Las especias estimulan nuestros sentidos, mejoran la digestión, hacen más apetitosos diferentes platos y, además, aportan a nuestro cuerpo sustancias que ayudan a ganar salud.
Una de las especias más antiguas es el anís, comúnmente llamado anís verde. Es originario de Egipto, donde hay evidencias de su cultivo 2000 años antes de Cristo. El anís fue moneda de intercambio en toda el área mediterránea durante muchos años. Su nombre científico es Pimpinella annisum. Se trata de una planta herbácea de unos 60 centímetros de altura, de la familia de las Apiáceas, al igual que el perejil y el apio. Sus hojas basales son dentadas con forma de riñón y las superiores son finas, lineares y escasas. Sus flores blanquecinas se reúnen en umbelas terminales. Umbela es un tipo de inflorescencia en racimo en la cual el pedúnculo floral –que es el tallito que une la flor a la planta– se ensancha y salen de él pedicelos florales como varillas de un paraguas, por esta característica todas las Apiáceas son llamadas también Umbelíferas.
En nuestro país el anís verde se cultiva en Salta, Catamarca y San Juan. Tanto en gastronomía como en medicina se utilizan sus frutos, que a nivel digestivo eliminan gases intestinales –gracias a su acción carminativa– y calman los cólicos debido a su acción antiespasmódica. A nivel respiratorio es expectorante y su decocción endulzada con miel ayuda en catarros y bronquitis. Para preparar la misma se coloca una cucharadita de anís por taza de agua y se hierve por tres minutos, luego se deja reposar y se cuela. También tiene efecto estrogénico, por lo que estimula la lactancia: por un lado, ayuda a la madre a aumentar su producción de leche y por el otro le evita al bebé que mama los típicos dolorcitos de panza. El anís regula los síntomas del climaterio e incrementa la libido, actúa como insecticida contra el Pediculus humanus –el molesto piojo– lavando la cabeza con su decocción y también suma virtudes como antimicótico pudiendo hacerse con la misma buches y gárgaras en caso de candidiasis oral, baños de pies para reponerse del pie de atleta y duchas vaginales para sanar las cándidas de la zona genital.
Llamamos canela a la aromática corteza de un árbol siempre verde: el canelero o canelo cuyo nombre científico es Cinnamomum zeylanicum. Es originario de Asia, pero se cultiva en algunos países tropicales de América, como Jamaica y Brasil. La parte comestible de esta planta es la corteza interna del tallo y de las ramas, que se raspan para extraer la misma y a continuación se ensambla y se pone a secar para luego arrollarla, formando esos cilindros de fina y delicada madera que conocemos como canela en rama. Esos mismos cilindros reducidos a polvo son la canela molida que utilizamos habitualmente como condimento. Esta riquísima especia es una buena aliada para los tiempos fríos ya que activa la circulación y calienta los pies y las manos. Para potenciar dicho efecto puede realizarse una decocción de ramas de canela y raíz de jengibre. La canela tiene importantes propiedades antimicrobianas, ya que además de su efecto antibiótico, presenta actividad antiviral, antimicótica y antiparasitaria. Los buches con su cocimiento tienen una fuerte acción contra la placa dentaria y es de gran utilidad en los procesos virales del tracto respiratorio –resfríos y bronquitis– que se dan en los meses fríos. Su agradable sabor es bien aceptado por los niños como bebida o agregado a diferentes alimentos. A nivel digestivo calma la gastritis, alivia digestiones pesadas, vómitos y diarreas, para lo cual hay que beber sorbos pequeños del cocimiento de sus ramas. Su aceite esencial –obtenido de la misma corteza– se usa en aromaterapia para los estados de cansancio, debilidad, melancolía y como afrodisíaco.
El foye, foigue o voigue –árbol sagrado para el pueblo mapuche– fue llamado canelo por los conquistadores que llegaron a la zona centro-sur de la actual República de Chile, por encontrarlo muy parecido al canelo de Ceilán. Su nombre científico es Drimys winteri. Drimys es un vocablo griego que hace referencia al sabor picante de sus hojas y winteri le hace honores al cirujano naval Williams Winter, que en 1579 al ver a los nativos del actual Estrecho de Magallanes beber la infusión del foye, decidió dársela a su tripulación, cuya salud mejoró notablemente ya que el foye resultó ser riquísimo en vitamina C y sanó a la gran mayoría de los tripulantes que padecían de escorbuto. El foye crece en lugares húmedos de los bosques andino patagónicos a ambos lados de la cordillera y tiene un lugar destacado en la medicina tradicional mapuche. Bebiendo la infusión de sus hojas se alivian la tos y los catarros, se calman los trastornos digestivos y los dolores reumáticos y se mejora la salud en general gracias a su gran aporte de vitamina C. A nivel piel, cura heridas y llagas.
Sumá en tu alacena colores, aromas y sensaciones que te transportaran al mundo del bienestar.
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