A la vera del fogón: Recordando al Chingolo Casalla

En esta octogésima primera edición de Revista TODO quisimos compartir nuevamente con ustedes la charla que mantuvimos en el verano del año 2012 con el querido Chingolo Casalla, decano de artistas por estos pagos cordilleranos –donde vivió más de 50 años–. Este vecino entrañable, con el que muchas y muchos compartimos largas charlas improvisadas en las veredas de Bariloche por las que lo encontrábamos caminando, fue –además de reconocido dibujante de historietas, baterista de jazz y percusionista– ilustrador y pintor de los modales sencillos de nuestro pueblo, registrados en sus acrílicos y sobre todo en sus tintas y dibujos a lápiz poblados de paisanos y paisanas, de escenas costumbristas e increíbles caballos. En abril de este año que estamos transcurriendo se cumplieron cinco años de su partida física, sin embargo, este gigante con alma de pajarito sigue en nosotros, nítido en sus maneras de hacer sin ufanarse, humilde e incansable. Eso es Chingolo para nosotros, un abuelo del arte que supo compartir su entusiasmo, siempre generoso a la hora de socializar las herramientas que hacen del arte y del quehacer artístico una oportunidad de intervenir el mundo con pasión, sensibilidad y belleza, para hacerlo más humano.

“Nací en la ciudad de Buenos Aires, pero de muy chico con mi familia nos mudamos al norte de la provincia de La Pampa, a un pueblo de unos dos mil habitantes llamado Trenel, donde antes estaban las tolderías de Pincén, un cacique muy importante de la región. Pero de esto me enteré muchos años después estudiando la historia de la campaña del desierto. Mi infancia marcó bastante mi trabajo porque fue la etapa en que me formé la primera impresión que tuve de las cosas. Empecé la primaria en 1930 en una escuela bien de campo. En Trenel no había ni teléfono. Mi viejo era una figura importante en el pueblo porque era contador y encargado de pagos y cobranzas de una empresa muy grande de Buenos Aires llamada Estancias y Colonias Trenel. Los chacareros lo querían porque a muchos les había enseñado a jugar al fútbol y además porque era el que pagaba los sueldos. Con el tiempo entendí por qué los paisanos le traían carne y verduras de regalo. Cuando yo tenía 9 años mi familia se mudó nuevamente a Buenos Aires y eso también marcó mi infancia. Sin embargo, en mi trabajo profesional con la historieta nunca dejé de tratar el tema del campo.

Hice varias historietas: Sargento Toro, Cabo Savino, Capitán Camacho. Todas relacionadas con la campaña del desierto. En esa época no había ningún personaje realizado desde el punto de vista militar, pero no desde el punto de vista de un militar de jerarquía, de un jefe, sino desde la perspectiva de un gaucho en las filas del ejército, como el Savino, que fue levantado de prepo y ahí nomás lo pusieron con la leva. Él no es un dirigente militar. Es uno más. Con Savino pude mostrar un punto de vista real de las campañas al desierto mostrando cosas que fui leyendo y averiguando, puede desarrollar un guion paralelo a la realidad histórica basándose en cosas reales. En ese entonces ya sabía que esa línea de historieta no tiene gran demanda a nivel internacional. ¿Quién va a comprar una historia del gaucho criollo peleando contra el indio? La mayoría de los que abordan el tema histórico lo hacen con la guerra del 14 o se deciden por la historieta tipo novela negra policial porque saben que la venden bárbaro en Europa. A mí en el viejo continente me publicaron muchas cosas, pero sobre todo a traición con materiales robados. Porque en esa época en Bariloche no había fotocopias entonces yo mandaba los originales. Mirá que detalle. No existía otra forma. Esto sucedía por el año 68 y se ve que alguno metió la mano, vendió los originales a revistas europeas y se quedó con el dinero. Yo tengo revistas en italiano con personajes hechos por mí que nunca me pagaron, aunque dicen: “Diseñi Casalla”. Por lo menos están los créditos, aunque de todos modos a mí nunca me interesó hacer las cosas por dinero.

