Maestras y maestros en la Patagonia

En esta última parte de su artículo –sobre la historia de la educación en la Patagonia– las autoras destacan las políticas desplegadas por el Estado para consolidar una sociedad con nuevos símbolos y nueva institucionalidad.

Desde sus orígenes la docencia como profesión fue ejercida principalmente por mujeres. Sin embargo, para estas zonas –tan apartadas de los centros urbanos y pobladas por sociedades heterogéneas e incivilizadas– se promovió el ejercicio de la docencia por parte de varones o de matrimonios. El 70 % de los docentes en zonas rurales en las cuatro primeras décadas del siglo XX fueron hombres, proporción que disminuye en los centros urbanos. Dado el status que les otorgaba su profesión y su condición de género estos maestros desempeñaron otros roles en la sociedad civil, fueron miembros de las sociedades de fomento, corresponsales de periódicos, coordinadores de conferencias, directores de bibliotecas populares y miembros de asociaciones civiles que trabajaban por sus comunidades.
Ejemplo de ello fue don Pedro Alcoba Pitt(7), hombre que encarnó múltiples actividades además del magisterio. Este porteño de nacimiento inició su carrera en Bariloche al ser nombrado en 1918 Maestro de 3ra. Categoría en la escuela Nro. 16 “Francisco Pascasio Moreno”. En 1925 –luego de obtener la titularidad de su cargo– fue nombrado director de la escuela Nro. 71 de Ñirihuau, para finalmente trasladarse a la escuela Nro. 48 de Península San Pedro donde ejerció su magisterio hasta 1932, año en que regresó a Buenos Aires por cuestiones de salud.

Durante su residencia en Bariloche fue secretario general de la Comisión de Fomento –estableciendo una firme amistad con Primo Capraro de quien también ofició de secretario– y desde 1922 fue corresponsal de los diarios La Nación y La Nueva Era, donde además de sus pareceres expresaba sus reclamos y los de la comunidad regional, intentando por medio de sus corresponsalías ser oído en la capital del país e intentar mover los resortes de un Estado muy alejado de los Territorios Nacionales.

En los orígenes de la educación pública en nuestra zona tuvieron fuerte presencia e influencia las escuelas Nro. 16 de San Carlos de Bariloche y Nro. 30 de El Bolsón. Desde estas escuelas –ubicadas en los centros urbanos más importantes de la región cordillerana– se promovían y organizaban diversas actividades que trascendían la labor áulica y se extendían a la comunidad en su conjunto. Sus respectivos directores cumplían diversas y variadas actividades vinculadas a la promoción de la cultura y del conocimiento; y sus maestros generaron espacios de reflexión y producción con el objetivo de trascender el aula con la labor nacionalizadora, ocupar espacios públicos y compartir experiencias regionales. Fue común entre ellos socializar prácticas, problemas, saberes, recuerdos y utopías a través de revistas pedagógicas, artículos sobre educación y corresponsalías en los diarios del territorio.

También resulta relevante la acción social desplegada por las Asociaciones Cooperadoras de estos dos establecimientos, que proveían alimentos a los alumnos contando para ello con la cuota de monto libre que aportaban sus socios e intentando de este modo –según el artículo aparecido en La Nueva Era el 31 de mayo de 1930– “intensificar la acción nacionalista que realiza la escuela, cooperar a la misma con los medios posibles para el mejor desempeño educativo de su misión, procurar ayuda al niño indigente e influir en la adaptación y asimilación del extranjero fomentando su acercamiento para que más pronto mancomune sus costumbres e ideales, con los maestros”. A su vez ambas Asociaciones trabajaron de manera conjunta incentivando y promocionando la labor de las bibliotecas que en ambas localidades recibieron el nombre de Domingo Faustino Sarmiento y fueron fundadas e incentivadas por los directores de las escuelas y financiadas por las Asociaciones Cooperadoras de las mismas.

