La Resiliencia

“La resiliencia implica un equilibrio entre la perseverancia de continuar caminando (…) y la flexibilidad para adaptar nuestro pensamiento y comportamiento a las circunstancias, por más duras que sean.”

En este espacio voy a intentar compartir el concepto de Resiliencia, palabra que quizás nunca escuchaste, o escuchaste muchas veces y tal vez no sabés de qué se trata.
Hace varios años se viene utilizando la palabra Resiliencia de manera habitual para definir la cualidad de algunas personas, pueblos o naciones que logran atravesar las adversidades. Mi intención aquí es reivindicarla, para poder reconocerla y tomar registro de ella, sobre todo en estos tiempos.
Empecemos por el origen del término, ya que su uso, en el ámbito de la salud mental, es metafórico. El mismo proviene de la física de los materiales y se utiliza para definir la capacidad de aquellos resortes que, luego de estirarse, recobran su cualidad original. De ahí que el término que define la capacidad de estos resortes, que resisten la presión y se pueden doblar con flexibilidad, se utilicé para expresar metafóricamente la capacidad humana de sobrellevar circunstancias adversas, superar barreras y comenzar de nuevo luego.
A mí me gusta pensar en las cañas de bambú que siendo delgadas y altas son capaces de soportar vientos fuertes, grandes nevadas y condiciones climáticas muy adversas sin quebrarse. Lo mismo sucede con la flor de Loto, que emerge de aguas turbias y pantanosas para deslumbrarnos con su belleza.
En relación a las adversidades me gustaría realizar una diferenciación entre sufrimiento y trauma. Desde la perspectiva de las ciencias de la salud mental durante un trauma el cerebro puede funcionar mal, en cambio en estados de sufrimiento esto no sucede. Uno puede estar afligido, ansioso, triste, enojado y sin embargo el cerebro funciona de la manera habitual, sufrimos, pero el cerebro sigue funcionando bien. Hay personas que han atravesado situaciones muy adversas sin traumarse, ya que según el sostén que hayamos tenido durante nuestra infancia, podremos atravesar numerosas adversidades sin que lleguen a ser trauma. Por el contrario, si hubo fragilidad y falta de sostén las mismas adversidades pueden llegar a herirnos.
En una adversidad se sufre, pero si contamos con apoyo del entorno cercano –y de un profesional de ser necesario –, si no nos quedamos solos, encerrados en nosotros mismos, y tenemos la posibilidad de reflexionar y poner en palabras, obtendremos un crecimiento personal a partir de lo acontecido. Todos estos son signos de Resiliencia.
Buscar en la memoria recuerdos de experiencias pasadas en las que logramos salir de situaciones adversas, y poder identificar cómo lo logramos, también puede ayudarnos a darnos cuenta que somos portadores de una fuerza interior y que contamos con las herramientas necesarias, es decir que somos Resilientes. Para esto es importante darle tiempo a los procesos y disminuir la velocidad.
De modo que podemos entender la Resiliencia como la fuerza que nos empuja hacia la supervivencia, incluso en las condiciones más adversas, como en el caso del protagonista de la maravillosa película “La vida es bella”, en la obra “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl y tantas otras obras artísticas con las que podemos empatizar y en las que podemos sentir expresados algunos de nuestros sentimientos. De modo que la Resiliencia implica un equilibrio entre la perseverancia de continuar caminando –pulsión de vida, energía vital– y la flexibilidad para adaptar nuestro pensamiento y comportamiento a las circunstancias, por más duras que sean.
Lo cierto es que la Resiliencia está en marcha toda la vida y va más allá de cualquier desigualdad de condiciones. Ahora bien, teniendo en cuenta que la misma es siempre con el otro, que nadie nace resiliente sino que se va haciendo, la buena noticia es que puede promoverse. Es por eso que me gustaría compartir algunas ideas para poder promover la Resiliencia en los niños, niñas y adolescentes.