En nuestro país la industria de la historieta fue muy poderosa entre los años 1965 y 1980 porque abastecía revistas y libros a toda América latina. Entre todas las revistas de historietas se llegaron a tirar más de dos millones de ejemplares mensuales que se distribuían por toda América. Estaban El Tony, D´Artagnan, Nipur e Intervalo, que era una revista muy famosa dirigida a las señoras y a las muchachas del trabajo doméstico. Otras apuntaban a estudiantes secundarios o eran novelas policiales para gente mayor, cada una con su clima. Me acuerdo que en una oportunidad hicieron una votación entre los lectores para ver que personajes merecían una revista de historieta aparte, y salió Savino y otro más. Entonces hicieron una revista que estaba a mí nombre con mis personajes, lo que me puso contento. Pero la ilusión de la fama duro poco porque al tiempo empezaron a llegar las revistas mexicanas, y si las nuestras costaban ocho pesos las mexicanas costaban uno y la gente se abalanzó a comprar ese tipo de revistas. Esto hizo desbarrancar a los editores ya que perdimos mucha clientela y la industria sintió el golpe. Entonces nosotros empezamos a hacer historietas para el gusto argentino, historietas protagonizadas por antihéroes donde no siempre ganaba el protagonista. Por ahí el protagonista hacía una macana horrible, la disimulaba, se ponía a llorar y terminaba así. Los finales no siempre eran felices. Queríamos que los personajes fueran más humanos, más naturales y hacíamos finales tratando de adaptarnos a la forma de pensar de nuestra gente. Después con la llegada de la televisión la gente empezó a leer menos historieta y hasta hay generaciones que jamás vieron ni se interesaron por el género.

Si el dibujo te atrae empezás a ver de qué se trata la historia. Si el dibujo no te gusta ya se vuelve dura la cosa. La historieta es una forma de resumir un tema para que después el lector pueda pasar con más facilidad a un libro mayor a fortificar aquello que le quedó en la cabeza y rellenar espacios vacíos. Hay muchos chicos que ven historietas japonesas animé y nunca leyeron una D´Artagnan. O piensan que la historieta nació con El Eternauta cuando en realidad antes de El Eternauta hay 60 años de historietas. Yo vi una historieta que los franceses hacían para desprestigiar a San Martín, eran dibujos con globos que hablaban pésimo de nuestro general, con comentarios políticos contados con ritmo de historieta. No era una tira sino dibujos sueltos con globos. Fueron hechos en 1830 aproximadamente. Otro relato gráfico ancestral son las pinturas rupestres que están en las Cuevas de Altamira, las pinturas donde la gente cuenta que le pasó con la cacería o cuándo va a venir la tormenta. Y otra forma de relato gráfico existió en Egipto, donde los envoltorios de las momias –los sarcófagos– tienen grabados, imágenes de tira con toda la vida del difunto, con signos y figuritas donde se explica qué hizo, qué estudió y quién era. En el país las primeras historietas aparecieron por 1890.

Lo bueno que tiene la historieta como medio es que podés decir muchas cosas –con la mejor o la peor intención– y lo que decís entra por la imagen. Es como el cine. Los americanos se avivaron enseguida. Ellos hicieron una historieta con un dibujante genial cuyo personaje era César, el capitán sin miedo. Si te ponías a analizar, el personaje era contratado por el FBI –cosa que no decían en la traducción al castellano– e iba a Guatemala a matar dirigentes obreros. Pero estaba tan bien hecho que nosotros no nos dábamos cuenta. Después, analizándolo, veíamos que el tipo siempre peleaba en el puerto o en un galpón, y quedaba como que era un simple pistolero. Pero no era eso. Era una historieta de acción de ultraderecha. Cuando en esa época empezó la guerra de Malvinas nosotros salimos con todo. Y más cuando terminó. Queríamos hacer una historia de esa guerra nuestra. Y enseguida desde arriba la prohibieron. Incluso fuimos a ver veteranos para que nos cuenten que les pasó y hacer una historia basada en sus relatos. Eso habla del alcance que puede tener un tema bien tocado en la historieta. Es un medio muy importante. Es la imagen. Ojo, también podés entrar como la televisión, mostrando culitos al aire y haciendo historietas pornográficas. De hecho, yo hice eso muchos años para Japón. Pero estaban muy bien hechas. Aquí laburan casi todos de eso. De diez dibujantes ocho hacen eso. Pero a mí ya no me interesa. Por desgracia no me interesa mucho la guita. Si uno hace cálculos se pregunta cómo sigo haciendo todavía al Cabo Savino sabiendo que si trabajo para Inglaterra o Europa gano 10 veces más. Pero no quiero meterme en quilombos. Ya tengo mucha edad.

