El deshacedor

Compartimos con ustedes cuatro de los relatos que integran El deshacedor libro de cuentos breves escrito por Diego Rodríguez Reis y publicado en el 2022 por Ediciones De la Grieta de San Martín de los Andes.

Los dragones

Los dragones existieron, pero a diferencia de los dinosaurios, no desaparecieron, no se extinguieron ni fueron demolidos por meteorito alguno. Los dragones mutaron. Algunos, en otras formas de vida, en bichos más chicos, en plantas. Otros, simplemente fueron quedándose quietos, respirando cada vez más espaciado, más lerdo. Siempre tuvieron una desaforada capacidad para permanecer inmóviles.
Hay viejos galpones, fábricas abandonadas en el Valle del Río Negro, que no son otra cosa que viejos dragones estacionados desde hace siglos de siglos. Ello explicaría su aparentemente endiablada arquitectura, que lo mismo desconcierta desde siempre a los obreros, técnicos y supervisores, quienes cada tanto advierten leves, levísimas alteraciones en el orden, en la estructura general de la obra. No faltará quien impugne estas palabras aduciendo falta de pruebas contundentes, alegando que mal puede una forma de vida persistir en esas condiciones y sin que nadie (nadie en miles de años de humanidad y progreso) lo haya advertido. Y allí, en ese argumento irrefutable reside la salvación de los dragones.
Esa es la prueba de su insuperable capacidad de verdadera y total mutación, de invisibilidad.

Los pájaros

Principio para una novela. Toda la vida he desconfiado de los pájaros: sus cuerpos desproporcionados, sus desplazamientos erráticos, caprichosos. Ellos son libres, me dijo una vez una novia, una fugaz novia de verano. Estábamos en la playa, tomando una cerveza tibia que le habíamos comprado a un vendedor ambulante. No son libres, le repliqué amargado, lo que pasa es que no saben a dónde van. Y rematé con esta frase rotunda: No confundas arbitrariedad con libertad. Hacen lo que se les canta, agregó ella, con aire soñador.
Nunca supe su nombre, no quise saberlo: tenía miedo de que esa palabra, el fantasma de su persona me acompañara durante el resto de mi vida. Su apodo era Lila, así le decía. Recuerdo que hacíamos el amor todas las noches, con esfuerzo, con fiaca, acaso a sabiendas de que la nuestra era una historia desaforadamente pasajera: cada instante podía ser el último. Había algo hermoso en ella, sin embargo: no hacía el menor esfuerzo por escuchar lo que le decían, tampoco simulaba escuchar. Eso la revestía de un aura de profundidad, aunque en la vida conocí a alguien más superficial que ella. Algo dejó en mí, sin embargo: ese recuerdo, esa huella.
Luego, a lo largo de los años, he escuchado esa falacia de muchas bocas, de muchas supuestas inteligencias. Los pájaros son libres. Ahora, yo pregunto: ¿Qué es lo que los hace libres? ¿Que pueden volar? Entonces, todos los demás seres que no poseen es capacidad innata, que dicho sea de paso no comporta además mérito alguno, ¿no son libres? Otra cosa, no todos los pájaros pueden volar: ¿ellos no son libres? El avestruz, el ñandú, el pingüino, la gallina, ¿no son libres acaso?
He investigado otros casos, otras especies de ave no voladoras. El extinto pájaro dodo o dronte (Raphus cucullatus) de la isla Mauricio no podía volar: desde el principio de los tiempos hasta su extinción a finales del siglo diecisiete, ¿desconoció por eso la sensación de libertad? El kiwi (Apteryx) de Nueva Zelanda, no puede volar, ¿eso lo convierte, necesariamente, en un ser infeliz?…

