Otto Meiling: pasión por la montaña

“Todo me resulta muy extraño, pero estoy muy tranquilo; acá estamos, en un lugar más hermoso que cualquier otro. ¿Por qué tengo que seguir viaje?” Otto Meiling

El 12 enero de 1930 vapores y sonadas anunciaban la llegada del tren a Punta de Rieles –hoy Pilcaniyeu– a 70 kilómetros de San Carlos de Bariloche. De un vagón de segunda clase descendió un joven y se acercó a una camioneta que esperaba a Monseñor De Andrea, invitado especialmente para bendecir una cruz en el cerro Campanario y oficiar una misa. El transporte había sido enviado por don Primo Capraro, por entonces el mayor empresario de la región. El joven Otto se ofreció para cargar el equipaje del invitado a cambio de ser transportado hasta el Nahuel Huapi. Ese pueblo era la estación intermedia de su viaje proyectado hacia el sur chileno, donde había asentamientos alemanes. En el recorrido de cuatro horas por el precario camino pleno de arroyos y ríos, cruzados por simples badenes, sintió el viento patagónico que acariciaba su cara y contempló las montañas que se iban asomando por la estepa. Entre ellas, aparecieron las cumbres majestuosas e inmaculadas del monte Tronador. Su corazón se llenó de gozo y escribió en su diario: todo me resulta muy extraño, pero estoy muy tranquilo; acá estamos, en un lugar más hermoso que cualquier otro. ¿Por qué tengo que seguir viaje?

La Aldea busca su rumbo

Hacia 1930 San Carlos de Bariloche buscaba una salida a la gran crisis económica que estaba sufriendo desde hacía unos años. Desde principios del siglo XX, la joven ciudad había venido consolidándose como centro de una región socio-económica naturalmente integrada con el país trasandino. La ubicación geográfica era estratégica y la ausencia de medios de transportes eficientes hacia el Atlántico, habían promovido la exportación a Chile de bovinos, lana, cuero y madera. Desde la ciudad portuaria de Puerto Montt partían los barcos con esas mercancías rumbo a Alemania. A ese mismo lugar llegaban productos industrializados que posteriormente, desde Bariloche, eran comercializados en la zona andina de Río Negro y Chubut, así como también en otras importantes áreas de la meseta rionegrina.

Pero la primera guerra mundial iniciada en 1914 dio uno de los primeros golpes a la economía local ya que la intervención de Alemania en la contienda hizo que se perdiera el mercado destinatario de los productos exportables. La Compañía Chile-Argentina –protagonista de la actividad comercial en la región– entró en crisis y en 1919 fue adquirida por Primo Capraro, este empresario local de origen italiano. Desde 1911 el gobierno central había venido estableciendo trabas aduaneras al tráfico con Chile como parte de la política de consolidación del nuevo Estado nacional. En 1920 se estableció finalmente una aduana en Bariloche. A partir de entonces, todo lo que en su momento había resultado un buen negocio dejó de ser competitivo debido a los nuevos impuestos de importación y exportación.

La situación se vio agravada por la paralización de las obras del ferrocarril en 1928, la caída de los precios internacionales de la lana y las dificultades para abastecerse e insertar los productos de la región. A esto se sumó la crisis política, en septiembre de 1930 se llevó a cabo el primer golpe de Estado, vulnerando las instituciones democráticas nacionales y locales. Varias opciones se pusieron en práctica para reconvertir el perfil económico de la ciudad: la producción a gran escala de trigo y el desarrollo de la industria maderera fueron algunas. Pero las condiciones no eran fáciles y no lograron el éxito deseado; las distancias, la precariedad de las comunicaciones y las deficiencias en la infraestructura de la región jugaron en contra de las propuestas. Por entonces, la actividad turística crecía a ritmo muy lento por los mismos factores, sin embargo, constituía una esperanza y a ella se aventuraron algunos de los inmigrantes que, a pesar de todo, aún apostaban por instalarse en la zona del gran lago.

