La despedida

Compartimos un relato de Treinta y Dos Horas Viajando por la Cuarenta, libro de cuentos escrito por Dana Escudero y publicado en el 2022 por la Escuela Municipal de Arte La Llave de San Carlos de Bariloche.

De escarlata
el paisaje otoñal
si se puede

Fuimos con la Tere al barcito que está cerca del Parque de Mayo, ese que tiene el Aguaribay. Pedimos una tabla de quesos y un Malbec (aunque yo estaba saliendo de una bronquitis tomando antibiótico).
–Niiiña, dejate de joder, no pasa nada, vamos a brindar y después quién te quita lo bailado.
La cuestión es que brindamos y brindamos. Mientras yo me tomaba una copa, la Tere se tomaba el resto de la botella y así con la siguiente. Entre trago y trago nos hablamos todo: que vinieron nuestros viejos; que el baile de carnaval que no nos dejaron ir y fuimos saliendo por la ventana; que llegaron nuestros hijos; que la magia de ser abuela. Que se nos escapó un lagrimón y eso ameritaba otro brindis. Al pedido del tercer Malbec, por suerte, se largó ese chaparrón de verano con vientito sur que solo alcanzamos a pagar y correr a guarecernos en el auto.
–Ay, niiña, creo que estoy en pedo –dijo la Tere– debe ser el cambio de temperatura, se ha puesto muy frío.
¡Cambio de temperatura! Pensé. Le dije que era mejor que yo manejara, pero no aceptó. Mi preocupación iba en aumento. La Tere no podía embocar el dispositivo del cinturón de seguridad. Puso el auto en marcha y salimos disparadas para atrás, el auto corcoveó y se detuvo.
–Cariño, ya ves es imposible volver el tiempo atrás. Hay que ir para adelante. Dale al encendido en punto muerto, prendé las luces y limpia parabrisas. Para salir de aquí es conveniente poner primera.
–Mirá vos, no sé si te acordás quién te enseñó a manejar.
No dije nada. Miré por la ventanilla al Aguaribay y me despedí de él. Como iban las cosas tal vez no volvería a verlo. Sus ramas mecían la lluvia y cada uno de nuestros recuerdos. Me volví a mirarlo hasta que se perdió de vista, pero siguió pegado a mi retina por un rato.
Era viernes o mejor dicho sábado de madrugada. A pesar de la hora había mucho tráfico. Llegando a la Avenida del Libertador nos detuvimos a cargar nafta. El auto que estaba delante tenía el número de mi cábala de la suerte: el trece. Pensé que todo iba ir bien. Al ingresar a la avenida nos faltaban ojos para mirar aquel desfile de modas y peinados estrafalarios. Hordas de chicas y chicos que iban y venían por la vereda. Algunos brindaban, otros ya no se tenían en pie, pasados de copas o vaya uno a saber. Nosotras no podíamos decir nada al respecto.
Seguimos camino al este, a no más de cuarenta kilómetros por hora. Nos sobresaltó un fuerte bramido. Un bólido rojo todo tuneado prácticamente nos pasó por encima. Al compás de una música ensordecedora el acompañante nos hacía fock you. Desaparecieron a doscientos kilómetros por hora.
–Nosotras ya ni tuneadas podríamos andar a esa velocidad –dijo la Tere.
Yo me sentía desorientada, con la lluvia, los arreglos navideños (que no me gustan nada), con tanto ruido, gente desconocida. Me daba la sensación de estar en otra ciudad, otro país, otro mundo.
Llegando a la legislatura había operativo. Parecía que mi cábala no estaba funcionando. Un policía de tránsito nos hacía seña para que nos detuviéramos.
–Señora, la documentación del vehículo está en regla, la que parece no estar en regla es usted.
–Pero cómo, oficial, si a mí la regla hace más de veinte años que no me baja.
–Señora, por favor, vamos a tener que hacerle el test de alcoholemia.
