercial de estos eventos, creo que se tendrían que manejar desde otro lugar, no desde el costado comercial o privado. En todo esto debería estar el Estado. Si pudiera implementar algún cambio en las políticas culturales trataría de fomentar más la igualdad entre los pibes que van a escuelas privadas y los chicos de los barrios populares. Habría que equiparar el acceso a las producciones culturales y artísticas. Una vez en la escuela del barrio Arrayanes de Bariloche un nene de primer grado me preguntó si esto era el cine. Era una función en un colegio de Bariloche y el nene no conocía el cine. Como mi hijo cuando vio por primera vez una vaca y dijo que era un perro gigante. Esa disparidad se da por falta de acceso a la información y por desigualdad de oportunidades. Todos tenemos cultura. El nene ese debe tener una cultura de barrio impresionante, pero no conoce ni tiene acceso a otras cosas y eso habría que modificarlo.”