Charlamos con don Alberto Goye en Colonia Suiza –donde nació un 21 de junio de 1915– una tarde de otoño del año 2010. Él estaba por cumplir 95 años y nos dimos el gustazo de disfrutar de su memoria implacable y su humor de paisano viejo. Don Alberto falleció casi tres años después a comienzos del otoño del 2013. Está entrevista, narrada en primera persona, nos lleva de paseo por un Bariloche de una época que pervive en la retina de pocos; un Bariloche rural, salvaje, inhóspito, del que solo quedan rastros en las memorias de quienes no olvidamos lo que nos contaron. Hoy el asfalto llega a Colonia Suiza, aunque los nostálgicos sigamos usando el Camino Internacional, conocido también como Balcón del Moreno, camino histórico con el que se proyectaba, a fines de la década de 1920, unir Bariloche con Chile y que abrieron a dinamita, pico y pala trabajadores a los que don Alberto llama “los viejos” y a quienes alude, una y otra vez, con orgullo y nostalgia. ¿Qué más decir? Simplemente escuchémoslo nuevamente a él, testigo lúcido de un siglo que se fue, cuyos recuerdos son vívidas postales de ese Bariloche de mito y leyenda.
Mi abuelo llegó a Chile desde Suiza con sus cuatro hermanos. A tres de sus hermanos Chile no les gustó así que compraron arado, carretas, semillas, bueyes, y se vinieron para acá. Fue en 1895. Mi abuelo había venido un poquito antes a mirar este lugar donde ahora está Colonia Suiza. Cuando vino tenía 18 años y decía que le había resultado muy parecido a la zona de Suiza de donde venían ellos. Así es que esos tres hermanos de mi abuelo se vinieron a radicar acá. Llegaron en carreta. No sé si por Paso del Arco o por algún otro paso. Tampoco sé cómo cruzaron los ríos. Pero tuvieron que abrirse caminos para llegar porque por acá solo había pequeñas picadas. Y cuando en 1902 se creó la Colonia Agrícola Nahuel Huapi solicitaron los lotes 83, 84 y 85 y se radicaron cada uno en su lote. En ese entonces no había ningún otro poblador por la zona y enseguida empezaron a dedicarse a la agricultura y la ganadería. Los animales se criaban a campo abierto y ellos supieron tener muchos, desde Colonia hasta el Brazo Tristeza, todo ese terreno lo ocupaban sus vacas, sus ovejas y sus caballos. Por aquellos años también se sembraba mucho trigo y muchos frutales. En 1910 ganaron un premio del Ministerio de Agricultura al mejor trigo y según supe hasta mandaron trigo a Chile. Y en 1925 ganaron el premio en variedades de frutales: manzanos, ciruelos, peras y duraznos. Por ese entonces la agricultura se hacía toda con arado tirado por bueyes. Nosotros llegamos a tener cegadoras, trilladoras, y máquinas para limpiar el trigo. Pero ahora no hay lugar para trigo, todo es zona turística, las zonas de cultivo se fueron achicando y achicando y se fueron muriendo los viejos…
Mi padre llegó desde Bahía Blanca en 1902, él era sobrino de Don Félix Goye y llegó en barco a Bahía Blanca y de a caballo a Bariloche con la diligencia del correo. Tardó 40 días en llegar. Encima poco antes de juntarse con sus tíos tuvo un accidente en la boca del río Limay. Resulta que al encargado del correo se le cayó el revolver y le pegó un tiro en la ingle. Mi padre tenía 8 años y el tío Félix lo tuvo que llevar a Osorno a sacarle la bala. Para ir hasta allá había que remar por el lago hasta Puerto Blest y desde ahí hacer los traslados. Realmente quedaba muy lejos. En aquellos tiempos todos los Goye hablaban francés. Yo hablé francés hasta que tuve 8 o 9 años, no conocíamos el español, recién cuando empezaron a venir trabajadores de Chile conversando fuimos aprendiendo. Aunque algunos nunca terminaron de hablar bien del todo, a mi padre por ejemplo siempre le costó mucho hablar. En esa época con los vecinos más cercanos a Colonia Suiza nos comunicábamos con humo de costa a costa de lago. Y sino con tiros de carabina. Si se tiraban tres tiros había pasado algo grave y había que movilizarse enseguida, y si el tiro era uno solo se trataba de una advertencia; cuando estaba calmo a veces gritábamos y nos escuchábamos de una a otra orilla.