Una de las posibilidades es transmitiéndoles seguridad, no solo con las palabras sino con nuestros actos y miradas. Boris Cyrulnik –que es el neurólogo, psiquiatra y psicoanalista que desarrolló el concepto de Resiliencia– hablaba de esto como el proceso de Seguirización. Él plantea que para darle seguridad a las niñas y niños primero hay que transmitírsela a su madre o cuidador, ya que si el cuidador, padre o madre están seguros van transmitir involuntariamente esa seguridad. También segurizar es crear un apego familiar. El apego se va tejiendo en el día a día, se va entramando con la forma de hablar, de mirar, de sonreír, de compartir. Una vez creado se convierte en un vínculo muy fuerte y los niños y las niñas se sienten seguros: “sé cómo hablarle a mi mamá”, “sé cómo hablarle a mi papá”, “aprendí a hacer esto y estoy tranquilo”, “aunque haya una adversidad sabré como gestionarla”, todas estas ideas estarán en sus cajas de herramientas.
Un entorno seguro con rutinas diarias que dan contención, que hacen de su entorno un entorno previsible, les aportará a las niñas y los niños la capacidad para afrontar los desafíos diarios y estarán orgulloso y orgullosas de sí mismas pudiendo reforzar así su autoestima.
Es importante “ralentizar”, es decir no apurar los procesos, darse tiempo para jugar, cocinar, tocar un instrumento, apreciar o producir arte, realizar tareas manuales y divertirse con los niños, niñas y adolescentes. Promover la inteligencia intra e interpersonal –términos utilizados por el psicólogo Edward Gardner en su teoría sobre las inteligencias múltiples– también permitirá habilitar en los niños, niñas y adolescentes la posibilidad de que puedan expresar sus emociones, que las puedan identificar y poner en palabras. Esto les aportará mayor flexibilidad, confianza en sí mismos, empatía y capacidad para gestionar sus emociones. De nuestra parte, es muy importante estar dispuestos a escucharles con todo lo que ello implica: una escucha que nos permita sorprendernos, que nos mantenga curiosos, que habilite –sin connotaciones– la posibilidad en el otro para que se exprese sinceramente.
También los cuentos nos pueden ayudar a intentar comprender los que nos pasó, reflexionar, ponerlo en palabras, nombrarlo. Los cuentos enseñan a expresarse ya que nos permiten hablar sobre ellos. Conversar con los niños, niñas y adolescentes, a partir de un contenido acorde a cada edad, sobre los recuerdos que puedan tener de experiencias pasadas, en las que puedan identificar y repasar como lograron salir de esa situación, es una excelente manera de estimularles y hacerles comprender de manera conciente que cuentan con las herramientas –con la fuerza interior–; de este modo estaremos aportando a que ganen la confianza necesaria para afrontar las adversidades.
Para finalizar quiero referirme a un aspecto a tener en cuenta: el de los miedos y cómo poder ayudar a enfrentarlos. Que las niñas, niños y adolescentes puedan ver que nosotros enfrentamos nuestros propios miedos es una exelente forma de acompañarles, pero un aspecto importante es advertir que, en algunos casos, el temor a que la pasen mal, a que sufran, nos puede conducir a tomar una actitud sobreprotectora. Es esperable que nuestros hijos se den golpes, experimenten frustraciones y también dolor, sino no habría crecimiento. Así es que precisamente para acompañarles en su crecimiento es bueno que tengamos en cuenta, entre otras, estas tres cosas: Valorarlos; Desafiarlos –para que puedan crecer y retroalimentar su autoestima–; y Acompañarlos para que no se sientan solos en el desafío. Hay muchos desafíos que pueden generar temor y estos van cambiando según la edad, pero si se sienten acompañados –no llevados de la mano– se podrán ir aventurando en ellos en mejores condiciones.
Al miedo tenemos que verlo no como un oponente, sino como un compañero imprescindible para crecer. Todos tenemos miedo, que no es lo mismo que el miedo nos tenga a nosotros; cuando una persona siente miedo está tocando las barreras, los límites de su zona de confort y esa es la llamada para estirarse, para crecer. Algo similar a lo que me está sucediendo a mí al terminar de escribir estas líneas.

“Si nuestro ojo no contuviera el sol
¿cómo podría percibir el sol?

Goethe

* María Victoria Perdomo es Psicóloga y referente del Programa Cuidarnos para Cuidar de ATSA – Filial Río Negro.