Las increíbles memorias de un maestro

En 1908 un policía del Territorio Nacional del Chubut intentó asesinar al primer maestro de Cholila: don José Vicente Calderón. Pero don Vicente sobrevivió al atentado y en 1947 redactó de puño y letra sus memorias.

En el mes de enero de 1899, por pedido especial del entonces Presidente de la República General Julio A. Roca, que comprobó en la visita que hizo a la Colonia Galesa del Chubut, que aún no había una sola escuela argentina en dicho territorio, el Consejo Nacional de Educación resolvió enviar profesores normales netamente argentinos, para que fundaran allí las primeras escuelas nacionales especialmente para la enseñanza y la difusión de nuestro idioma, que a la sazón solo era hablado por las escasas autoridades argentinas en la referida Colonia. Recién recibido de Profesor Normal en la Escuela Normal Mariano Acosta de la ciudad de Buenos Aires, fui designado director de una de las escuelas a crearse en la Colonia Galesa, y en compañía del Inspector General de Escuelas de Territorios D. Raúl B. Díaz arribé a Puerto Madryn (Chubut) el día 25 de febrero de 1899 a bordo del transporte nacional 1 de Mayo. El Inspector General me asignó el pueblo de Gaiman, centro de la Colonia Galesa, para instalar la escuela, y el día 9 de marzo de 1899 inauguré las clases en la escuela que hoy lleva el Nro.34 del Chubut. Ese día marcó una verdadera etapa para aquella Colonia que esforzados pioners fundaran en 1865. Hasta entonces habían vivido en verdadera ausencia de nuestra nacionalidad. Sus hijos, pese a nacer en nuestro suelo, no conocían otro idioma ni costumbres que las galesas y no se advertía nada que los aproximara a nosotros. Al principio con grandes dificultades que fui allanando paulatinamente, pude ir realizando una paciente obra de argentinización, obteniendo excelentes resultados, pues se operó en la Colonia una gran transformación. Los galeses comenzaron a comprender que no estaban en su país sino en el nuestro, empezaron a conocer nuestro idioma, nuestra historia y nuestras instituciones, y principiaron así a encariñarse con la tierra generosa que les había dado albergue.

Satisfecho el Consejo Nacional de Educación con mi desempeño, dirigió la mirada hacia otra zona en la que se agitaban idénticos o más graves problemas. La zona cordillerana del Chubut que fuera puesta de manifiesto para los argentinos por la memorable expedición que el Teniente Coronel Luis Jorge Fontana realizó en el año 1885, se mantenía también ajena al concierto de nuestra nacionalidad. En el valle denominado 16 de Octubre se hallaba radicada la Colonia Galesa, desmembramiento de la que originariamente se fundara en Trelew y Gaiman; allí existía desde un tiempo antes una escuela dirigida por maestros galeses; y en todo el resto de la extensión fronteriza cuya población era en su totalidad chilena, no existía una sola escuela. Evidentemente que hacia allí debía acudir la escuela argentina con su misión pacífica de orientación y afianzamiento. El Consejo Nacional de Educación, demostrando una vez más esa confianza que tanto me alentaba, me autorizó a emplazar la escuela cuya dirección se me confiaba, en el punto de la cordillera que yo juzgara más adecuado. Sin más bagaje que mi entusiasmo, monté a caballo en Gaiman el día 18 de septiembre de 1905, llevando en otro caballo pilchero mi menguado equipaje. Recorrí los 750 kilómetros que separan el valle de Gaiman de la cordillera, siguiendo las huellas de la expedición Fontana; y el día inolvidable para mí del 22 de octubre de 1905 llegué al maravilloso valle de Cholila, emplazado casi en la frontera, unas 12 leguas en línea recta al norte del lugar que hoy ocupa el pueblo de Esquel. El viaje había durado un mes y cuatro días, y pese a todas las penurias pasadas en el mismo me sentía feliz ante la magnitud de la obra a realizarse, que en apariencia era tan humilde y sencilla, pero que tenía tan hondo significado patriótico. No vacilé un instante respecto al lugar del emplazamiento de la escuela, y desde aquél día Cholila, ese valle encantado, quedó unido para siempre a mi vida.