Desde muy joven salí a trabajar con mi padre al campo, desde los seis años andaba llevando bueyes o arriando vacas. Nosotros llevábamos leña a Bariloche en carro y a los catorce yo ya iba sólo al pueblo. Demoraba siete horas para llegar, llevaba una carga de leña y la vendía a cuatro pesos con cincuenta o cinco, era poca plata, pero alcanzaba para comprar cosas para la casa: una bolsa de harina de 70 kilos, azúcar, arroz y yerba. El camino viejo a Colonia Suiza se abrió después del ’28, pero no estaban los puentes que hay
ahora y el cruce del río Goye era muy difícil porque hay 12 metros de desnivel entre el camino y el río. Igual los viejos se las arreglaban: tiraban árboles enteros, los labraban, y con bueyes los iban acomodando hasta que los ponían a modo de puentes. Tres puentes hicieron así en el camino viejo. Todo ese camino se hizo a barreta, picota, pala y carretilla. Cuando no había camino era otro el viaje, había que subir mucho y era mucho más largo, por eso si o si había que tener bote para trasladarse. La vida de los antiguos aquí fue muy sacrificada, mucho trabajo, pero cuando se quiere trabajar se hace de todo. Y pensar que por el derrumbe del año pasado la ruta está cortada hace ocho meses.
Fui poco a la escuela, sólo durante un tiempo en el que mi padre me dejó a trabajar en el Hotel Parque, donde me hacían trabajar de jardinero, de seca platos y de lustra botas. Me pagaban 15 pesos por mes y le llegué a lustrar los zapatos a Carlos Alvear, que venía con sus hijas y su señora. Durante ese tiempo fui a la escuela que estaba por Mitre y Onelli. Salía del trabajo a las doce y a las cinco tenía que estar de vuelta. Estuve en segundo y en tercer grado. Lo demás lo aprendí por ahí y hasta que me dio el marote. En ese tiempo la península San Pedro se llamaba península chilena porque eran puros chilenos por ahí. Yo recorría mucho toda esa parte con un maestro llamado Santos Romano que se juntaba con ellos a tomar, el maestro me tenía para los mandados y fue muy poco lo que tuve de clase con él. Y la isla Huemul tampoco se llamaba así, se llamaba isla Huenul, porque ahí vivía un araucano chileno que tenía una embarcación con la que cruzaba a Playa Bonita y andaba por todos lados. Todavía recuerdo las veces que lo vi a Huenul, y si me preguntan que personas sigo recordando a lo largo de la vida él sería uno.
Y otro sería un chileno llamado Pascual Soto que vivía cerca de Llao Llao. Yo era de andar mucho de chico, a mí me decían mata caballos porque cabalgaba a pelo nomás, solo con una soga. Una vez me mandaron a comprar huevos a lo de unos vecinos y yo andaba con la yegua parida. Venía cuesta abajo y la yegua volcó, y cuando caí me golpeé la cabeza. Entonces me tiré en el monte y me quedé dormido un buen rato, y cuando me desperté tenía todavía en la mano la bolsa con todos los huevos sanos. En esa época el médico más cercano estaba en el pueblo. Primeramente estuvo Vereertbrugghen, de origen belga, que según creo también era médico policial. Tenía que recorrer desde Bariloche hasta Esquel e iba de a caballo a donde lo llamaran. Y si tenía que operar operaba con lo que tenía. Una vez me contaron que a un peón de estancia le operó el brazo con un serrucho de carnicero. También de ese médico me quedó grabada la figura, tenía una linda tropilla de caballos y también una de reservados, y tenía campos allá por el Gutiérrez…
Otra cosa que siempre recuerdo son las conversaciones que hubo cuando peleó Firpo, me acuerdo de esas conversaciones sobre boxeo. En ese momento no se podía escuchar la pelea porque no había radio –la radio de Bariloche empezó recién en el ’43– y los diarios llegaban cada 15 días. Entonces las grandes noticias se conversaban y yo me acuerdo que todos comentaban esa pelea, fue en el año ’23 pero me acuerdo como si fuera hoy. En aquel tiempo los inviernos sabían ser mucho más nevadores. En el ’44 por ejemplo nevó treinta días seguidos y estuvimos aislados, porque no había máquinas como hay ahora.