Los años previos a Bariloche

Otto Meiling nació el 1 de junio de 1902 en el pueblo de Wassertrüdingen, en Bavaria, Alemania. Su padre, también llamado Otto, era mecánico y había recorrido varias ciudades de Alemania hasta conseguir trabajo. Su madre –Margarita– había muerto cuando él tenía ocho años y su recuerdo era el de una mujer siempre enferma. Luego de enviudar su padre se casó con una joven que le brindó un gran cariño, como si Otto fuese su propio hijo. Tuvo tres hermanas mujeres y una de ellas también emigró a Argentina instalándose en la ciudad de Rosario. De muchacho, aún en su patria natal, soñaba con convertirse en guardaparque.

A los 22 años Otto emprendió un viaje buscando nuevos rumbos. Llegó a Buenos Aires en el buque Werra junto a cientos de otros inmigrantes que esperaban encontrar en nuestro joven país mejores condiciones de vida. Años más tarde, se enteraría que dentro del pasaje del mismo buque regresaba al país –tras la finalización de sus estudios en Suiza– Juan Javier Neumeyer, uno de sus compañeros en las andanzas por nuestra región.

En Buenos Aires tuvo varias ocupaciones. Trabajó en la construcción, soplando vidrios, en varias oficinas y en una empresa de electricidad. Su naturaleza deportiva lo llevó a asociarse al Deutsche Turnverein –Club Atlético Alemán– en donde practicó gimnasia. Realizó también extensas caminatas uniendo las ciudades de Buenos Aires y La Plata.

Las publicaciones sobre la “Suiza Argentina” y los lagos del sur lo incentivaron para emprender su viaje hacia nuestra Patagonia, con intenciones de llegar hasta Chile. Luego de la larga travesía que implicó llegar a la comarca andina, Meiling decidió asumirla como su hogar.

Sus primeros años en la región del Nahuel Huapi

Apenas llegado a Bariloche, se asoció con Hans Hildebrandt para desarrollar la primera oficina barilochense de turismo y realizar lo que fue la primera Guía Turística de Bariloche. Cuando su socio decidió partir hacia Buenos Aires, Otto se empleó en la Casa Capraro –sucesora de la Compañía Chile-Argentina– como Jefe de Navegación, vendiendo los pasajes para los barcos y cargando y descargando la mercadería.

Recorrió la zona tanto a pie como en barco y durante el invierno de 1930, cuando vio al doctor Juan Javier Neumeyer deslizarse por la nieve con esquíes, no dudó en buscar un par de tablas para poder deslizarse también por las colinas de Bariloche. A pesar de su origen bávaro no había conocido el esquí y el gusto por esta actividad comenzaba a nacer sin saber aún que iba a ser una actividad que llevaría a cabo toda su vida. Otro entusiasta de la montaña fue el transportista Reynado Knapp quien junto a Otto Meiling, Juan Javier Neumeyer y Emilio Frey, el 31 de agosto de 1931 dieron vida al Club Andino Bariloche con el objetivo de promover las actividades de montaña entre la población local y los visitantes. Las salidas veraniegas a las montañas que ya practicaban fueron a partir de entonces complementadas con un par de esquíes que, en pendientes nevadas, les permitían descender con mayor facilidad.

Su entusiasmo fue tal, que pronto aprendió el arte del esquí y comenzó a enseñarlo. Los esquiadores subían al cerro Otto, a las “canchas” ideales para principiantes, generalmente los domingos. Meiling, subía todos los días luego de despedir los barcos por la mañana, regresando por la tarde para recibirlos.

En 1932, fueron construidos dos refugios para que los concurrentes pudieran cobijarse ante las inclemencias del tiempo, uno en el cerro Otto y otro en el cerro López. Meiling trabajó duro en la construcción, subiendo los materiales y utilizando su ímpetu, su fuerza y saber en la puesta en marcha. Fue quien se encargó con su propio aliento de subir hasta lo alto del cerro López la cocina económica que daría calor a los visitantes.

