Las guardianas de la vida

Las semillas son imprescindibles en nuestra alimentación. Debemos recuperarlas, cuidarlas y legarlas a las generaciones venideras porque ellas guardan la fuerza de la Vida que se expande hacia el futuro.

Las semillas, sustento de la vida, son imprescindibles en nuestra alimentación ya que aportan ácidos grasos esenciales –que nuestro organismo no produce y necesariamente los debe incorporar de afuera–, antioxidantes como la vitamina E –llamada vitamina de la fertilidad–, selenio –un mineral que frena el envejecimiento prematuro– y muchos minerales como el hierro y el calcio, por nombrar los más conocidos. Naturalmente debo excluir aquí a las semillas modificadas genéticamente, ellas no son vitales, ya que el desamor y la codicia del hombre las transformaron.

En cada región del planeta los diferentes grupos humanos consumieron semillas que hacen a su identidad y su cultura. El viejo continente se caracterizó por alimentarse con granos de trigo, en la zona del Mediterráneo se destacaron las lentejas; Asia comió siempre arroz, en África se consumía mijo en abundancia y en Abya Yala –nombre dado por el pueblo Kuna al continente americano– el maíz, los porotos y la quinua fueron las semillas más consumidas. Hoy en día podemos alimentarnos con todas ellas, a muchas cultivarlas y también cosechar las que crecen silvestres en nuestros alrededores.

La don Diego de la noche crece libre por lugares pedregosos y soleados, pero también se acomoda en el espacio que le demos en el jardín. Es una hierba de tallos ramificados, rojizos, que puede alcanzar 1,20 metros de altura. Sus hojas son alargadas y crecen en espiral alrededor del tallo. Su flor amarilla permanece abierta hasta que empieza a llegar la noche. Las semillas, muy pequeñitas, son alojadas en cápsulas cilíndricas que crecen a lo largo de los tallos. Su nombre científico es Oenothera odorata y es hermana gemela de la prímula u onagra –Oenothera biennis–. Oriunda de América del Norte, sus semillas y toda la parte aérea de la planta eran consumidas por los Potawatomi, uno de los primeros pueblos que le dieron uso medicinal además del alimentario.
A principios del siglo XX un científico alemán llamado Unger comenzó a estudiar el contenido de las semillas de estas plantas. Casi un siglo después, los estudios bioquímicos le dan la razón al saber ancestral y hoy podemos decir que las semillas de la don Diego de la noche y de la onagra son riquísimas en ácido gama linolénico. Esta sustancia, pertenece a la familia de los llamados Omega 6, que al igual que a los Omega 3 los humanos no podemos fabricarlas y es necesario incorporarlas a través de la alimentación.

Los ácidos grasos Omega son sustancias químicas formadas por Carbono, Hidrógeno y Oxígeno no solubles en agua y llevan ese nombre debido a su formato químico. Sus variadas funciones son elementales para el equilibro corporal: son materiales de construcción, sobre todo de membranas celulares del cerebro y de los sistemas nervioso, inmune, circulatorio y hormonal; a su vez los Omega 3 son necesarios porque mejoran el sistema circulatorio flexibilizando las arterias, reduciendo el nivel de colesterol y triglicéridos, protegiendo el cerebro, previniendo enfermedades como trastorno bipolar, depresión y demencias y ayudando al normal desarrollo fetal.

Los Omega 6 por su parte regulan principalmente los procesos inflamatorios, por eso son apropiados para el tratamiento de las alergias, artritis, trastornos autoinmunes como el Síndrome de de Sjogren, esclerosis múltiple y para encauzar disfunciones hormonales en ambos sexos. Es necesario para vivir en salud un buen aporte de ambas familias, y más aún una armónica relación entre ambos: nuestro organismo necesita 4 veces más Omega 6 que Omega 3. Sobradas razones para agregar las semillas de Don Diego de la noche a nuestra dieta.

El piñón es la semilla de un árbol nativo de la Patagonia, de un verdadero fósil viviente: el majestuoso pewen o pehuén, cuyo origen se remonta al período más antiguo de la Era Mesozoica, el Triásico, donde convivió con los dinosaurios. Actualmente los pewenes se ubican en el segundo lugar de las especias leñosas más antiguas que habitan sobre la Tierra. En la cima del podio se ubica el árbol de la eterna juventud, el Ginkgo biloba.

El pewen, cuyo nombre científico es Araucaria araucana, llega a medir hasta 50 metros de altura, actualmente vive formando pequeños bosques en sectores montañosos de la Región de la Araucanía en Chile y zonas adyacentes del lado este de la cordillera en la provincia del Neuquén, en la Puelmapu –tierra del este en el mapuzungun–. La semilla del pewen alimentó y les dio el nombre de pewenche a los mapuche que habitaban ese lugar.

Existen árboles machos que fertilizan a los árboles hembras, quienes desarrollan cabezuelas llenas de frutos. Cuando la maduración completa, naturalmente los piñones caen al suelo y podemos en ese momento recolectarlos para consumirlos. Es un alimento de alta calidad nutricional, como todo fruto seco es rico en calorías, en ácidos grasos esenciales, contiene proteínas de excelente valor biológico, entre los minerales que aporta se destaca el potasio y presenta vitaminas del complejo B y abundante fibra. Su preparación es sencilla: se hierven en agua o se cocinan al rescoldo y se pelan al momento de ingerirlos. También secos pueden molerse y usarse para enriquecer ensaladas y diversos platos.

En Chile, el pewen fue declarado Patrimonio Natural, su tala está prohibida y su recolección protegida. Lamentablemente no sucede lo mismo en nuestro país, y su supervivencia es dudosa. Para que el pewen siga viviendo, para que las semillas no tengan dueños y sigan naciendo libres en toda la Madre Tierra, nosotros como Pueblo, debemos recuperarlas a la Vida, cuidarlas y darlas a las generaciones venideras con la energía y la belleza que portan desde las épocas de antaño.