El Cabo Savino nació en el ‘50 y lo empezaron a publicar un par de años más tarde. Yo leía mucho sobre la campaña del desierto. Sólo el Martín Fierro lo leí 20 veces. Y lo sigo leyendo, porque lo dibujé en tres ocasiones. Había varios dibujantes que se especializaban en eso, pero nadie había hecho un milico. Y como yo estaba calentito por haber vivido en La Pampa donde vivió Pincén y haber estado en la colimba, entonces dije esta es la mía. También leí mucho a Luís Franco, que resume la historia de todos los caciques de La Pampa y realiza una reseña de cada uno. Así me fui interiorizando en el tema. Sabino es la denominación de un pelaje criollo, así que al principio Sabino era con b larga. Pero cuando hice la colimba había un muchacho que tenía por apellido Savino y para cargarlo a él le puse Savino con v corta, que queda más fuerte. También se llamaba así un boxeador famoso que había en ese tiempo: Néstor Savino. La cuestión es que hace 60 años ininterrumpidos que lo hago. Que una misma persona haga la misma historieta durante ese tiempo es sin dudas un record para el Guinness. Lo sigo haciendo porque a la gente le interesó y le gusta. Una vez un tipo me dio la medalla más importante que te pueden dar. No me olvido más. Veníamos en el tren y hablábamos de la historieta. Y cuando íbamos a bajar me dice “Casalla ¿sabe una cosa? yo aprendí a leer con la historieta, porque con mis hermanos esperábamos la revista y lo que nos enseñaban en el colegio lo metíamos ahí para poder deletrear las aventuras”. Con el Cabo Savino, con la historieta, aprendió a leer. A mucha gente del campo le pasó eso por la relación que tiene con el tema gauchesco. Es como los cuentos infantiles: vos le regalás a un pibe un cuento y si le interesa se enloquece. Esto era lo mismo. Los chicos la esperaban en la casa. Es un medio importante. Podés contar cualquier historia.

Algunos guionistas escriben una historieta y no saben quién la va a dibujar. Por ahí escriben sobre elementos –por ejemplo aviones– que requieren al dibujante ir a una biblioteca, a un archivo, o buscar un libro especializado para ver como era tal o cual modelo. A veces les pedía por favor a los guionistas que me dejaran elegir el modelo para que me resultara más fácil de dibujar. Esos detalles te joden la vida, porque pasás todo un día buscando, y más en Bariloche donde no hay mucha documentación sobre armas. Si tenés que dibujar a los vikingos para empezar tenés que estudiar cómo se vestían. Y así con todo. Uno de los guionistas más importantes que hubo fue el director de cine Federico Fellini. Fueron muchos los directores que eran historietistas, pero se ocultaban, ya que la historieta estaba vista como un arte menor y no querían quemarse. Sucede que los productores de cine echaban la bronca porque se cobraba mucho más caro un guion de película que de historieta. Y no hay gran diferencia entre los dos guiones. Por eso pienso que si hubieran hecho El Eternauta en cine hubiera sido increíble. A nosotros nos sorprendió esta historieta principalmente por la novela. Es una gran novela de ciencia ficción como para hacer en cine. Si ese hombre hubiera nacido en Francia o Alemania hubiera sido un éxito mundial. Oesterheld era un tipo completo, podía abarcar cualquier tema. En su historia aparecen lugares precisos que existían en la realidad. Me acuerdo que había un combate en la cancha de River y si vos ibas a la cancha lo que habías visto en la historieta era calcado de la realidad, porque Solano López –su dibujante, que falleció hace poco– había ido a la cancha de River y había sacado los croquis del lugar. Me acuerdo otra escena en Barrancas de Belgrano. Si había un kiosquito en la esquina él lo dibujaba y así aparecía en la historieta. Y esa era la gracia que tenía, era una cosa completamente realista. Una ficción que a la vez era muy real.