Turistas

Cuando ellos llegan, nosotros desaparecemos. No totalmente, eso sería imposible, o por lo menos, contraproducente. No. Disminuimos la intensidad de nuestras presencias hasta su expresión mínima, hasta casi anularlas. Entonces, si nos cruzamos o juntamos, es en el mercadito del turco Aladín, en el bar de los Piedrabuena, en alguna dependencia del Municipio, lejos de cualquier lugar que huela a turístico.
Salimos muy temprano, antes que el sol, y ya cerca del mediodía nos eclipsamos. Ellos suelen despertarse a esa hora: comen, pasean, llenan el pueblo con sus presencias ruidosas hasta bien avanzada la madrugada, cuando nosotros salimos.
A veces, a pesar de todos nuestros esfuerzos, llegan hasta nosotros. Cada vez son más numerosos e insaciables, no se contentan con visitar la playa, la peatonal, el paseo de los artesanos, el museo paleontológico. Perdidos o intrépidos, llegan hasta nuestros barrios, en las afueras del pueblo, al Club del Progreso, donde no hay nada de lo que puedan apropiarse, o hasta el mismísimo bar de los Piedrabuena, que ni siquiera un cartel tiene.
Entonces, con nuestra mejor sonrisa, les damos direcciones incorrectas, les cobramos todo hasta un veinte o treinta por ciento más caro, atendemos sus insólitas solicitudes con una expresión en la que cualquier individuo con algo de perspicacia podría leer el desprecio, el desdén.
Contamos los días que faltan para su éxodo definitivo, al menos por esta temporada, hasta el noviembre o diciembre próximos. Aunque no lo parezca, esperamos con sapiencia, con fe.
Como los morlocks de La máquina del tiempo de Wells, sabemos que su felicidad será, más tarde o más temprano, nuestro alimento

Sarmiento inmortal

Estoy planeando un cuento fantástico o tal vez un largo poema narrativo, que puede resumirse en este simple argumento: Sarmiento no ha muerto. Merced a un experimento científico, a la exposición a ciertos gases radioactivos o al contacto con un meteorito (el cómo es lo de menos) ha adquirido la condición de inmortal. Sigue yendo a la escuela, en donde al principio lo dejan entrar en virtud de quién es, de lo que representa para todos los argentinos. Allí, hace lo que quiere: a veces ocupa el puesto de director, a veces de maestro y otras (aduciendo que uno nunca termina de aprender) se sienta ocupando el lugar de alumno. Con el tiempo, en gran medida asombrados o asustados de sus dichos y actos (todas las reformas que propone son impracticables, por insólitas o inútiles), los directivos y docentes comienzan a hacer caso omiso de él, a tomar decisiones sin consultarlo, hasta ignorarlo redondamente. Luego de algunas investigaciones, se descubre que ha sido consecutivamente admitido y expulsado de la Casa Rosada, del Senado, de Diputados y de diversas Casas de Gobierno. Se sospecha (se comprende) que la escuela es su último bastión: lo admiten, entonces, en virtud de una cuota final de respeto o lástima. Pero ya Sarmiento ha perdido todo rastro de vergüenza y cordura: destruye a palos las computadoras, aduciendo que dañan irreparablemente la memoria de la humanidad, golpea sin lástima con su bastón a todo alumno que encuentra con un teléfono celular en la mano, propone la importación de nuevas maestras norteamericanas, eucaliptus y gorriones (intentando reeditar sus obras pretéritas o acaso pensando que aún se encuentra en pleno siglo diecinueve). Finalmente, hastiados, los directivos de la escuela que Sarmiento ha sitiado resuelven asesinarlo. Pero Sarmiento (como ya ha sido expuesto) es inmortal: inútil es ahogarlo, asfixiarlo, estrangularlo, ahorcarlo, apalearlo, balearlo o envenenarlo. Sarmiento siempre emerge, invulnerable, de esos desesperados intentos de aniquilación. Toda vez que, en una escuela, hartos y desesperados, lo masacran, Sarmiento emigra a una nueva institución educativa, donde reinicia sus eternas actividades, iluminando con la luz de su ingenio la razón en la noche de ignorancia.

Diego Rodríguez Reis nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1979, se crió en General Roca y actualmente reside en Villa La Angostura donde integra el grupo literario ¡ALAMBERSE! Es autor de los libros de poesía Lo Levemente Ajeno –El Suri Porfiado Ediciones, 2013– y La Anchura y la Llanura –Ediciones Patagonia Escrita, 2018–, las novelas Ruido Blanco –Ediciones De La Grieta, 2019– en coautoría con Facundo Bocanegra e Hijo del instante –Ediciones De La Grieta y Vela Al Viento Ediciones, 2022– en coautoría con Cecilia Fresco y los volúmenes de cuentos El Charco Eterno –El Camarote Ediciones, 2009–, Correspondencias Secretas –Ediciones Del Dock, 2015–, La forma del amor –Espacio Hudson, 2022– y El deshacedor –Ediciones De La Grieta, 2022–. Su obra poética y narrativa integra numerosas antologías y se ha desempeñado como jurado en diversos concursos literarios. Actualmente se desempeña como profesor de Lengua y Literatura, dicta talleres de escritura y conforma el consejo directivo del Fondo Editorial Neuquino.

 

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son obra y gentileza de Jorge Piccini