Su tiempo fue dedicado a las expediciones, aperturas de sendas y rutas de acceso a las diferentes cumbres que la geografía ofrecía. Fue el primero en ascender a las torres del López, Capilla, Cuernos del Diablo, cerros Navidad, Tres Reyes e Inocentes entre otros. Los nombres que les puso a estos últimos tres nos hablan de las fechas en que fueron coronados. Su mayor desafío fue el imponente cerro Tronador. Tras ocho tentativas de hacer cumbre alcanzó la ansiada cima el 3 de enero de 1939. No pudo ser el primero, pero su corazón se llenó de gozo al lograrlo. El Tronador era su fascinación, en sus anotaciones escribió: Cuando pisé por primera vez la tierra patagónica, fui fascinado por este cerro majestuoso. A partir de entonces, alrededor de 60 veces hizo cumbre en ese volcán. La última, con casi 80 años de edad, la realizó en 1981.

Pero el cerro Otto fue su lugar. En mayo de 1934 emprendió un viaje a Baviera en Alemania donde residía su familia. Allí, se vinculó con el Club Alpino Alemán, realizó un curso de alpinismo y pulió su técnica de esquí en Saint Anton en el Tirol austriaco. Regresó a Bariloche con los títulos de guía de montaña e instructor de esquí. Además, trajo un cajón con fijaciones y materiales para la fábrica de esquíes. Creó entonces un taller con su fábrica de esquíes y la escuela de esquí en el cerro Otto, ambos denominados Tronador. Se instaló a vivir allí en 1938, en una vivienda contigua al refugio Berghof, en un terreno comprado a don Benito Boock.

Fue guía de montaña, y ascendió a múltiples montañas, argentinas y chilenas. Formó parte de la Comisión de Auxilio nacida espontáneamente en febrero de 1934 casualmente en su amado cerro Tronador, y socorrió en varias emergencias. Fue uno de los activistas de Bomberos Voluntarios, dio clases de atletismo y gimnasia en la escuela Primo Capraro y fue instructor de los Boys Scouts. Pero, sobre todo, se consagró a la enseñanza del esquí. Por un lado, lo hizo con los socios del Club, a quienes les daba lecciones gratuitas los días domingo. Por otro lado, enseñaba a los turistas que comenzaban a llegar a la región. Sus clases de esquí eran complementadas con excursiones lacustres y terrestres en todo el entorno del Nahuel Huapi, buscando impartir el conocimiento, disfrute y cuidado del entorno en la práctica de las actividades de montaña y en la naturaleza.

La enseñanza a los turistas estaba bien planificada, muy esquemáticamente, por cierto. Comenzaba con la ascensión al refugio desde la ciudad a pie, porque no permitía que se hiciera en automóvil. La vida en el refugio Berghof era muy rigurosa. Había habitaciones para hombres y otras para mujeres y el dormitorio mixto era únicamente para los casados. A las 8:00 despertaba a los pasajeros para el desayuno. De 9:30 a 9:45 cada uno debía preparar y encerar sus esquíes y de 10:00 a 12:00 se desarrollaba la primera lección. Luego se almorzaba con comida sana sin nada de alcohol ni tabaco. De 14:00 a 16:00 nuevamente se impartían las lecciones para luego merendar lo mismo que en el desayuno. Después de la cena había tiempo para charlar y tocar música frente a la chimenea, pero a las 22:00 todos debían retirarse a sus dormitorios. Todo debía cumplirse rigurosamente.

La aldea encuentra su rumbo: el turismo

A partir de 1934 Bariloche comenzó a transformarse en una ciudad turística que buscaba convertirse en el lugar de esparcimiento de la élite porteña y de los visitantes europeos. Al crearse la Dirección de Parques Nacionales bajo la dirección de Exequiel Bustillo, primó sobre todas las ideas, la intención de que Bariloche finalmente se convirtiera en la “Suiza Argentina”, y en esa dirección se pusieron en marcha los mecanismos y los capitales necesarios para que la transformación se concretara. La implantación de un centro de esquí moderno al estilo europeo formaba parte de la misma idea y la llegada del tren en 1934 comenzó a facilitar el arribo de mayor cantidad de turistas a la región.