Pese a los esfuerzos individuales y colectivos la misión de los docentes en los territorios patagónicos se vio plagada de inconvenientes: la matrícula de las escuelas no aumentaba y era muy difícil de sostener, el número de escuelas era escaso para un territorio tan vasto y sus condiciones edilicias eran pésimas, el mobiliario era rudimentario y había un sinfín de problemas vinculados a las designaciones, traslados y cobro de haberes por parte de los docentes.

Varios testimonios de la época cuestionan la débil presencia del Estado nacional y dan cuenta de la situación descripta, dice en un párrafo el maestro Pedro Alcoba Pitt: “Otro grave problema que debe resolverse es el de la escuela. Aunque duela el decirlo, esta zona andina del Sur no está definitivamente incorporada a la civilización nacional (…) y en mi opinión, la forma más eficaz de introducir en estas comarcas el espíritu y el sentimiento argentinos es creando centros de educación que difundan en la masa la noción de la Argentina y el amor por ella (…)” En otros párrafos que llevan su firma el maestro describe el estado misérrimo de la Escuela Nro.16 calificándola como una tapera donde faltan aulas, no hay luz ni calefacción, faltan elementos de enseñanza y la bandera está rota, lamentando a su vez que las familias pudientes prefieran mandar sus hijos a las escuelas extranjeras –que eran pagas– para no sufrir estas deficiencias.

En aquellos años fueron frecuentes los reclamos de los docentes a inspectores o visitadores escolares por la situación material de las escuelas, la carencia de materiales y útiles y el atraso en el cobro de los sueldos: “Al Sr. Inspector Gral. de Escuelas en los Territorios y Colonias Nacionales Don Leopoldo Rodríguez: (…) si bien las clases han comenzado es imposible que sigan funcionado en el mismo edificio dado el estado ruinoso en que está (…) el aula posee ocho ventanas de las cuales ninguna posee vidrios ni postigos, dos puertas están en malas condiciones y ni los armarios ni la mesa ni las puertas tienen llave, el aula está en todo momento abierta a todos los vientos haciendo poco menos que imposible la permanencia dentro de la misma (…) se impone de inmediato ordene el cambio de esta escuela al edificio nuevo (…)”(8)

Los primeros docentes que se radicaron en la Patagonia –imbuidos del espíritu abnegado de los servidores públicos– vieron en su labor la posibilidad de consolidar la grandeza nacional en una región a la que consideraban bárbara, inhóspita e incivilizada; y con sus acciones fueron forjando una identidad cimentada en la aceptación de la frontera como un modo de vida, que implicaba no solo hacerle frente a la hostilidad climática y el aislamiento, sino también a la carencia de elementos básicos y a la sensación de abandono por parte del Estado Nacional. Las escuelas constituyeron los espacios básicos y centrales desde donde se desplegó la argentinización de las nóveles sociedades de los Territorios; desde ellas los docentes –como representantes de un Estado que a su vez interpelaban fuertemente por el incumplimiento de sus responsabilidades– instalaron en la opinión pública un conjunto de representaciones sociales, que posibilitaron fijar un relato político homogéneo y transmitir los valores de la nacionalidad a fin de consolidar el orden público. Este discurso legitimó la función social asignada a las escuelas y a los docentes cuyas acciones trascendieron el aula y construyeron puentes entre las organizaciones comunitarias –bibliotecas, asociaciones mutuales, cooperadoras, etc.– a fin de desempeñar mancomunadamente la misma tarea.

Cien años más tarde la escuela pública todavía lucha por más y mejor educación y son muchos más de los que la opinión pública cree –y la prensa reconoce– los maestros y maestras que piensan que aún tiene sentido embarcarse en la aventura de enseñar en espacios públicos de educación común.

NOTAS

(7) Pedro Alcoba Pitt (1887-1978), maestro en San Carlos de Bariloche entre 1918 y 1932. En un cuaderno personal recopiló una selección de noticias del Bariloche de la década de 1920 a las que 50 años más tarde incorpora comentarios personales. Biblioteca “Domingo F. Sarmiento”. Bariloche.
(8) Párrafos de una carta firmada por F. A. Camargo cuyo texto se conserva en el Libro histórico de la Escuela Nro. 30 de El Bolsón.