Luego de remontar el río Santa Cruz Moreno encontró sus nacientes, en las costas del lago Argentino hizo descubrimientos fabulosos y dos años después vivió la aventura más audaz de su vida.
(…) Al día siguiente Moreno y sus compañeros continuaron con rumbo noroeste hasta llegar a otra playa sobre la costa del lago Argentino. Como el mal tiempo les impedía la navegación el futuro perito experto en límites salió a caminar y encontró unas barrancas cubiertas por signos pictográficos que le dieron la certeza de la existencia de grupos humanos que supuso extinguidos. Moreno copió las figuras y dio al lugar el nombre de Punta Walichu. Una cueva de paredes pintadas le deparó una sorpresa mayor: encontró un cuerpo humano bastante bien conservado, envuelto en cueros de avestruz y cubierto con pasto y tierra. Muy pronto las columnas de humo le anunciaron la llegada de los tehuelches. Era lo convenido con la china María y el cacique Conchingan.
Densos nubarrones negros anunciaban la tormenta que se avecinaba y al avanzar la noche el temporal los encontró en medio del lago y a merced de la corriente. Una gran ola arrojó el bote sobre la playa y buena parte de las colecciones de Moreno se perdieron en las aguas del lago. Cuando arribaron al campamento encontraron a los tehuelches que habían llegado en busca de los alimentos prometidos a cambio de los caballos y éstos acusaron a Moreno de enojar al walichu que habitaba en el témpano gigante del lago. Los restos de yerba, azúcar y fariña fueron entonces entregados a María y su gente, y un organillo –que encantaba a los tehuelches– suplió por el momento la falta de provisiones.
Los expedicionarios dejaron el bote con alimentos para quince días y partieron rumbo a la toldería ubicada a unos cincuenta kilómetros al norte del río Santa Cruz. Aunque las negociaciones no fueron fáciles por algunas bayetas de color y el resto del alcohol que reservaban para las colecciones –aumentado con una buena proporción de agua– lograron conseguir dos caballos, un petiso y cinco quillangos para afrontar el viaje.
De regreso los sorprendió un nuevo lago rodeado de agrestes cumbres al que Moreno decidió llamar lago San Martín. Al mudar sus tolderías los tehuelches acostumbraban quemar el lugar donde habían estado asentados y en los alrededores del novel lago San Martín los viajeros encontraron varios paraderos carbonizados. El 2 de marzo llegaron al extenso lago Viedma, donde el paisaje era más desolado y no había pasturas para los animales, que a esta altura estaban muy arruinados. En ese lugar Moreno sufrió el ataque de un puma que lo sorprendió por la espalda. Del ataque salió arañado, con el poncho destrozado y las ropas desgarradas.
Pocos días después, el 16 de marzo, lanzaron el bote al agua y se despidieron de los Andes. Con la proa hacia el oriente comenzaron entonces el descenso del río. En veintitrés horas y media de navegación desandaron el camino que les había demandado un mes de sacrificados esfuerzos. Moreno no tenía noticias de Buenos Aires por lo que decidió dirigirse a Punta Arenas para regresar desde allí a Montevideo en el vapor inglés Galicia. Finalmente el 8 de mayo de 1877 desembarcó en Buenos Aires. Había cumplido uno de sus máximos deseos: recorrer el río Santa Cruz hasta sus nacientes.
De nuevo en Caleufu: la fuga
Al comenzar el año 1879 el presidente Nicolás Avellaneda nombró a Francisco Pascasio Moreno Jefe de la Comisión Exploradora de los Territorios del Sur. Los objetivos de esta comisión eran varios: estudiar el estado de la colonia del Chubut, localizar zonas aptas para la radicación de nuevos colonos, buscar nitratos en la costa del Atlántico y analizar la situación de la población de las zonas al sur del río Negro. La condición de Moreno para aceptar fue que las colecciones que pudiese encontrar le fuesen dadas como única compensación. Aceptado su requerimiento la expedición se puso en marcha en el mes de octubre de 1879. Pero no eran los únicos encomendados por el Estado Nacional: el 29 de abril de ese mismo año la primera división del ejército había salido desde Azul comandada por el general Julio Argentino Roca y uno de sus lugartenientes, el coronel Conrado Villegas. Paralelamente a la expedición de la Comisión Exploradora de los Territorios del Sur se ponía en marcha la –sugestivamente llamada– Conquista del Desierto. Moreno arribó a Carmen de Patagones a bordo de la nave El Vigilante y luego de navegar la desembocadura del río Negro decidió dividir al grupo: la oficialidad del buque asumiría la tarea de recorrer el litoral atlántico patagónico mientras que él en compañía de cinco personas emprendería una incursión terrestre hacia los Andes.