La Dirección de Parques Nacionales contrató entonces a un gran esquiador austriaco –Hans Nöbl– para que desarrollara el centro de esquí. Tras escoger al cerro Catedral para su emplazamiento pronto comenzaron las obras. Las personalidades de Nöbl y Meiling chocaron desde un principio. Sobre todo, porque ambos tenían en mente formas diferentes de concebir el deporte y disfrutar de la naturaleza. Otto no estaba de acuerdo con la modernización que implicaba el desarrollo de Catedral. Creía que la naturaleza no debía transformarse ni contaminarse con las “modernidades”. Tampoco estaba de acuerdo con la conversión del esquí en un deporte en sí mismo, es decir competitivo. Para él, el uso de esquíes era parte de una concepción integral de la vida en la naturaleza, en la que se combinan las diferentes especialidades según la necesidad.

Este pensamiento tuvo también sus implicancias dentro de su querido Club Andino. Su presidente Emilio Frey, como la mayoría de sus miembros, se volcaba a desarrollar la actividad en el nuevo y moderno centro de esquí. Meiling y el cerro Otto representaban para ellos el lado conservador, contrario a los tiempos modernos y a los fines deseados. De ahí que en la década del cuarenta Meiling dejaría de ser parte de la Comisión Directiva del club, aunque no por ello se alejó de la Institución.

Poco a poco su escuela de esquí en el cerro Otto fue perdiendo alumnos. Pretendía que ellos llevaran la misma vida espartana que él había escogido y esto hacía que la mayoría desistiera. Como no tenía mucho sentido comercial no aceptaba los métodos corrientes de propaganda y se le hacía difícil encontrar gente para su escuela de esquí. Era difícil competir con el moderno centro de esquí del Cerro Catedral.

Comenzó entonces a dedicarse con más ahínco a guiar por las diversas montañas cordilleranas, realizando grandes expediciones como la emprendida a Torres del Paine. A partir de la creación de la Escuela de Montaña en el Club Andino, don Otto se ocupó de los chicos de once y doce años de edad. Recorrían la región y hacían campamentos en la pileta La Lonja –situada a orillas del río Limay más allá del anfiteatro– ofrecida al C.A.B. por la señora Dolly Frey. Meiling transmitía a los chicos su conocimiento y amor sobre la flora, la fauna y la geografía, les enseñaba a moverse en la montaña y nociones de campamento. Eran jornadas que algunos de sus protagonistas consideran aún hoy como alegres e inolvidables.

Otto se casó dos veces. La primera en 1944 con Carlota Augusta Fitzki, quién no se adaptó a la austera vida de montaña y prefirió vivir “abajo” –en la ciudad– por lo que el matrimonio no tuvo buen fin. Su segundo matrimonio comenzó en 1960 con Erika Reineck, separada y con hijos de su amigo Herbert Wechler. Erika había sido contratada por Otto para que lo ayudara en el servicio del refugio Berghof y fue entonces cuando surgió la relación entre ellos. Pero este matrimonio tampoco llegó a buen puerto.

Meiling vivió hasta sus últimos días en su casa del cerro Otto, alejado del bullicio de la gran ciudad. Desde allí observaba cómo año a año Bariloche iba tomando grandes dimensiones y se modernizaba. Tenía su propia huerta, no tenía electricidad y solo bajaba al pueblo a comprar víveres y cobrar la jubilación. Paseaba por sus bosques diariamente y cuidaba de sus plantas y flores.

Murió el 11 de agosto de 1989 a los 87 años de edad. Sus restos reposan en el lugar que eligió para vivir, en su querido cerro Otto. Todas sus pertenencias las donó al Club Andino Bariloche para que su hogar siga siendo un refugio de montaña y acoja a los locales y visitantes. Lamentablemente, un terrible incendio destruyó el refugio, símbolo de los inicios del esquí y el montañismo y luego fue reconstruido. Pero las llamas no pudieron con su vivienda, hoy transformada en Casa-Museo. Quien la visite, podrá percibir en ella el alma de este hombre que amó esta región, la adoptó como propia y consagró su vida a la montaña.

 

* María Chiocconi es Profesora en Historia y fue miembro CEHIR– ISHIR / CONICET de la Universidad Nacional del Comahue, Centro Regional Universitario Bariloche. Actualmente se desempeña en Educación Secundaria.