Pero no todo era llegar y proponerse fundar una escuela. No había ni la más remota posibilidad de contar con un local adecuado para tales fines, pues la población diseminada en el largo valle, no disponía siquiera de un rancho que pudiera cederme. Sin embargo, mi entusiasmo era superior a las dificultades, y de inmediato reuní a los vecinos, a los que expuse en sencillas palabras mis propósitos y la necesidad de que ellos cooperaran al éxito de los mismos. Mi llamado encontró amplio eco, pues a los dos meses, el día 25 de diciembre del mismo año, había logrado ya reunir por contribución de los pobladores todo el material necesario para la creación del local. De inmediato se inició la construcción del rústico edificio, que quedó terminado a los seis meses. Y elegí el día patrio, el 25 de Mayo de 1906, para inaugurar la escuela que hoy lleva el Nro.17. Ese día también inolvidable, reuní a todos los pobladores en torno a la escuela, y en nombre del Consejo Nacional de Educación procedí a recibir en donación el local construido por suscripción pública. Aún hoy no puedo reprimir la emoción al recordar aquel día del frío invierno cordillerano, cuando nuestra bandera azul y blanca ondeaba orgullosa en la primera escuela de este valle fronterizo. Pasados los meses de vacaciones que en esta zona son junio, julio y agosto, inicié las clases el 1ro. de Octubre de 1906, por haber sido el mes de septiembre de muy mal tiempo para la concurrencia de los niños a la escuela. Dirigí la escuela desde esa fecha hasta el 31 de mayo de 1908, fecha en que se clausuraron las clases, pues pocos días después un acontecimiento desgraciado vino a truncar mi misión de argentinizar estas fronteras de nuestra patria, que con tanto celo me había propuesto llevar a cabo. Voy a explicar el motivo de aquel suceso:

Desde antes de mi arribo a Cholila se había constituido en Chile una compañía, que tenía por fundamental propósito adquirir esas tierras de frontera que formaban parte del conocido pleito territorial entre Argentina y Chile, y que por resolución del árbitro (la Reina Victoria de Inglaterra) quedaron incorporadas a nuestro país. La adquisición de esas tierras debía efectuarse mediante la siguiente combinación: En esa época el gobierno argentino, como premio a los valiosos y abnegados trabajos realizados por el insigne argentino Dr. Francisco P. Moreno, como perito de nuestro país en la cuestión de límites, le otorgó en donación 25 leguas de campo que él mismo debía ubicar en zonas que no estuvieran pobladas en la cordillera, con ánimo de no perjudicar a terceros. El Doctor Moreno, ausente por completo de las ulterioridades de la cuestión, cedió sus derechos antes de ubicar las tierras a D. Florencio Martínez de Hoz, quien a su vez vendió dichos derechos a la citada compañía chilena que tomó el nombre de Compañía Cochamó. Cuando yo llegué a Cholila en 1905 esa compañía estaba en posesión de una parte del valle de Cholila, y estaba mensurando los campos el agrimensor D. Mario Engel, que realizaba la operación a nombre del Sr. Florencio Martínez de Hoz. Me llamó poderosamente la atención tal circunstancia, máxime que estaban aún vivos en la mente de todos los argentinos los momentos de aguda crisis que habíamos pasado a raíz de la delicada cuestión fronteriza. Por ello me preocupé de observar atentamente las actividades de la Compañía Cochamó, y pude, sin lugar a dudas, llegar a la conclusión de que la misma tenía el propósito de apoderarse por medio de compra, de la parte litigiosa de territorio que había quedado para la argentina en las zonas de Cholila, Epuyén, y El Bolsón.  Y pude también comprobar que esa compañía no era realmente un organismo civil, sino que prácticamente era un resorte oficial del gobierno de Chile. En esa época era Gobernador del Chubut el Dr. Julio B. Lezana, argentino de alma y de corazón, y era Ministro del Interior otro gran argentino, el Dr. Indalecio Gómez. Con mi modesta colaboración y la decidida acción de esos dos hombres de gobierno, se consiguió que D. Florencio Martínez de Hoz anulara la venta realizada a la compañía Cochamó, pues no escapaba a nadie el serio peligro que tal operación encerraba. Sin querer atribuirme el éxito de la difícil cuestión, debo destacar que fueron mis informes confidenciales los que determinaron al Gobernador Lezana, a gestionar en el Ministerio del Interior la anulación de la peligrosa operación, que encerraba en si una verdadera maniobra militar cuyas finalidades nadie podía prever. Anulada la venta y desalojada la Compañía Cochamó, vinieron las represalias que yo presentía, pues bien sabía la misma que eran mis informaciones las que habían determinado el fracaso de su maniobra.