Tras cruzar la zona del Bajo del Gualicho –una de las tantas depresiones transversales de la patagonia– la expedición terrestre se topó con un grupo de boroganos, una parcialidad mapuche que habitaba al oeste de los Andes. Los boroganos se presentaron como comerciantes pacíficos y adujeron que venían de comerciar cueros y plumas. Pero a Moreno le llamó la atención la forma en que pusieron sus lanzas clavadas en filas para ser más fácil tomarlas y enseguida los relacionó con la matanza reciente de nueve conductores de una tropa de carretas que llevaba víveres al campamento militar del río Negro en Choele Choel. Inmediatamente partió con un par de caballos hasta dicho campamento donde advirtió a Villegas sobre los sospechosos. El coronel organizó una partida y tiempo después se concretó la captura.
Moreno regresó al encuentro de sus compañeros y el 11 de diciembre –habiendo dejados atrás a los boroganos– los viajeros llegaron a los toldos del cacique Puitchualao, un anciano fornido de alrededor de setenta años de cara cuadrada plagada de arrugas. Luego de manifestar que venían en son de paz fueron recibidos con todos los honores. Satisfecho con la demostración de amistad Puitchualao plantó dos lanzas en el suelo y las regó con aguardiente, pidiéndole al Buen Espíritu la protección para los hombres blancos.
La marcha se reanudó el 13 de diciembre. Los toldos de Inacayal quedaban a tres días de viaje pero los integrantes indígenas de la expedición se negaron a seguir ya que habían llegado noticias de que Sayhueque sabía acerca de la delación de Moreno. Pese a las bajas la expedición llegó a los toldos de Inacayal cerca de la pampa de Esquel en cuyo frente flameaba la bandera argentina. Inacayal y Foyel los recibieron con gran algarabía. Inacayal le aseguró a Moreno que la visita era un honor pero inmediatamente reunió a toda su gente en un parlamento con el propósito de conocer los motivos del viaje. Moreno les explicó que nada malo se proponía con su visita, por el contrario, la bandera nacional sobre los toldos era prueba de que los paisanos –escribió años después– eran tan dueños como nosotros lo éramos de los campos de donde veníamos, todos éramos argentinos y todos teníamos el mismo gobierno en Buenos Aires. Se reunió entonces el consejo de los viejos y aunque este no estuvo de acuerdo en autorizar el paso del grupo al Nahuel Huapi –porque sabía que Sayhueque andaba tras ellos por el tema de los indios prisioneros y temían represalias– finalmente se les permitió partir con la compañía de Utrac, hijo de Inacayal, quien los escoltaría en el camino hacia la zona lacustre.
Mientras estaban en la cuenca del río Chubut los viajeros recibieron un mensaje por medio de un chasque: Sayhueque invitaba a Moreno a visitarlo en Caleufu. La nota sostenía que los indios guerreros enviados sólo velarían por su seguridad, pero Moreno percibió en este gesto un acto intimidatorio. Esta sospecha se confirmó cuando en las proximidades del lago Nahuel Huapi fue sorprendido por un grupo de mapuches que lo rodearon. Estaban capitaneados por Chuaiman, hermano del borogano que lideraba el grupo ya para entonces apresado por Villegas. Desde la óptica de Moreno era obvio que se trataba de una emboscada. Pero los mapuches le manifestaron que debían llevarlo al Caleufu a pedido de Sayhueque para que desde allí intercediera ante al Estado Nacional a favor de la suerte de unos paisanos capturados y condenados a muerte por el asesinato del grupo de troperos.