En esa ocasión para poder ir a buscar mercadería juntamos ocho personas y con un camión que tenía mi hermano abrimos el camino. Por lo general la gente se aprovisionaba antes del invierno, carneaban un vacuno, lo salaban y lo ponían al humo, y así tenían para poder ir tirando. Además hacían mucho chorizo, mucho fiambre, eso sí que se hizo desde siempre. Y los curantos se hacían desde entonces pero no me acuerdo bien la fecha en que se comenzaron a hacer. Empezaron de a poco y el negocio se fue haciendo grande. Ahora son todos maestros.
Mi señora se llamaba Emilia Boock, la conocí en el Mascardi, para ir a verla tenía que andar 90 kilómetros de a caballo. Yo había conocido a su hermano cuando fui al ejército, a mí me habían mandado de vuelta porque estaba herniado y el hermano me dio una carta para que se la entregue, y ahí fue que empezamos a relacionarnos. Mi señora era de ahí del Mascardi y nos empezamos a tratar más cuando nosotros andábamos por ahí abriendo caminos. Hasta que en el año ’40 me la traje para Colonia. Tuvimos un hijo en el ’42, otro en el ’43, y la hija nueve años después. Un par de años antes que naciera mi hija se me ocurrió ir a Buenos Aires. Fue en el año ’50 y después de ese viaje juré que nunca más en la vida volvería a ir. Y a Neuquén fui una vez con un pariente en un camión viejo. Íbamos por cuatro días y estuvimos trece días para volver. El camión se nos rompió en Senillosa en plena travesía. Como traíamos mercadería me quedé cuidando el camión y me agarró una tormenta. Un hombre me dijo que junte agua porque por ahí no había y tuve que tomar agua con barro durante dos días. De repente estaba ahí y vi aparecer dos camiones en el horizonte y me puse contento, los que venían en el camión me preguntaron qué pasaba, entonces les conté que estaba sin comer y sin tomar agua hacía un par de días y ahí nomás bajaron y me hicieron un guiso. Nosotros fuimos 14 hermanos, de ahí tantos Goye. Yo soy el último varón que queda. Éramos seis varones y ocho mujeres. Una de mis hermanas mayores se llamaba Frida y de ahí viene el nombre de los chocolates Tante Frida. Tía Frida quiere decir. Y la Abuela Goye era mi abuela. También soy el último sobreviviente de la Comisión que armó la primera escuela de Colonia Suiza, que la terminamos de construir en
- El aserradero donó maderas y Parques Nacionales los clavos y algunas maderas más. Todavía tengo en la memoria cuando empezamos esa construcción. En esos años había muchos alumnos porque había bastante gente trabajando en la zona y todos tenían muchos hijos. Las fotos están en el museo pero hoy pocos van por ahí.
La verdad es que por aquellos años de los que le hablo además de trabajar había pocas cosas para distraerse. Yo nunca pude jugar mucho, siempre donde andaba mi padre andaba yo, y fiestas había una vez cada año. Una vez por año se juntaban todas las familias de la zona y empezaba la fiesta, duraban 3 o 4 días y después por un año no había más. Nosotros nos juntábamos también para hacer las señaladas, pero eso era solo para trabajar y marcar a los animales. Yo trabajé casi 4 décadas en el aserradero Goye & Fant, y antes trabajé mucho con los caballos en la montaña, abriendo picadas en el López y en el Tronador para ir hasta Pampa Linda. En aquel momento para ir al Tronador se pasaba por el otro lado del Mascardi, por el lado de la montaña, y se tardaban seis horas para llegar a Pampa Linda. También trabajé en Paso de las Nubes y Paso Vuriloche. Las picadas las abríamos a hacha y machete, no se conocían las máquinas. En esos años no había comunicaciones de ningún tipo por esa zona y para ir a Bariloche teníamos que galopar 5 leguas, es decir 25 kilómetros atravesando las montañas. Pero yo cuando trabajaba lo hacía
variando, un día trabajaba en el aserradero y al otro iba a abrir un camino. Y también he sabido salir a corretear animales ariscos. Había muchos vacunos ariscos en el Catedral y había que ir a cazarlos con lazos y con perros. Por las montañas anduve bastante con Otto Meiling en la zona del Tronador. Él andaba casi siempre a pie, andaba con Juan Neumeyer y con Emilio Frey, que junto con él eran fundadores del Club Andino. Pero yo era más cordillerano y más de conocer la zona por andar con las cosas del campo. He vivido muchas peripecias por estos lados, imagínese que cuando yo era chico usábamos candiles para iluminarnos. Si. Candiles. Tarros con grasa y un trapo. Por eso somos medio conservados al humo todos nosotros, por eso duramos tanto tiempo…
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