Muchas veces a nuestras hijas e hijos les cuesta asumir sus errores y cuando se los hacemos notar tienden a echarle la culpa a los demás pero con preguntas adecuadas podemos ayudarles a entender y crecer.
Es habitual encontrar a niños que no son capaces de definir el problema que tienen. De hecho, creen tener un problema cuando en realidad tienen otro diferente. Por ejemplo, recuerdo a una alumna que se quejaba porque su madre la levantaba cada mañana con gritos y prisas. Ella no entendía por qué. Se sentía tratada injustamente. ¿Qué había hecho para que su madre antes de despertarla ya estuviera enojada con ella? Esto hacía que sintiera rencor hacia su mamá y celos hacia su hermano al que la madre despertaba con una sonrisa.
Aparentemente, si este era el problema, tenía razón. Existía un trato diferencial y eso indigna a cualquiera. Pero en la realidad, el problema era otro. Mediando con ella, haciéndole preguntas y repasando hechos pasados, mi alumna valoró su parte de responsabilidad en el comportamiento de su madre. Se percató de que a menudo se acostaba muy tarde y dormía poco. Además, se acostaba pendiente del wassap y no dormía bien como antes de tener su celular. Tampoco se organizaba la mochila del día siguiente, algo que tenía que hacer cuando su madre la despertaba. Sumado a esto, cansada por dormir poco y mal, no conseguía levantarse ni a la primera, ni a la segunda ni a la tercera llamada y cuando finalmente lo hacía, al quedarle poco tiempo, desayunaba mal y retrasaba a toda la familia. Resultado: su madre ya la despertaba enojada porque esta rutina de repetía día tras día y todo eran prisas, castigos y recriminaciones. Con su hermano era distinto porque él se levantaba rápido, hacía todo con tiempo suficiente y hasta colaboraba con la preparación del desayuno, de modo que la comunicación y el trato con su mamá eran diferentes.
Ahora bien ¿cómo puede una persona solucionar un problema si no sabe identificar sus errores y traslada la responsabilidad de sus actos a terceras personas? Sucede que nuestro comportamiento está determinado por nuestro pensamiento y este se rige por diferentes operaciones mentales, de mayor o menor complejidad: análisis, síntesis, clasificación, identificación, razonamiento transitivo, representación mental, etc. Estas operaciones mentales, en mayor o menor medida, son observables, pero evidentemente no todos las utilizamos de la misma forma, ante un mismo estimulo o situación actuamos de diferente manera dependiendo de nuestras características personales, de nuestros talentos, emociones y sobre todo, de nuestras capacidades cognitivas. Estas funciones cognitivas, que ya no son observables sino de características psicológicas, son los prerrequisitos del pensamiento, de las operaciones mentales, cuya eficacia depende del buen funcionamiento de estas funciones cognitivas.
Volviendo al caso de mi alumna, es posible que el problema que no conseguía resolver viniera determinado por algunas funciones cognitivas deficientes. Algunas de estas deficiencias pueden ser las dificultades para percibir los problemas de forma clara y precisa, la imprecisión al recopilar información, la dificultad para distinguir los datos relevantes de los irrelevantes, la percepción episódica de la realidad o la dificultad para trazar hipótesis, entre otras.
Por eso para ayudar a que nuestro hijos e hijas a identificar sus problemas y conseguir solucionarlos debemos colaborar en el desarrollo de sus funciones cognitivas, y esto podemos lograrlo fomentando el criterio propio y la autoestima mediando a través de preguntas precisas. En el caso de mi alumna algunas de las preguntas que le formulé fueron: ¿Cuál creés que es tu problema? ¿Por qué creés que tu mamá te despierta enojada? ¿Por qué se enoja con vos y no con tu hermano? ¿También se enoja los sábados y domingos? ¿Cómo reaccionás cuando te grita? ¿Qué sentís? Y ella ¿cómo creés que se siente cuando va a despertarte? ¿Qué motivos te da cuando explica su enojo? ¿Creés que puede estar enojada por algo que hubieras hecho previamente? ¿Creés que podés hacer algo para que te despierte de la misma manera que despierta a tu hermano? ¿Se enojaría igual si te levantarás al primer llamado? ¿Cómo te sentirías si pudieras cambiar tu manera de despertarte? ¿Cómo te gustaría hacerlo? ¿Por qué creés que no tenés fuerzas para levantarte? ¿Qué ocurriría si te acostaras apagando el móvil?
Resultó entonces que haciéndole preguntas mi alumna fue capaz de definir con precisión su problema, descubrió las acciones repetitivas que se lo causaban y entendió la postura de la madre en relación a su comportamiento.
Con este simple recurso de mediar a través de preguntas podemos aportar al desarrollo cognitivo de nuestras hijas e hijos. Hay mediadores natos, que ni siquiera saben que lo son. Y otros que necesitan formación y entrenamiento. Si este es tu caso, busca los recursos a tu alcance para aprender a mediar porque no hay método más eficaz, eficiente y respetuoso de intervenir en la educación de nuestros hijos e hijas.
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