La toldería de Sayhueque, en las márgenes del río Caleufu, recibió a la comitiva en todo su esplendor. Mientras los indígenas reponían fuerzas bebiendo sangre de yeguas recién degolladas y manifestaban a los gritos su hostilidad al huinca, Moreno entró al toldo de Sayhueque quien lo recibió vestido con el uniforme de Sargento Mayor del ejército argentino. La discusión duró horas: Sayhueque exigía a Moreno que escribiese al gobierno nacional solicitando la liberación de los prisioneros, a lo que Moreno respondía una y otra vez que no había ninguna garantía para su vida y que los prisioneros no habían respetado los acuerdos previos. El día terminó con Moreno prometiendo escribir a favor de los presos y con Sayhueque afirmando que gracias a él no era hombre muerto. Los días siguientes fueron destinados a escribir dos tipos de cartas, unas reclamaban la libertad de los presos y las otras –escritas en francés– iban dirigidas al general Vintter del fortín Roca. En ellas Moreno solicitaba no hacer caso a su pedido, tomar a los chasques prisioneros y dejarlo a él librado a su suerte.
Tras recibir noticias sobre el avance de las tropas argentinas Sayhueque decidió reunir una junta de guerra en el Quem quem treu. Allí se realizaron maniobras militares y los mapuches resolvieron ocupar todos los caminos vecinos. Entonces Sayhueque envió una comitiva al otro lado de la cordillera para buscar un hechicero que arrojara luz sobre los pasos a seguir ante la inminencia del enfrentamiento. El brujo procedente de Chile habló con sus walichus más poderosos quienes luego de algunos mensajes contradictorios le manifestaron que habían conversado con los espíritus de los militares Villegas y Vintter. Éstos les habían referido que muchos cautivos indios habían muerto y que los restantes no volverían porque Moreno les había escrito a los militares para que no les dieran la libertad. El futuro perito percibió en esas revelaciones la labor de algún espía que había descubierto sus mensajes secretos. El brujo trasandino exigió la muerte de Moreno pero Sayhueque se negó, en parte por la promesa que había hecho a su padre Chocorí sobre no manchar sus manos con sangre de cristianos, y en parte por el valor estratégico de Moreno como rehén.
El cautivo reafirmó en ese momento su decisión de evadirse cuando tuviera una oportunidad. La última cena antes de la huida fueron algunas tripas que Fía –esposa de Sayhueque– le alcanzó tras haber carneado una yegua. Había llegado el momento de la fuga. Moreno miró por última vez su teodolito al que dejó sobre los cueros simulando un cuerpo dormido. Recogió unas latas que había ocultado al llegar al Caleufu, puso tres piedras sobre la base de su poncho para que borraran sus huellas y se dirigió al camino de la leña, sendero que los indígenas transitaban cotidianamente para traer leña y madera a los toldos.
La balsa estuvo lista rápidamente y si bien se hundió al subirse sus ocupantes resistió bien la navegación por el río Limay. Luego de varios días de marcha, en los que fueron perdiendo los pocos alimentos que tenían y acumulando cansancio, cerca de la confluencia del río Limay y el río Neuquén los expedicionarios divisaron una polvareda. Moreno sacó la bandera de su pecho y luego de atarla a un palo le pidió a uno de sus acompañantes que la flameara mientras él disparaba su revolver. Catorce tiros después la tropa comenzó a acercarse. Grande fue la sorpresa de los jinetes al encontrar tres hombres blancos, harapientos y sucios. Luego de ser reconocidos fueron conducidos al Fuerte Roca donde fueron recibidos por el coronel Vintter.
Un mes después de dejar el Caleufu Moreno llegó a Buenos Aires. Las críticas que recibió por parte de las autoridades argentinas por haber dividido la expedición fueron un desgraciado epílogo para quien creía que su viaje, cautiverio y fuga, habían estado regidos por un fin rector: servir a la patria y al Estado Argentino. Extenuado por lo vivido en la patagonia y notablemente deprimido por el tratamiento con que lo recibía el gobierno Moreno decayó física y mentalmente. Finalmente el 30 de abril de 1880 se le aceptó la renuncia a la jefatura de la Comisión Exploradora. Unos años más tarde el futuro perito volvió a encontrarse con los caciques que lo habían juzgado en el Caleufu, pero esta vez eran ellos los prisioneros: en junio de 1885 Valentín Sayhueque con toda su tropa se había rendido al gobierno nacional.
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