A Oesterheld lo conocí, pero nunca llegamos a hacer algo juntos. Él tenía una salita donde trabajaba en Columba. Nos vimos algunas veces. Era mayor que yo. Hugo Prat era más raro de encontrar porque iba y venía permanentemente. En cambio, al Negro Fontanarrosa lo conocí bien. Éramos muy amigos. Él decía que sabía dibujar caballos por mí. Era más chico que yo, nos cruzamos por primera vez en un encuentro en Mar del Plata y cuando me vio me dijo: “¡Maestro! ¡Al fin lo conozco! ¡Yo soy admirador suyo! A lo que yo le contesté: ¡Dejate de joder! ¡Qué maestro, ni maestro! ¡Maestro sos vos! Y ahí nos hicimos muy amigos. En esa ocasión me confesó que nunca había visto un gaucho ni le había interesado, pero que en ese momento estaba haciendo a Inodoro Pereyra y la cosa iba para arriba. ¿Puedo copiarlo en algo maestro? me preguntaba. Yo me reía y le decía: Copiame todo lo que quieras. El Negro realmente tenía la habilidad técnica y profesional para salir del apuro por sus propios medios de cualquier situación, no precisaba copiar a nadie. Además tenía un “mate” bárbaro para la escritura de guiones, en una página suya, de 8 cuadritos 6 eran un chiste cada uno en sí mismo. Era bárbaro. Además inventó el cuadrito de 3 globos. Así hacía infinidad de chistes y propuestas en un mismo cuadro. Era un tipo muy hábil que aprendió solo. Hubo y hay algunos como él que nunca estudiaron dibujo, porque el dibujo no te lo puede enseñar nadie. Es como el canto. Si vos no tenés el alma y la buena voz no vas a cantar nunca. Te pueden enseñar la división rítmica, como modular, como respirar, pero el canto lo tenés que tener adentro.

Cuando nosotros llegamos en el año 1952 a Bariloche al Savino ya lo estaban publicando. Vinimos con un socio que se llamaba Rosatti a instalar un taller de fotografía, porque en Buenos Aires teníamos poco laburo. Nos instalamos enfrente del centro Cívico –debajo de Mitre– y de entrada pisamos mal en la Patagonia ya que nos cobraron un año adelantado de alquiler, así que tuvimos que pedir a los parientes que nos tiren unos mangos porque queríamos alquilar ese local. Abajo había un sótano donde hacíamos el laboratorio y arriba funcionaba un negocio de venta de las fotografías que tomábamos y de regalos. Era un laburo de perros porque salíamos a las 7 y media de la mañana, estábamos todo el día con gente, hablando, caminando y sacando fotos, y a la noche teníamos que revelar las 200 fotos que habíamos tomado. Nos quedábamos hasta las 2 de la mañana revelando. Nuestras mujeres secaban el material, lo ordenaban y esperaban que vuelvan los turistas a llevarse las fotos. Era una rutina, pero se podía vivir bien, porque trabajábamos enero y febrero y después hasta julio no hacíamos otra cosa. En esa época se podían esperar los tres meses de baja. La baja no era tan llorosa como ahora que hay más obligaciones y se te llena la mesa de boletas para pagar y pagás una y viene la otra.