La policía de Cholila era ejercida entonces por un personal de la más baja condición que puede uno imaginarse. Eran tres sujetos de pésimos antecedentes que se hallaban entregados por completo a los empleados que la Compañía Cochamó tenía en ésta, y que no vacilaron en ser instrumento de los mismos en un bien pensado plan de venganza. El 3 de junio de 1908 estaba yo tranquilamente en mi puesto en el lugar denominado Laguna del Mosquito, cuando a la diez de la noche más o menos llegaron dos agentes del destacamento policial enviados por el oficial de policía Elvira Cejas. Yo me encontraba al lado del fogón, en la cocina, cuyas paredes eran de palo a pique y tenían entre palo y palo ranuras bastante grandes. Los invité a pasar, ajeno en absoluto al siniestro plan que traían; y luego de estar un rato hablando conmigo el agente Antonio Batilana, natural de Patagones, salió del recinto, dio vuelta a la cocina hasta situarse del lado de afuera frente al lugar ocupado por mi, apoyó el revolver en una ranura, y a una distancia no mayor de treinta centímetros hizo fuego contra mi cabeza. La bala penetró por detrás de mi oreja derecha y al chocar sobre el hueso del cráneo, y debido seguramente a la extraordinaria consistencia del mismo, desvió su trayectoria hacia abajo, me atravesó el cuello y fue a incrustarse en los tizones del fogón. Al sentirme atacado me incorporé rápidamente con el propósito de llegar a mi dormitorio y tomar un arma, pero al instante me desplomé bañado en sangre dentro mismo de la cocina. Según pude después establecerlo, los forajidos me arrastraron largo trecho en dirección a la Laguna del Mosquito que queda cerca del lugar, con el propósito de arrojarme al agua. Pero posiblemente mi cuerpo era muy pesado, pues me abandonaron a unos cincuenta metros del rancho en medio de un mallín. Seguramente por la humedad y el frío recobré el conocimiento y con gran esfuerzo pude incorporarme apoyándome en unos arbustos de chacay. Al instante sentí voces que llegaban de mi rancho, dentro del cual me pareció que peleaban y vociferaban. Era que habían estado asesinando a mi peón, que quedó en la cocina, pues al siguiente día se encontró el cadáver acribillado a puñaladas en el interior de la misma. Comprendiendo el peligro de muerte en que me hallaba experimenté una violenta reacción, y arrastrándome, cayendo en menucos y pantanos, conseguí hacer una legua y llegar a la casa del vecino D. Sixto Gerez, uno de los pocos argentinos que poblaban la zona. Allí me recibieron solícitamente y consiguieron parar la peligrosa hemorragia. Comprendí que aparte del inminente peligro que significaba la grave herida recibida, debía huir del alcance de esa policía pervertida que seguramente no descansaría hasta liquidarme. Pedí a D. Sixto un caballo y montando en pelo, emprendí la marcha a las tres de la mañana del día 4 de junio rumbo a Esquel. Para ganar tiempo debí ir por el camino de la cortada de la cordillera que estaba totalmente cubierta de nieve. Fue esa marcha un episodio que jamás olvidaré. Mi caballo se hundía hasta mitad del cuerpo en la espesa capa de nieve, que en partes tenía peligrosa consistencia. Pero el afán de salvar la vida es superior a todo obstáculo, y pude así trasponer las doce leguas que dista Esquel por la cortada, llegando a ese pueblo el 4 de junio a las diez de la mañana.

Afortunadamente encontré allí al médico de la Gobernación Dr. Hércules Mussachio que andaba de gira, y me atendió con toda solicitud poniéndome fuera de peligro. Al cabo de un mes y medio estaba completamente restablecido, y mi primer impulso fue volver a Cholila a proseguir mi obra de argentinización; pero el Inspector de Escuelas de la Décima Sección D. Marcelino B. Martínez se opuso a mis propósitos que juzgara temerarios, pues no dudaba que se repetiría el atentado, pese a que los delincuentes ya estaban arrestados. El Consejo de Educación escuchó al inspector y me destinó a la colonia indígena de Nahuel–Pan sita en las inmediaciones de Esquel, cuya dirección ejercí durante cuatro años. Pero Cholila era parte de mi mundo afectivo y deseaba ardientemente a ese rincón, en el cual bien sabía cuánto se necesitaba de argentinos de verdad en esas horas difíciles, tan distintas a las actuales. Conseguí mi objetivo y volví a la dirección de la escuela de Cholila, en la que seguí cumpliendo mi silenciosa tarea de maestro hasta 1917, en que el Consejo, quizás en premio a mi tesonera acción, me nombró Inspector de Escuelas de la Décima Sección de Territorios, que comprendía la parte central y cordillerana de los territorios de Chubut y Río Negro. Durante diez años desempeñé las tareas de Inspector, recorriendo muchas veces toda la sección a mi cargo tanto en invierno como en verano, por sitios casi intransitables y con el medio de movilidad del que generalmente se disponía en aquellos tiempos difíciles; el caballo. Así alcancé a fundar treinta nuevas escuelas en campañas casi desiertas, instaladas en ranchos construidos y donados por los pobladores en diferentes puntos de ambos territorios. El 31 de marzo de 1927 se me acordó la jubilación, y desde entonces me encuentro ubicado definitivamente en este pedazo de patria, por el que tanto me afané hasta exponer la vida a fin de que no sea disgregado.”

 

Cholila, Septiembre 18 de 1947

Vicente Calderón

Ex Inspector de Escuelas de Territorios, Jubilado.