–Pero, oficial, ¡qué vergüenza! Soy una persona mayor, vice directora jubilada. ¡cómo se cree! Hacerme pasar por esta humillación.
–Sople por acá.
–Ay, por favor, señor oficial, qué van a pensar mis nietos… No puedo soplar, no tengo capacidad toráxica. Oficial ¿usted no tiene abuelita? No me haga pasar por esto.
–Señora, aunque se resista a la autoridad, no es posible dejar que siga manejando. Llame a algún familiar que la venga a buscar. Le vamos a confiscar el auto.
–Oficial querido, solo he tomado tres copitas, vamos, lo permitido. Es que estábamos despidiendo el año y a ella, que mañana se va a Bariloche. Oficial, ¿conoce Bariloche? Es precioso. Puede ir cuando quiera y hospedarse en la casa de ella y todo.
–Señora, no perdamos más tiempo. A ver, ¿la señora acompañante tiene registro? –asentí con la cabeza. A esta altura el oficial estaba tan embarullado que ni me hizo el test o se compadeció de estas dos sexagenarias y nos dejó ir. Esta vez yo al volante.
–Ay, niñiita, menos mal que todo salió bien. Creo que el pendejo ese del oficial nos paró, porque yo venía guiñándole el ojo.
–¿Cómo? ¡¿cómo se te ocurre?! ¿guiñándole el ojo? ¿te lo querías levantar?
–Ay, niiña, ¿cómo pensás esas cosas? Pasa que estaba viendo doble y por una cuestión de seguridad venía guiñando el ojo.
–¿Quéé? ¡no lo puedo creer!
Frené en seco y me bajé para desternillarme de la risa, me dieron unas ganas incontenibles de hacer pis. Así es que detrás de la paredita de la iglesia de santo Domingo, oriné y la Tere para no ser menos, también. Menos mal que todavía estaba oscurito, el santo ni se percató que le mostrábamos el trasero. Teníamos un ataque de risa imparable. Quedamos todas salpicadas, sandalias, pantalones, bombachas. Bueno, es que nuestra anatomía tiene sus dificultades para esos menesteres.
Reanudamos la marcha, ya amanecía. Sinfonía de fucsia, naranja, amarillo, el perfume de la tierra mojada. La alegría de estar un rato más juntas.
Llegamos al fin sanas y salvas. Tomamos unos mates. Me duché. Cargué la valija. Estuvimos a tiempo para abrazarnos y despedirnos en silencio. Me subí al colectivo y enseguida arrancó. Intenté conciliar el sueño, pero no, la risa volvía con las imágenes de la noche–madrugada pasada. Tratando de contenerme, descorrí las cortinas y ahí sí, me fui adormeciendo con mi paisaje de vides, álamos, olivos y al oeste acompañándome, siempre imponente la Cordillera de los Andes.

Dana Escudero nació en San Juan en 1950, vivió hasta los 6 años en Tucumán y de regreso a su provincia natal cursó estudios primarios y secundarios. Terminados los mismos se instaló en San Luis donde comenzó a estudiar Psicología, teniendo que abandonar la carrera para trasladarse con su familia a Colombia. Volvió al país junto con la democracia. Ya jubilada se radicó en Bariloche donde comenzó a participar de los talleres de escritura creativa de la Escuela Municipal de Arte La Llave. Treinta y dos horas viajando por la 40 es su primer libro y a propósito de su aparición ha dicho la profesora Vanessa Arroyo “(…) Dana Escudero desarrolla una voz comprometida con la historia del país y en la médula ósea de cada cuento se desenvuelve otra trama que denuncia la injusticia y habla de las consecuencias de lo que quedó impune. (…) Entre la risa y el llanto, entre la despedida y la espera del tan ansiado rencuentro, se desarrolla su voz poética, metafórica. (…) Cada cuento se hace canto, un canto que ahonda la oscuridad y aun así nunca abandona la ternura.”

Las imágenes que engalanan nuestras Páginas Patagónicas son obra y gentileza de Martín Rojo