Yo personalmente en esos años laburaba tanto con la batería como con la fotografía. En esa época había lugares a patadas para ir a tocar. Había solistas y grupos pequeños. Solo en las primeras dos cuadras de Mitre había cinco boliches. En una esquina estaba La Munich –que en ese momento se llamaba El Palenque– donde íbamos todas las tardes de verano a tocar de 6 a 9 de la noche y donde la gente de Bariloche iba a bailar y a tomarse una cervecita o un té con leche. Sobre Rolando estaba El Camaruco donde pasaban folclore y durante los dos meses de temporada había 7 u 8 locales donde tocaban músicos contratados en Buenos Aires. Había un laburo impresionante con la música. Se tocaba jazz y tropical y a los lugares que no tenían músicos no iba nadie. Se contrataban muchos trompetistas. Había un movimiento en la ciudad de la madona, y pensar que ahora estamos pidiendo limosna para que nos dejen tocar o pasar la gorra. Yo no veo ningún taxista, cheff, o mozo que pase la gorra. La música es un servicio igual a otros. Si quiero tocar en la calle y quiero poner la gorra estoy en todo mi derecho, ahora si me contrata una cervecería o un boliche me tienen que pagar.

El primer músico que conocí cuando llegué a Bariloche fue Novorita que tocaba la guitarra. Recuerdo que tocamos por primera vez para el final de curso de una escuela secundaria. También toqué mucho tiempo con Eddy Duport que era un pianista con el que nos divertíamos mucho porque los dos hacíamos lo que queríamos. Y también toqué con las generaciones que vinieron después, principalmente con Rapoport, con mi hijo Carlos y con Jorge Navarro. La verdad no sé si prefiero que me llamen historietista o músico. Me gustan las dos cosas. En una parte de mí está la música y en la otra la historieta. Empecé a hacer música cuando estaba en la escuela de Bellas Artes. El primer disco lo grabé en 1943 con el Mono Villegas. Por suerte no me metí de lleno porque hoy es más triste conseguir laburo con la música que con el dibujo. En este país es una prueba de fuego dedicarse a estas cosas. Hay muchos pibes que por ahí han estudiado a fondo el instrumento y no tienen dónde laburar después. La Universidad Nacional de Bellas Artes no enseña a ser artista. Artista es el tipo que sale fuera de lo común. Picasso, Dalí, esos eran artistas. No hay muchos de esos. El resto somos ceramistas, cantantes, músicos o maestros de dibujo, pero artista es el título máximo dentro de las artes. Yo no soy artista. Soy un tipo que dibuja historietas, toco la batería, hago percusión y de vez en cuando pinto. Y si bien toqué toda la vida en bandas no tiene nada que ver. A mí me declararon ciudadano ilustre en un montón de lados, pero debe ser porque me porto bien, no por lo que hice sino por las cagadas que no me mandé. Artistas son los que crean algo en el arte y el artista es artista, aunque sea un criminal. Y los que también son maestros son los que se levantan a las 6 de la mañana para ir a laburar. Siempre hay algo con lo que uno se queda con las ganas. A mí me gustaría ilustrar el Martín Fierro, pero para los colegios. El Martín Fierro en tiras de historietas. Ilustrar los versos que tienen acción. Ya lo intenté y mandé un dibujo a Frankfurt a la feria del libro que estuvo dedicada a la Argentina. Porque el Martín Fierro es realmente un western, es una novela de aventura, entonces se puede hacer una historieta de acción para que los pibes la lean. Me gustaría hacerlo, pero si va a tener un destino real que esté dedicado a la juventud, no a la gente grande, porque son muchísimos los que tienen el Martín Fierro como si fuese la Biblia y no lo leyeron. La vida así está divertida porque siempre hay algo para intentar y no quedarse paradito, porque citando a Jairo No son muertos los que descansan bajo la losa fría; son muertos los que tienen muerta el alma, y viven todavía.”

Las fotografías que engalanan El Fogón del Encuentro
son obra y gentileza de Jorge Piccini